Capitalismo anárquico

Ya va para dos años que el personal no deja de preguntarse muy extrañado porqué baja la bolsa, y los analistas, comentaristas y demás ralea que se ganan la vida fingiendo que sabe algo de los comportamientos de los mercados financieros, se obstinan en estrujarse la mollera, inventándose cada día una razón nueva. Cuando no es la publicación de un índice, es un conflicto bélico y cuando no unas elecciones en Latinoamérica. Todo eso está bien para explicar - si es que lo explica - el pico o la sima de cada jornada, pero de ninguna manera da razón de la tendencia. La única razón de ésta hay que buscarla en la sinrazón de las desorbitadas subidas de los pasados años.

Como reiteradamente escribí cuando aparecieron los primeros descensos, no hay que sorprenderse porque la bolsa caiga, más bien lo realmente extraño era el frenesí alcista de los ejercicios anteriores. Deberíamos habernos pasmado de que una empresa como Telefónica multiplicase por cuatro su valor en pocos años o de que una sociedad como Terra llegase a valer más que Telefónica. Puro aire todo, como los buñuelos. Los administradores, lejos de dedicarse a gestionar, únicamente se preocupaban de crear valor, valor en bolsa se entiende, que es lo mismo que decir apariencias. Muchas de las sociedades han vivido de apariencias, de quimeras. Infla, vende, coge y corre, podría ser el lema de estos años. Se autoconceden stock options, hinchan, venden y se evaporan.

Ahora, al menos en Norteamérica, se están descubriendo algunas de estas maniobras fraudulentas. Contabilidad más que imaginativa, tramposa. Se crean contratos ficticios, o se proyectan ingresos futuros totalmente irreales. Se minimizan los costes de producción o se activan gastos disfrazándolos de inversiones. Todo ello, desde luego,  no se hubiera podido realizar sin, por una parte, el blindaje que los directivos de las grandes empresas consiguen por distintos procedimientos y, por otra, sin la incompetencia y la complicidad de las firmas auditoras, sociedades de análisis de solvencia y organismos de supervisión. Condición sine qua non ha sido también, en muchos casos, la connivencia del poder político. No son ningún secreto las relaciones que estas empresas, y más concretamente sus ejecutivos, han establecido con los gobiernos y cómo les han presionado, quizás comprado, en múltiples ocasiones para disponer de una normativa laxa que les permitiese actuar a su entera conveniencia.

La causa de todo este proceso hay que buscarla, al menos en parte, en la ruptura del equilibrio conseguido tras la Segunda Guerra Mundial entre mercado y Estado. Equilibrio que se dio en llamar Estado social de derecho, en el que si bien se aceptaba el mercado, éste aparecía regulado y condicionado por los poderes públicos que tenían como finalidad corregir sus muchos defectos y compensar las desigualdades que aquel producía en la distribución de la renta.

El retorno al liberalismo, con la desregulación progresiva de los mercados, ha abierto la entrada a un capitalismo no sólo darvinista, sino también anárquico. Sus principales víctimas son sin duda las clases bajas. Pero no cabe engañarse, de una u otra manera sus efectos negativos se proyectan también sobre la totalidad de la población. Únicamente los timadores y los grandes defraudadores campan felices y contentos.

El bueno de Blas Calzada, afirma que escándalos de tamaña dimensión no suceden en España. Será por el tamaño -nuestro país no puede compararse con EE.UU.– o por lo de escándalo, porque en España no escandaliza ya nada. A diferencia de EE.UU. el conocimiento de grandes estafas nos dejan impertérrito. Negamos la realidad. Lejos de aumentar el control de las firmas auditaras, relajamos su régimen y disciplina en la ley financiera. Y vemos como lógico y natural que los grandes bancos monten colosales operaciones de fraude fiscal y que los directivos continúen en sus puestos. Hasta el fiscal y el abogado del Estado les aplauden. España continúa siendo diferente.