Terrorismo
empresarial
Algún mal viento o será más bien un cenizo
se ha colado en ese sitio tan linajudo y encopetado que es el Círculo de
Empresarios. Es lo que ocurre cuando el dogmatismo neoliberal se lleva al
extremo, que se cometen patinazos propios de gente sin clase. Qué despiste,
adentrarse en la discriminación sexual. La verdad es que la medida propuesta no
hay por dónde cogerla. Aparte de ser injusta y machista, es confusa y
contradictoria. ¿Es que acaso no financian ya los trabajadores y trabajadoras a
través de sus cotizaciones la baja por maternidad? El salario lo abona la
Seguridad Social, y los empresarios están exentos de pagar las cotizaciones de
los nuevos contratos que se firmen para las sustituciones.
¿Qué pretendían con tamaña sandez?
¿Reemplazar también en este campo la Seguridad Social por el seguro privado?
Los chicago boys del Círculo de Empresarios se han debido quedar muy asombrados
por el carajal. Llevan años lavando el cerebro al personal con la necesidad de
que las pensiones públicas, de ellas y de ellos, dejen el sitio a las pensiones
privadas, y nadie se ha rasgado las vestiduras; todo lo contrario, han recibido
parabienes y encomios.
Sus propuestas han rayado siempre en el
terrorismo empresarial. Quieren pagar, a ellos y a ellas, salarios inferiores
al mínimo, mínimo que asciende a la astronómica cifra de 70.000 pesetas;
eliminar, para ellas y para ellos, el escaso y menguado seguro de desempleo;
pretenden que cada trabajador se entienda en solitario e indefenso con la
empresa, pasar de sindicatos y que el derecho laboral prescinda de su más
genuina característica, la irrenunciabilidad por los trabajadores de sus
derechos. Despidos baratos, gratuitos, para ellos y para ellas. Pero ninguno de
estos horrores les ha privado un ápice de su prestigio social; más bien al
contrario, 330 parlamentarios han pasado por sus aulas para formarse en tan
modernas y eminentes teorías. Pueden vanagloriarse, tal como hacen en su página
web, del papel crucial que han desempeñado en que la opinión publica aceptase
lo útil que resulta privatizar las sociedades estatales.
Y ahora, después de tantos logros, vienen a
estrellarse en unas cotizaciones de andar por casa. Qué falta de perspectiva.
Creían que habían conseguido abolir la lucha de clases, y no se equivocaban.
Pero se les había olvidado la guerra de sexos.