Política
suicida de la Eurozona
Merkel, revestida de un enorme
fariseísmo, se ha erigido en juez del resto de miembros, amenazando con la
expulsión del euro o con la imposición de una dura disciplina presupuestaria.
Habría que recordar a la canciller que fue Alemania la
que inventó la contabilidad creativa y la primera que incumplió el Pacto de
Estabilidad sin sufrir por ello sanción alguna. Pero es que, además, el
problema no radica en los déficits públicos sino en los desequilibrios de las
balanzas de pagos, cuya responsabilidad, como en cualquier discusión, recae
siempre en las dos partes: el exceso de consumo de algunos países no podría
producirse sin el exceso de ahorro en otros.
El modelo alemán propicia la
deflación interior y basa su crecimiento en las exportaciones. Resulta a todas luces hipócrita que Merkel
fustigue a otros países miembros por sus déficits cuando son precisamente estos
déficits los que están permitiendo su superávit y, por ende, su crecimiento.
Gran parte de la deuda de Grecia se encuentra en manos de los banqueros
alemanes, por lo que el problema de ese país, de existir, es también problema
alemán. De ahí que sea difícil de entender la postura cicatera de Alemania
arrastrando al Eurogrupo a un acuerdo tan raquítico
como el tomado la pasada semana en el Consejo Europeo. El ridículo de la
Eurozona es notable, al permitir que uno de sus miembros se vea obligado a
pedir ayuda al FMI, lo que no ocurría desde hace muchos lustros, y que los
apoyos internos queden a voluntad de cada uno de los Estados, sin que los
países acreedores se hayan comprometido a nada. Tan sólo