2010,
el euro enseña sus desnudeces
2010 es el año en el
que Zapatero se hizo neoliberal y en el que el euro enseñó sus miserias. Desde
el inicio de la crisis, la
Unión Europea ha venido mostrando las debilidades y
contradicciones que la
aquejan. En casi todos los ámbitos se hizo patente la
carencia de instituciones e instrumentos comunes que pudieran dar una respuesta
conjunta a los retos que se iban planteando. No existía un seguro de depósitos
comunitario, ni siquiera armonización entre los existentes en los distintos
Estados, de manera que cuando un país, Irlanda, acordó conceder garantía
ilimitada se estableció una carrera competitiva entre todos los Estados
miembros. También se constató la falta de una supervisión bancaria común o al
menos armonizada, y cada país actuó a su aire a la hora de salvar las
instituciones financieras en crisis o de ayudar a las grandes empresas, como
las del automóvil, violando la ley de oro de la Unión, la de la igualdad en la
competencia.
Pero ha sido
principalmente en este año que termina cuando se ha puesto de manifiesto la
mayor incongruencia que presenta la Unión Europea, la moneda única. A lo largo de
todo el 2010 los llamados mercados no han dejado de presionar a los países de
la eurozona, especulando en contra de la deuda pública, especialmente de la
emitida por los que se consideraban débiles y más vulnerables. Primero fue
Grecia y su déficit encubierto, después Irlanda y la quiebra de sus bancos; la
tormenta ha llegado también a Portugal, España, Italia e incluso últimamente a
Bélgica y a Francia.
Se ha
responsabilizado como siempre al déficit público, un déficit causado en buena
medida por la propia crisis, y con la finalidad –y al mismo tiempo la excusa–
de calmar a los mercados se han adoptado por todos los
gobiernos políticas reaccionarias, regresivas y contradictorias con los planes
de estímulo instrumentados hasta entonces.
Concretamente, en
España se han acometido a lo largo de este año medidas y reformas profundamente
antisociales y para el futuro se han anunciado otras de la misma índole. El
discurso del Gobierno se modificó radicalmente. No se puede afirmar que los
Ejecutivos de Zapatero hayan practicado nunca una política socialista, ni
siquiera progresista (cómo llamarla así cuando se ha abolido el impuesto sobre
el patrimonio); como mucho, venían acometiendo algunos gestos populistas de
cara a obtener réditos electorales, pero sí es cierto que Zapatero se había
negado a aceptar las peticiones desorbitadas de los empresarios y de las
fuerzas conservadoras, que querían aprovechar la crisis para obtener ventajas
de acuerdo con sus intereses. A partir de mayo, el panorama cambió radicalmente
–donde dije digo, digo Diego– y Zapatero se nos hizo neoliberal y comenzó a
defender el nuevo credo con idéntica convicción a la mantenida antes para
defender lo contrario.
Pero por más ajustes
que aprueben los gobiernos, por más medidas antisociales que se adopten, los
mercados continúan jugando contra la deuda pública de determinados países. Hay
cierta lógica en sus planteamientos. Saben que el origen del déficit se
encuentra en la propia crisis, y sin reactivación económica no hay ninguna
posibilidad de conseguir el saneamiento de las cuentas públicas. Los ajustes
incluso pueden empeorar la situación alargando el estancamiento e impidiendo la recuperación. Los
llamados mercados contemplan con escepticismo la futura reactivación de los
países periféricos de la
eurozona. La imposibilidad de devaluar los introduce en un
callejón sin salida y los déficits de sus balanzas por cuenta corriente
convierten el sector exterior en una variable que estrangula cualquier brote de
posible crecimiento.
Cuando los grandes
inversores apuestan en contra de la deuda de los países de la eurozona, en
realidad lo que están mostrando es su desconfianza de que la Unión Monetaria,
sin unión política, sea viable. Apuestan en contra de la permanencia del euro.
Encuentran imposible que Grecia y Alemania tengan el mismo tipo de cambio. En
los años noventa, los grandes inversores, entre los que se encontraba Soros,
jugaron en contra del Sistema Monetario Europeo (SME) en la creencia de que los
tipos de cambio entonces existentes eran irreales y no se mantendrían. Tenían
razón y ganaron la
apuesta. Varias monedas, entre ellas la peseta, tuvieron que
devaluar, la lira y la libra se vieron obligadas a salirse del SME y hubo que
aumentar para el resto de las divisas la banda de fluctuación al ± 15%, lo que
equivalía a dejarlas en libre flotación. En los momentos actuales también los
tipos de cambio reales son erróneos, pero existe una sola moneda, el euro; las
apuestas se dirigen pues contra los bonos públicos en el convencimiento de que
la moneda única es insostenible.
En este año Zapatero
se ha hecho neoliberal y el euro, como aquel rey, está desnudo. ¿Qué ocurrirá
en el 2011? ¿Podrá mantenerse la Unión Monetaria?