Más
cara la gasolina
A partir de mañana, a los madrileños nos
suministrarán la gasolina más cara que al resto de los españoles; al principio,
un céntimo por litro, pero este recargo irá aumentando progresivamente hasta
transformarse a finales del 2003 en 2,40 céntimos. Que los céntimos no nos
engañen. Son 4 pesetas por litro. El euro ha resultado ser el timo de la
estampita. Centimito a centimito, productos hay que han subido en pocos días un
60%.
Madrid va a ser, parece, la única Comunidad
que aplicará el recargo. Con toda probabilidad no se trata de mejorar la
asistencia sanitaria, tal como anuncian, sino simplemente de enjugar el déficit
con el que se ha traspasado la sanidad a las diferentes Comunidades Autónomas.
Con esta misma finalidad, el gobierno central ya acometió una primera subida en
el impuesto de hidrocarburos con aplicación a todo el territorio nacional,
otros 2,40 céntimos (4 pesetas). Y es que, por mucha contabilidad creativa que
se quiera, cuando se adopta una postura fundamentalista en materia de
estabilidad presupuestaria y cuando además se desea reducir un impuesto
progresivo como el de la renta, no hay más remedio que terminar subiendo los
impuestos indirectos. Eso sí, con la coartada de mejorar la asistencia
sanitaria que siempre tiene gancho.
Existe una ilusión fiscal, al igual que
existe una ilusión monetaria. Los españoles, con el euro, hemos sufrido de
ilusión monetaria porque, aunque conocemos de sobra su equivalencia, tendemos a
infravalorar los precios cifrados en esta moneda, cuando no a equiparar el euro
a las 100 pesetas. Y gracias a ello, algunos comerciantes y empresarios, sin
duda, han hecho el agosto.
También padecemos de ilusión fiscal respecto
a las reformas benefactoras del IRPF.
Si la gran mayoría de los ciudadanos calculasen el ahorro que experimentan al
año derivado de la última reforma del impuesto sobre la renta, y al mismo
tiempo comprobasen también cuánto van a pagar anualmente más por la subida del
gravamen de la gasolina y otros impuestos indirectos, se darían cuenta de que
el saldo es francamente negativo, tanto más si en la segunda factura computan
la repercusión en los precios que puede derivarse de la mayor carga fiscal
sobre los hidrocarburos.
No a todos, por cierto, les saldrían
negativos los cálculos. Esos más de 150.000 contribuyentes cuyas bases
imponibles están por encima de los catorce millones de pesetas, y para los que
la reforma del IRPF ha representado una rebaja anual media del gravamen de un
millón de pesetas, necesitan consumir mucha gasolina para obtener un saldo
desfavorable.
El gobierno de Ruiz Gallardón podría haber
optado por incrementar el tramo de la tarifa autonómica del IRPF, con un
resultado mucho más equitativo que el que se va a obtener con el recargo sobre
el gravamen de la gasolina. Pero está visto que tendemos hacia sistemas
fiscales más regresivos. Más regresivos y más fragmentados, con lo que no solo
se resiente la equidad sino que se distorsiona el sistema económico.
Ahora que en Bruselas hacen esfuerzos para
crear un mercado único y armonizar los impuestos indirectos –de los directos no
quieren ni oír hablar–, nosotros, con las autonomías y su autofinanciación,
estamos desintegrando el sistema tributario. Bien es verdad que por el momento
son pocas Comunidades las que se deciden a asumir el coste político de imponer
impuestos adicionales, pero la distorsión también se produce, y en mayor
medida, cuando las diferencias se originan por la concesión de exenciones fiscales,
lo que va a ser mucho más frecuente.
De todas maneras, lo que peor se entiende es
la asimetría. Resulta difícil comprender por qué se denostan
los gravámenes impuestos en Extremadura y en Baleares y después se propicia que
otras Comunidades creen un impuesto adicional sobre la gasolina. No se ve la
diferencia, como no sea que aquellos recaerán sobre las entidades financieras y
el sector de la hostelería, mientras que este último lo hace sobre el común de
confesores.