Pisos
vacíos
Los Gobiernos de la Generalitat y del País
Vasco pretenden solucionar el problema de la vivienda o, más bien, que sean
“los burgueses” que poseen una vivienda vacía los que se lo solucionen. Una vez
más, se intenta que la distribución se haga de los pobres a los muy pobres. Los
ricos quedan al margen.
Es de sobra conocido que la asunción en
economía de medidas rabiosamente liberales conlleva la intensificación en lo
civil y en lo político de medidas coercitivas. El Estado policía se ha
denominado así no solo porque sea esta la única función que en él se asigna a
los poderes públicos, sino porque además este papel de gendarme se tiene que
potenciar hasta el extremo, con tal de evitar los conflictos que la
liberalización absoluta de la economía y del mercado conllevan.
Cuando el neoliberalismo económico es
asumido no solo por las fuerzas conservadoras sino también por las formaciones
políticas teóricamente de izquierdas, se produce un fenómeno adicional. Los
nuevos conversos no quieren aceptar que lo son y pretenden seguir manteniendo
su etiqueta de progresismo. Al tiempo que desarman todos los mecanismos
tradicionales de intervención en la economía (aquellos que servían de
contrapeso al poder económico, que corregían los desequilibrios y desigualdades
generadas por el mercado y que garantizaban los derechos económicos y
sociales), adoptan actitudes intervencionistas en asuntos muy secundarios. No
es extraño encontrar gobiernos absolutamente liberales en economía, dispuestos
a reglamentar los aspectos más nimios de la vida privada, limitando la bebida,
el tabaco e incluso dictaminando la talla de ropa que debe usarse.
Los Gobiernos catalán y vasco han lanzado el
globo sonda de que van a gravar con un impuesto diario totalmente
desproporcionado las casas deshabitadas, creyendo que con ello se resuelve el
problema de la vivienda y que así lavan sus culpas por haberse desentendido de
este y otros muchos derechos sociales. Los poderes públicos, bien sean estatales,
autonómicos o locales, han incumplido radicalmente el precepto constitucional
de garantizar a todo español una vivienda digna y de evitar asimismo la
especulación del suelo.
Los Gobiernos de la Generalitat y del País
Vasco –incapaces de coger el toro por los cuernos y asumir sus propias
responsabilidades– trasladan las culpas a los propietarios de pisos vacíos, y
pretenden aplicar una medida que está muy cerca del disparate. En primer lugar,
no se precisa de grandes conocimientos jurídicos para intuir que es de dudosa
constitucionalidad y que va a dar lugar a múltiples complicaciones legales.
Hasta Solbes lo ha señalado.
En segundo lugar, la medida va a incidir
sobre un colectivo muy heterogéneo cuyas razones también son diferentes, y, por
lo tanto, puede originar un sinfín de injusticias y discriminaciones
arbitrarias, si no fuese ya suficiente arbitrariedad confiscar tan solo un tipo
de propiedad, al tiempo que se mantiene un obsequioso respeto por cualquier
otra. Es paradójico que se pretenda perseguir a los propietarios de pisos
vacíos, al tiempo que se consiente e incluso se potencia la especulación del
suelo, y el enriquecimiento gratuito por una decisión administrativa de los
propietarios de los terrenos.
En tercer lugar, la
medida resulta imposible de aplicar con carácter general. Una Administración
que se confiesa incapaz de perseguir el fraude fiscal y que por ello defiende
reducir los impuestos progresivos, difícilmente va a poder controlar los pisos
vacíos, comenzando porque ni siquiera está clara cuál es su exacta definición.
La aplicación parcial de la medida, amén de ser injusta y discriminatoria para
aquellos pocos a quienes se les aplique, resultará además totalmente ineficaz.
En cuarto lugar, el
problema real de la vivienda no radica en la existencia de pisos vacíos sino en
el alto precio que alcanzan en la actualidad, y cuya causa debe buscarse en la
especulación del suelo y en los enormes beneficios de promotores y
constructoras, que hasta ahora han contado con la permisividad e incluso
complicidad de los poderes públicos. Ciertamente sería de desear que muchos de
los pisos actualmente vacíos saliesen al mercado de alquiler, pero las
autoridades deberían preguntarse cuál es la razón de que los propietarios estén
dispuestos a renunciar a importantes ingresos, y si la forma de lograr el
arrendamiento de los mismos no sería más bien incrementando las garantías
jurídicas de los posibles arrendadores. Por otra parte, si los poderes públicos
acometiesen en serio el problema de la vivienda y lograsen que sus precios no
se incrementasen más allá de la elevación del coste de la vida, habría
desaparecido también el incentivo de la revalorización que es el que, según
dicen, mantiene los pisos vacíos.
En quinto y último
lugar, en economía las vueltas atrás son con frecuencia peligrosas. Aun cuando
habría sido de desear que los pisos no hubiesen alcanzado jamás los actuales
precios, cuidado con medidas ingeniosas que puedan causar en este sector un
brusco proceso involutivo con graves consecuencias para el conjunto de la
economía.
No deja de ser
curioso que quien como diputado nacional se alineó siempre con los defensores
de las medidas más regresivas en materia fiscal, ahora de consejero pretenda
hacerse el “progre” a costa, por ejemplo, de alguna viuda que tenga una casa
vacía.