Duisenberg se emociona

¿Quién lo iba a decir? Duisenberg se puso tierno. Fue al presentar algo tan conmovedor como los primeros billetes de euro. El mismo debió percatarse de lo anómalo de la situación, ya que se disculpó por hacer una excepción en esa regla no escrita de que «los banqueros ni se emocionan ni sueñan, sólo hablan de números». Pero, puestos a emocionarse, ¿con qué lo van a hacer si no es con billetes? Bien es verdad que, según Duisenberg, el euro es mucho más que una simple moneda, es un símbolo de la integración de Europa. Y digo yo, ¿es que no había símbolos mejores? Por ejemplo, homologar los salarios y la legislación laboral, un seguro uniforme contra el desempleo, un sistema de pensiones común o una sanidad europea. Porque va a ser difícil que los ciudadanos se crean eso de que la comunión en el dinero implica comulgar en la libertad, la democracia y los derechos humanos. Será por esta la razón por lo que van a gastarse una pasta en una campaña de propaganda para convencernos de lo buenos que son el euro y la unión monetaria. 

La campaña podría haberse centrado en la ventaja de contar con una moneda fuerte, que es lo que cantaban todos sus paladines cuando aún no había entrado en vigor. Pero, a la vista de cómo ha evolucionado la cotización es mejor, tal como reconoció el mismo Duisenberg, no mencionar este argumento. En cualquier caso, no consideró una tragedia su devaluación frente al dólar. Peor nos hubiera ido si el proceso hubiera sido el contrario. En Washington deben de pensar de manera parecida cuando cruzan los dedos y esperan un fortalecimiento del euro que ayude a EEUU a salir de la recesión, lo que sin duda puede ocurrir en el año 2002, al dejar de ser una moneda virtual y, sobre todo, si el BCE continúa practicando la misma política funesta.

Existe una gran diferencia entre la política de la Reserva Federal y del BCE. Mientras la primera, con buen criterio, ha jugado a recortar sustancialmente los tipos de interés -tres puntos en ocho meses-, con la finalidad de combatir la recesión económica, el BCE, por el contrario, ha permanecido insensible a ella, obsesionado por la inflación, disminuyendo únicamente en medio punto el precio del dinero. El pasado jueves Duisenberg reconocía que se había equivocado en el diagnóstico y que la crisis económica era más profunda de lo que pensaba. Pero, así y todo, se limitó a reducir el tipo de interés en un cuarto de punto. Tarde e insuficiente.