Medidas
Fiscales
El Consejo de Ministros acordó
el pasado lunes una serie de
medidas fiscales tendentes, tal
y como afirmó el ministro de Hacienda, a reactivar
la economía y a crear
empleo.
Resulta curioso que la única
fórmula que se plantee siempre para salir de las
crisis económicas sea la de beneficiar a los
empresarios reduciendo sus impuestos y a
las instituciones financieras mediante la promoción de los
fondos privados de pensiones. Habría que preguntarse por qué no
se puede estimular
la actividad económica incrementando la cobertura y cuantía
del seguro de desempleo,
aumentando el importe de las
pensiones publicas, dedicando más dinero a la sanidad
o realizando más obra pública.
Tratándose de
impuestos, los neoliberales se vuelven todos keynesianos, pero keynesianos chapuzas e
incoherentes. Según Keynes, para
practicar una política expansiva no es suficiente reducir los impuestos o incrementar los gastos. Se precisa, además, que tales
medidas no se compensen entre sí, lo que implica incrementar el déficit público y que
su financiación se lleve a cabo mediante la ampliación de la masa
monetaria. Siempre que exista
capacidad económica ociosa, tal política no
tiene por qué traducirse en una
mayor inflación, sino en crecimiento económico y en creación de empleo.
Se puede estar o no
de acuerdo con estos planteamientos,
pero lo que
no parece de recibo es cercenarlos y asumir exclusivamente una parte -la que nos interesa-,
porque lo
único que se
consigue con ello es acabar defendiendo posiciones absurdas.
Afirmar que la bajada de
impuestos, por sí misma, sin incremento
del déficit público, va a servir para reactivar
la economía es adentrarse en la ciencia
ficción o en
posiciones taumatúrgicas.
La razón del error se encuentra en que el análisis se realiza sin considerar el coste de oportunidad
de reducir los tributos, como si
los recursos orientados a tal
fin descendiesen del cielo. Porque si no
se quiere aumentar
el déficit público, es evidente que
los fondos destinados a la
rebaja impositiva no pueden asignarse a otras finalidades como pensiones,
desempleo, obra pública, etcétera, con lo
que el efecto
expansivo o contractivo dependerá tan sólo de cuál sea
la mayor o
menor virtualidad de estas partidas a la hora
de expandir la actividad económica.
No parece que el recorte de impuestos a los
empresarios sea la medida que disfrute de ventaja
en esta comparación, tanto más cuando se supone que
evitar o no la recesión va a
depender del comportamiento del consumo.
Subvencionar un instrumento de
ahorro como los fondos privados
de pensiones no es tampoco la mejor
forma de incentivar
el consumo.
Parece existir
cierta coincidencia por parte de todos los economistas en
afirmar que la actual crisis
económica es de demanda.
Carece por tanto de sentido,
si es que
alguna vez lo tuvo, practicar lo que llaman
"políticas de oferta". Con más o menos
impuestos, los empresarios sólo producirán y crearán
empleo si esperan
vender su producción, es decir, si la
demanda es adecuada.
De la
llamada teoría de la oferta
quizás lo más
inexplicable sea esa fe en la efectividad de la curva de Laffer, la creencia
de que si
se reducen los impuestos se recauda más,
o al menos lo mismo,
dado que la actividad económica aumenta y disminuye el fraude.
La curva
de Laffer, desde luego, no
ha funcionado nunca y es muy
posible que ni siquiera aquellos que la reclaman crean de verdad en ella. De cumplirse sus
prescripciones, se habría inventado
la piedra filosofal. Con un
razonamiento similar, cualquier Estado podría aumentar el gasto sin
temor al déficit ya que al incrementarse la actividad económica, los ingresos serían mayores y el
déficit público permanecería mas o menos constante. En
cuanto a la idea de que se reduce el fraude,
resulta bastante difícil de creer. Mientras el
nivel de los impuestos sea
considerable, y no puede
ser de otra
forma en una
sociedad moderna, siempre existirá incentivo
para defraudar y se defraudará si la conciencia fiscal de la sociedad y la
administración tributaria no lo impiden.