La
Constitución Europea
El título induce a
engaño, ya que difícilmente el tratado que se somete a referéndum el próximo
día 20 puede tildarse de Constitución. Están ausentes todos los elementos
necesarios para que se le pueda atribuir tal nombre. Es cierto que
aparentemente, y de ahí la confusión, el texto está lleno de declaraciones de
tipo programático que podían hacer creer que estamos en presencia de un texto
constitucional. Pero falta lo fundamental, el establecimiento de un poder político
dotado de competencias, medios e instrumentos para llevar a la práctica todos
esos principios. Si se lee con detenimiento el texto, lo que desde luego no es
fácil ni divertido, se observa que las competencias que asume
La palabra más repetida es competencia, y a
esa finalidad, en especial a que los países miembros no puedan distorsionar
–otros hablarían de corregir – el libre juego del mercado, dedica a través de
su articulado todas sus energías. El modelo por tanto es plenamente neoliberal;
mercado sí, pero sin que los poderes públicos intervengan para subsanar sus
fallos.
A las instituciones
europeas se les niegan las competencias en todas aquellas materias que
constituyen el núcleo del Estado social y que, de una u otra forma, se
encuentra consagrado en las constituciones de todos los países europeos. De
hecho, el tratado las reserva a los Estados miembros; pero el problema radica
en que éstos se van a ver, a su vez, impotentes para llevarlas a cabo en el
esquema que se dibuja. La actuación de los poderes públicos en la economía como
contrapeso al mercado y al poder económico resulta obstaculizada por las
propias instituciones comunitarias que, en la búsqueda frenética y fallida de
un mercado perfecto, imposibilitan cualquier actuación pública que, según
ellos, será discriminatoria. En ausencia de una política fiscal comunitaria, y
sin que ni siquiera exista una harmonización de las
políticas fiscales de los Estados miembros, éstas tenderán a ser cada vez más
regresivas. Con el fin de atraer empresas y capital, cada país reducirá la
carga impositiva que deben soportar, de manera que los sistema
tributarios se configurarán con gravámenes indirectos y con aquellos que
recaigan exclusivamente sobre las rentas del trabajo. Algo similar ocurrirá en
la política social y laboral. En aras de la competencia, todos los Estados pugnarán
en una carrera sin fin por adoptar condiciones laborales y sociales que
favorezcan a las empresas, y que lógicamente serán más desfavorables para los
trabajadores. En ese proceso, lejos de que los trabajadores de Lituania vayan
acercándose en salario y jornada de trabajo a los niveles de los que gozan los
trabajadores alemanes, serán los alemanes los que se acerquen a los lituanos.