Una nueva
recesión
La
pregunta que hoy se hacen todos los analistas es si estamos en la puerta de una
nueva recesión. No obstante, la cuestión estaría mejor planteada si nos
interrogásemos acerca de si hemos salido de
Oferta
y demanda son las dos caras de la misma moneda. Simplificando, en toda crisis,
la demanda resulta insuficiente para absorber la oferta, con lo que el PIB debe
reducirse hasta lograr el equilibrio. La llamada globalización, con el libre
cambio y la libre circulación de capitales, ha distorsionado estas magnitudes
desde el punto de vista geográfico. Oferta y demanda no se dan en la misma
proporción en todos los países. En unos se produce más que lo que se consume y
en otros ocurre lo contrario. Hay Estados que ahorran y otros que desahorran, es decir, se endeudan. Esto ha sucedido
siempre, la novedad se encuentra en el volumen de estos desequilibrios. La
mejor forma de constatar esta realidad es analizando las balanzas de pagos. Con
anterioridad a 1980, los desajustes en el sector exterior eran mínimos, con
déficits y superávits muy reducidos, pero según ha avanzado la globalización, y
especialmente a partir del año 2000, se han ido incrementando y abriendo
ampliamente el abanico entre países deudores y acreedores, generándose una
situación inestable que por fuerza debía estallar.
En
los años anteriores al inicio de la crisis, Alemania, China, Japón y otra serie
de países asiáticos arrojaban enormes superávits en sus balanzas de pagos. Si a
pesar de este descomunal exceso de ahorro el crecimiento mundial se mantenía
era porque otra serie de naciones, Estados Unidos, Australia, Canadá y algunas
europeas entre las que se encontraba España, presentaban abultados déficits, es
decir, se endeudaban para sostener el consumo y
Detrás
de estos desequilibrios se descubre, entre otros factores, una estructura
distorsionada de tipos de cambio. Por una parte, la decisión de China y otros
países emergentes de defender una divisa infravalorada y, por otra,
Sin
solucionar tales desajustes es imposible que la economía mundial repunte. La
actividad de los países deudores no podrá remontar y su deuda y su déficit
exterior supondrán un embudo que asfixiará cualquier intento de reactivación. A
su vez, las economías que basan su crecimiento en la exportación malamente
podrán conservar el mismo ritmo de actividad si sus clientes tienen
dificultades económicas. A lo largo de estos años, la recesión económica ha
tenido el efecto positivo de reducir los déficits exteriores de aquellos países
con problemas en las balanzas de pagos, pero, tan pronto como aparezcan los
primeros indicios de recuperación, volverán a incrementarse ahogando la
reactivación económica.
Mientras
no se corrija esa estructura distorsionada de los tipos de cambio nominales, y
persistan los desequilibrios de las balanzas de pagos, la expansión económica
no puede consolidarse. En tanto en cuanto determinados países, como China o
Alemania, fundamenten todo su crecimiento económico en la exportación y se
nieguen a expandir su demanda interna, la crisis permanecerá y a cada intento
de reactivación proseguirá enseguida una nueva recaída. Lo que esta crisis pone
en jaque es el propio modelo del capitalismo neoliberal,