Fortaleza del euro, debilidad de Europa

No han podido más. Schröder y el primer ministro francés, Raffarin, se han dirigido al BCE exigiéndole que baje los tipos de interés. La situación es del todo esquizofrénica. En el último año, el euro se ha apreciado con respecto al dólar un 20% y, sin embargo, con la total pasividad del BCE, el precio del dinero en Europa se ha mantenido en el doble que en EEUU.

Hoy, pocos dudan ya de los efectos perversos que la apreciación del euro está teniendo para el crecimiento económico. Sin embargo, no hace muchos días que el mismo Thimer entonaba loas a favor de un euro fuerte. El único efecto positivo que puede considerarse es el que se produce sobre la inflación; no obstante, el problema actual de Europa no es de precios (el último dato es de un 1,6%), sino de crecimiento.

Lo cierto es que, a través de la depreciación del dólar, Estados Unidos está logrando financiar sus cuantiosos déficit y transferir así parte de sus problemas a Europa. Resultan, por tanto, absurdos los requerimientos realizados a EEUU por los mandatarios europeos en las distintas reuniones internacionales para que contenga la caída de su divisa. EEUU no está interesado en hacerlo. Sus conveniencias se orientan en la dirección contraria. Europa, para defenderse, debe dejar la retórica y tomar medidas en la práctica; pero una vez más aparece la contradicción interna que anida dentro del diseño de la Unión Europea.

Tenemos un mercado único, una moneda única, pero carecemos de un gobierno europeo con plena soberanía, capaz de tomar decisiones con la rapidez que exigen las circunstancias. Por otra parte, la autonomía del Banco Central Europeo ha desgajado y separado de la política económica general una parte sustancial, la política monetaria, para entregársela a una institución irresponsable políticamente que sólo responde ante dios y ante la historia. La contradicción es tanto mayor cuanto que entre las finalidades encomendadas al BCE, a diferencia de las que se delegan en el Banco de la Reserva Federal, sólo se ha incluido el control de la inflación, olvidando cualquier referencia al crecimiento económico, como si estos dos objetivos fuesen disgregables y como si la política monetaria no tuviera que aplicarse atendiendo a ambos e intentando compaginarlos; lo que a menudo no es sencillo.

La contradicción es tan enorme que si el BCE aplicase en puridad el mandato recibido debería poner los tipos de interés por las nubes para asegurarse siempre una inflación ínfima, sin importarle lo más mínimo lo que ocurriese con el crecimiento económico. Lo absurdo de tal política conlleva a que el BCE no la aplique hasta sus últimas consecuencias, pero sin duda mantiene un sesgo importante atendiendo mucho más a la inflación que al crecimiento.

Algo similar ocurre con el llamado Pacto de Estabilidad. Conceder un valor casi mágico a una cifra de déficit público, prescindiendo de las circunstancias, carece de todo sentido. En Economía éstas son decisivas a la hora de enjuiciar cualquier problema. Los déficit públicos pueden sin duda alguna influir en la confianza de una moneda, pero conviene no olvidar que lo hacen a través del déficit exterior y que, por consiguiente, tanto o más que el endeudamiento público cuenta el endeudamiento de las empresas y de las familias. Cuando éstas se inhiben en el gasto, como suele ocurrir en tiempos de crisis, el déficit público puede ser hasta beneficioso. Por otro lado, en épocas de libertad de circulación del capital, la presión sobre la moneda y por lo tanto el enjuiciamiento del déficit no puede considerarse abstrayendo de lo que ocurra en otros países, especialmente en aquellos cuyas divisas son competidoras. Con el déficit público y exterior que presenta EEUU y el dólar depreciándose resulta una ironía preocuparse por el Pacto de Estabilidad.

Francia y Alemania han caído en sus propias redes. Fueron principalmente los gobiernos de estos dos países los que diseñaron el actual esquema de la UE. Es posible que ahora se den cuenta de sus errores. Y es de esperar que Schröder se acuerde de las discrepancias que mantuvo con Lafontaine y la razón que asistía a éste tanto en lo relativo al BCE como en cuanto al Pacto de Estabilidad.