Menos
progresistas que la Constitución
Están condenados a la vacuidad. Tras un
discurso soso y melifluo, ahora nos presentan un documento sin garra y light,
muy al estilo de Tony Blair y su tercera vía, pletórico de jaculatorias y
buenas intenciones, pero sin chicha.
"Ciudadanía, libertad y
socialismo", así se denomina el papelillo que Rodríguez Zapatero presentó
anteayer con la pretensión de que sirva de soporte a la discusión ideológica que
los socialistas dicen querer mantener en la conferencia política, convocada
para finales de julio. Si ahí se concreta toda la renovación ideológica, van
listos.
No seré yo quien niegue la necesidad que
tiene el PSOE de redefinición ideológica. Precisan volver a definir su
discurso, ya que abandonaron hace tiempo los principios y, sobretodo, las
prácticas socialistas. Pero me temo que las cosas van por otros derroteros muy
distintos e incluso contrapuestos. Y se les ve el plumero desde el momento en
que se afirma, en la primera página, que "la experiencia demuestra que
dicha redefinición ideológica ha sido fundamental para que la socialdemocracia
europea recupere la mayoría política que hoy tiene". Se trata por tanto de
eso. De ganar el poder. Y creen que para conseguirlo necesitan girar aún más a
la derecha. Tal vez no les falte razón, porque en esta democracia secuestrada a
cualquier fuerza política le resulta casi imposible subsistir, y no digamos
lograr el gobierno, si se salen del carril marcado por las fuerzas económicas.
La coartada que justifica la renuncia a los
principios se sitúa, como siempre, en los cambios que se han producido en la
sociedad, como si esos cambios no hiciesen precisamente más necesaria que nunca
la lucha por la igualdad y las políticas de izquierda. Pero mal se empieza
cuando se define la mundialización, no como "una opción posible" sino
como "la característica definitoria de nuestra sociedad". Porque la
globalización, en lo que tiene de fáctico, de fenómeno social, es una realidad
antigua, que en ningún caso se puede predicar exclusivamente de los últimos
veinte años. Su origen se remonta quizás al mundo surgido tras las guerras
napoleónicas. Pero por globalización, hoy se entiende algo más. La doctrina
económica imperante, y que se ha asentado sobre esa entidad fáctica,
constituyendo un orden económico nuevo. En este último sentido, claro que es
una opción; una opción de derechas, conservadora y neoliberal que imposibilita
cualquier programa de izquierdas.
Por eso el documento en cuestión no puede
ser otra cosa que un cúmulo de generalidades, un compendio de buenas
intenciones, que casi todo el mundo suscribiría, porque careciendo de cualquier
concreción práctica a nada compromete. Pero así y todo presenta un profundo
tufillo a involución. Zapatero, jugando con las palabras, afirmó que ni al
centro, ni a la izquierda, sino adelante. Yo creo que más bien hacia atrás.
Representa un paso atrás no sólo con respecto a la ideología socialista, sino
en relación incluso con la parte económica y social de la Constitución de 1979.
Nuestra Constitución, a pesar de estar elaborada desde el consenso, va mucho
más allá y contiene más elementos socializantes que los que ahora se atreven a
plantear los socialistas. Desarrolla el estado social y la función de los
poderes públicos en la economía con mayor garra y valentía que el papelillo que
ahora propone "a bombo y platillo" el PSOE.
Cuando no hay contenido, se explota la
forma, y a eso se dedica el documento, extendiéndose en lo que llaman una nueva
manera de hacer política, que asume como anticipo y paradigma a copiar, la
nueva manera de hacer oposición de Rodríguez Zapatero. En la época actual, todo
hay que etiquetarlo con el adjetivo de "nuevo". Pero al final nada es
nuevo sino por el contrario casi arcaico. Esa nueva forma de hacer política y
de hacer oposición está inventada ya hace mucho tiempo, y se llama compadreo;
la utilizaron Cánovas y Sagasta aunque empleando una
expresión más fina: turnismo. En definitiva,
reparto de poder y arreglos de mesa camilla, que tiene su primera y principal
aplicación en taparse mutuamente las vergüenzas, o al menos en que ninguno haga
excesiva sangre en los casos de corrupción del otro.