La
muerte del pacto de estabilidad
La semana pasada los titulares de los diarios
certificaban la muerte del Pacto de Estabilidad. Se ha considerado, en general
una mala noticia. Discrepo. Creo que habría sido bastante peor para la economía
europea obligar a países como Francia o Alemania a realizar ajustes bruscos. El
Pacto de Estabilidad nunca debería haber surgido. Algunos lo criticamos desde
el principio. Únicamente el fanatismo neoliberal con el que se está
construyendo la Unión Europea y la desconfianza de los países ricos a que los
pobres mantuviesen una política económica demasiado laxa para los cánones de la
ortodoxia imperante puede explicar que se implantara. Pero resultaba indudable
que se quebraría tan pronto como hubiera que aplicarlo a Estados fuertes.
Hemos convertido la economía en eslóganes que
repetimos como autómatas en cualquier situación, olvidándonos de los
razonamientos que dieron sentido a tales afirmaciones. Los efectos negativos
del déficit público se pueden considerar tanto a corto como a medio y a largo
plazo. Los efectos a medio y a largo plazo del endeudamiento del sector público
hay que enjuiciarlos de forma similar a como se hace con cualquier otro agente
económico, empresa o familia. Una unidad económica no puede endeudarse hasta el
infinito. Eso no quiere decir que en determinados momentos o etapas de crisis
económica el Estado no pueda, e incluso no deba, presentar déficit; y tampoco
quiere decir que, de no hacerlo, el resultado futuro no sea peor. El ajuste
fiscal se traduciría en una recesión económica mayor, con lo que
paradójicamente en los años posteriores el déficit, lejos de reducirse, se
incrementaría.
A corto plazo, el análisis del déficit público viene
determinado por la facilidad en financiarlo y por el comportamiento de los
mercados financieros. Tendrá mucho que ver el ahorro disponible tanto interno
como externo, por lo que la calificación no puede ser la misma en todas las
circunstancias, ni igual para todos los países. En épocas de deflación, con
recursos ociosos y cuando el sector privado no tira, lo que sobra es ahorro
disponible y el déficit podrá financiarse con facilidad sin tensiones
inflacionistas y sin necesidad de elevar los tipos de interés. Lo contrario ocurrirá
en momentos de auge y cuando la economía se encuentre recalentada. Establecer
límites y normas iguales para toda época y circunstancia no es hacer economía
sino practicar la religión o la magia.
Tampoco todos los Estados tendrán la misma facilidad
a la hora de conseguir la financiación adecuada. Dependerá en gran medida de su
capacidad económica y de su nivel de endeudamiento. Es más, en esta tarea la
significación del déficit exterior es mayor que la del público o, dicho de otra
manera, si el déficit público importa es porque presiona sobre el déficit
exterior. Pero no cabe duda de que también es
relevante el endeudamiento de los otros agentes económicos. Si el déficit cero
en el sector público se consigue a base del
endeudamiento de las familias y de las empresas, poco se habrá ganado y la
presión sobre el mercado de capitales será la misma.
Con la Unión Monetaria los problemas de financiación
a corto plazo han dejado de ser nacionales para convertirse en una cuestión
comunitaria, ya que el impacto en los tipos de interés y en el euro tendrá
consecuencias sobre todos los países miembros. De ahí que tenga lógica el
análisis en el marco europeo; pero una cosa es esa y otra muy distinta que se
asuman recetas y reglas mágicas.
El día después de que el Ecofin
se hubiese negado a aplicar el Pacto de Estabilidad, leí en primera página de
uno de los grandes diarios madrileños que Rato había afirmado que tal decisión
ocasionaría sin duda la elevación de los tipos de interés. Pocas aseveraciones
tan inexactas. Si el BCE eleva los tipos de interés será porque quiera o como
consecuencia del berrinche que sus altos mandatarios se llevaron ante tamaño
ataque a su credo fundamentalista, y en ningún caso porque sea necesario. Los
mercados se han apresurado a demostrarlo. Todos estos días el euro continúa
apreciándose, mostrando bien a las claras que no es precisamente de
financiación el problema de Europa. Difícilmente puede serlo cuando presenta
saldo positivo en su balanza por cuenta corriente, y el euro debe competir con
el dólar, divisa de un país que mantiene un déficit público y exterior
desbocado. En la actualidad, es EEUU el que presenta un problema de
financiación, pero lo tiene porque gracias a él está solucionado su problema de
crecimiento. Sería preferible, al menos en los momentos presentes, que Europa
se preocupase más del crecimiento y menos de la estabilidad.