La fortaleza del euro

La economía es un sistema complejo, múltiples variables se entrecruzan en relaciones diversas y dinámicas. Es por ello que casi ninguna afirmación, excepto las simples identidades matemáticas, puede tomarse como verdad inmutable. Todo depende de las circunstancias, es decir, del valor que adopten el resto de magnitudes interrelacionadas. Lo que hoy es cierto, mañana puede ser falso y viceversa.

Mala época para asignatura tan compleja. Vivimos en un mundo de eslóganes, de titulares de periódico, se odian las matizaciones, los considerandos. Se siente repulsa por todo lo que implique raciocinio o análisis. Blanco o negro. Por esta razón y porque conviene a los intereses de los poderosos, nuestra época ha acuñado una economía “ad hoc” hecha de dogmas que nadie discute, pero que tampoco nadie es capaz de fundamentar.

Viene esto a cuento de la reciente visita a nuestro país del presidente del Banco Central Europeo, Jean-Claude Trichet. Parece ser que a coro con el vicepresidente del Gobierno español, entonó un tedéum por la fortaleza del euro. Retomaron así el tópico de la bondad de la moneda fuerte. De nuevo, las afirmaciones pueden ser ambiguas. La cotización de una divisa no es más que un precio relativo con respecto a otras monedas, por lo que su bondad radicará en que se sitúe en el nivel adecuado y exigido por los otros parámetros económicos. Tan perjudicial puede resultar una depreciación injustificada como una apreciación excesiva. Por otra parte, no conviene confundir la causa con el efecto. Por ejemplo, una devaluación puede venir exigida por una alta inflación. Empecinarse en que la devaluación es negativa e intentar mantener el tipo de cambio contra viento y marea, tal como ocurrió en nuestro país en 1993, sólo puede conducir al desastre. El mal no radicaba en la devaluación, sino en la diferencia de nuestras tasas de inflación con respecto al resto de los países. Las devaluaciones fueron únicamente la consecuencia y, en cierto modo, la medicina. Las elevadas tasas de crecimiento en todos los años posteriores han tenido su origen, en gran medida, en aquellas devaluaciones y en que la peseta entrase en la moneda única a un tipo de cambio más real.

La excesiva apreciación del euro está teniendo efectos negativos para la economía europea. Nuestros productos se encarecen en los mercados exteriores y los artículos foráneos se abaratan en el mercado europeo, y todo ello no sólo frente al área del dólar sino también en el espacio asiático, en el que China se niega a perder competitividad frente a EEUU y a modificar su tipo de cambio con respecto al dólar. La apreciación del euro daña las exportaciones europeas y potencia las importaciones, produciéndose por tanto un impacto nocivo sobre el crecimiento.

Se suele afirmar que la apreciación del euro favorece el control de la inflación mediante el abaratamiento de las importaciones. Quizá sea esta la causa del empeño de Trichet en cantar sus alabanzas. Pero también aquí hay que hacer matizaciones. Es muy posible que los precios de importación de productos, tales como el petróleo, que no tienen sustitución en el mercado interior, se acomoden a la nueva situación, de manera que aumenten su valor en dólares para compensar la depreciación de esta moneda. Otros artículos pueden ciertamente resultar más baratos, pero expulsando del mercado a los nacionales con lo que el remedio es bastante peor que la enfermedad.

No obstante, el problema actual de Europa no es de inflación sino de crecimiento. Mientras que el crecimiento anual de China ha sido del 8 % y el de EEUU del 3,2 %, la media de los países europeos ronda el 1%. La fortaleza del euro puede tener, es verdad, algo de positivo: la capacidad que proporciona para realizar una política más expansiva. Es un arma a utilizar, pero de nada sirve si, lejos de instrumentarse las medidas para las que concede margen, nos quedamos en una posición contemplativa cantando sus excelencias, más imaginarias que reales.

La apreciación del euro permite sin ningún riesgo bajar aún más los tipos de interés, y aleja todo peligro derivado de mantener déficit elevados en los sectores públicos. En estas circunstancias, una aplicación rígida del Pacto de Estabilidad acarrea más inconvenientes que ventajas. Solo el fundamentalismo económico puede hacer que soportemos los inconvenientes de la apreciación de nuestra moneda sin aprovechar sus ventajas.