La libertad de prensa

Anda estos días un poco revuelto el mundo periodístico. Los motivos, la creación del Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC) y la hipotética persecución que está sufriendo la COPE. Dicen que la libertad de expresión se tambalea.

Entre las muchas equivocaciones que está cometiendo el tripartito catalán no es la menor el que algunas de sus medidas tengan un tufo a procedimientos despóticos. Los que hemos vivido en una dictadura no podemos por menos que sentir cierto estremecimiento ante todo aquello que pueda interpretarse como censura del poder político sobre la prensa.

Leo en un periódico nacional las siguientes declaraciones de Carod-Rovira: “El CAC se crea para evitar que, amparándose obscenamente en el uso de la libertad de expresión, se acometan actitudes incívicas”; recuerda demasiado a tiempos pasados, el gobierno siempre tendrá la tentación de calificar de actitudes incívicas todo aquello que vaya en su contra.

Por muy repulsivo que sea un medio -que en el caso de la COPE lo es-, por sectarios que sean sus programas -que en el caso de la COPE lo son-, por mucho que agiten mentiras, resentimientos, informaciones desfiguradas -que en el caso de la COPE los agitan-, resulta muy peligroso que el poder político, al margen de los tribunales, se arrogue la potestad de callarlo.

Y que no se me diga que se trata de un órgano independiente. No creo en los órganos independientes; terminan siendo, al igual que los consejeros independientes de las empresas, los más dependientes. El CAC es tan dependiente del tripartito como la Comisión Nacional del Mercado de Valores o la Comisión Nacional de la Energía o la de la Competencia lo son del gobierno central. Esperemos que el ejecutivo de Zapatero no tenga la tentación de trasplantar el CAC a la política nacional.

Pero, dicho lo anterior, hay que añadir inmediatamente algo más; por ejemplo, que no deja de ser irónico que hablen de libertad de expresión quienes la mancillan y violan a diario e imponen en sus medios un discurso unidireccional, cribando toda opinión que pueda desentonar. Porque la libertad de expresión es susceptible no sólo de ser amenazada por el poder político sino en tanta o mayor medida por el poder económico y por las fuerzas oligárquicas que están a su servicio.

La neutralidad e independencia de los medios de comunicación constituyen una entelequia sin soporte en la realidad. Lo que en los tiempos actuales se llama libertad de expresión es tan sólo la capacidad de que disfruta un pequeño grupo de notables de decir y opinar lo que quieran; bueno, lo que quieran no, lo que manden sus amos. Para la mayoría de la población, la libertad de expresión es una realidad vacía, ni siquiera tienen oportunidad de que le censuren porque carecen de cualquier posibilidad de acceder a la prensa. Habrá quien diga que afecta a la totalidad de los ciudadanos al ser una garantía de objetividad e independencia en la información, pero es que precisamente esa garantía es la que falla.

Hoy, el sectarismo, la distorsión de la información, la tergiversación y la censura en las opiniones son los que imperan en los distintos medios, cada uno en función de los intereses a los que sirve. Es verdad que a menudo se enfrentan, se atacan y surge una cierta apariencia de pluralidad, apariencia, porque la unanimidad vuelve a imperar tan pronto se trata de un asunto en que se vea implicada la realidad económica y social, sin posibilidad de que surja un discurso alternativo. Es el pensamiento único. Es la unanimidad que consigue por ejemplo, que en EEUU llegue la guerra de Irak totalmente deformada.

Están lejos los días en que con cuatro duros y una máquina vieja se podía hacer un periódico. En la actualidad, cualquier medio de comunicación necesita como capital muchos millones de euros. En este sistema económico, quien paga, manda. Quizás ahora mismo la única libertad de prensa verdadera esté en Internet. La otra es simple reivindicación de un grupo de elegidos.

Está bien ver estos días a periodistas y asociaciones de periodistas formar tan aguerridos y protestar enérgicamente por la posible intromisión del poder político en la prensa; pero estaría mucho mejor si se aplicasen con la misma vehemencia a garantizar su independencia y objetividad, evitando la coacción de sus amos, los amos de los medios. Es posible que, de tanto obedecer, ni siquiera se den cuenta de la mordaza y la hayan adoptado ya como cosa propia.