De
la nostalgia al escepticismo
Estamos en tiempo de celebraciones y
conmemoraciones, entre nostalgia y nostalgia todos reescriben
la historia arrimando el ascua a su sardina. Todos se consideran salvadores de
la patria, piensan que han modernizado España y que han inaugurado una nueva
época.
Veinticinco años de los Pactos de La Moncloa y
aquellos técnicos o funcionarios que los pergeñaron mantienen que fue este
pacto el que hizo posible la democracia y la salida de la economía española de
la situación de caos y bancarrota en que se encontraba. Poco papel les queda a
los políticos. Se supone que ellos no lo son, aun cuando alguno llegase a
vicepresidente del gobierno. El mismo Fuentes Quintana, en sus recientes declaraciones
al diario El Mundo, cifraba la viabilidad de aquel pacto, en especial con la
izquierda, en la existencia de una Facultad de económicas. Esta era la
diferencia que según él separa 1977 y 1931. En 1977 la izquierda tenía
economistas, y como apostilla más tarde siguiendo a Milton Friedman “Yo no creo
que los economistas sean de derechas o de izquierdas, sino que son buenos y
malos economistas”. Claro que eso lo dicen siempre los de derechas como Milton
Friedman. Según Fuentes Quintana la izquierda tenía buenos economistas, de
derechas, como después se ha más que demostrado. Por eso fue posible ese pacto.
Que en 1977
la economía española estaba en crisis, evidente. La española y la de todo
occidente. La brutal elevación del precio del petróleo había trastocado los
parámetros en que se basaba la economía internacional. Lo que ya no es tan
evidente es que las medidas que se adoptaron en los Pactos de La Moncloa fuesen
la única ni la mejor forma de remontar la crisis. Las elevadas tasas de
inflación eran la expresión de que ningún grupo social estaba dispuesto a
soportar el coste. La batalla se zanjo con la derrota de los trabajadores. Se
aprobó una política de rentas que limitaba las retribuciones de éstos,
sustituyendo la referencia a la inflación pasada por la inflación prevista,
mientras se liberalizaban a través de los tipos de interés, las rentas de
capital y los beneficios empresariales. El chantaje empleado fue que peligraba
la democracia.
En realidad
la crisis energética sirvió de coartada en casi todo el mundo para una
involución en materia social y económica, con el consiguiente ascenso del
neoliberalismo económico que fue haciéndose progresivamente hegemónico. Basta
echar un vistazo a las series de los costes laborales unitarios en términos reales
para confirmar lo dicho. Desde mediados de los setenta los índices que hasta
entonces se mantenían más o menos constante comenzaron
a descender hasta nuestros días. Los salarios reales han venido creciendo menos
que la productividad, con lo que la redistribución de la renta ha ido
evolucionando año tras año en contra de las rentas de trabajo y a favor del
excedente empresarial. Pero si ésta ha sido la norma en casi todos los países,
en el nuestro la tendencia según indican las cifras ha sido más acentuada,
añadiéndosele un agravante, que al salir de una
dictadura nuestro estado social era incipiente.
Y ello nos
conduce a la segunda conmemoración. La de los socialistas en Vista Alegre.
Veinte años después. Zapatero ha afirmado que hay que aprender de los errores,
y que en el futuro, en ese partido, no habrá sitio para los aprovechados. Al
margen de que la palabra aprovechado no es la más exacta para calificar la
corrupción de la época socialista, el problema radica en que centrarse en la
corrupción económica, con ser ésta muy grave, es desviar el tiro e incluso la
diana. El gran error, la monumental decepción que hemos sufrido muchos de los
con el mayor entusiasmo colaboramos con ese primer gobierno socialista ha sido
el de la corrupción ideológica, el comprobar cómo el gobierno y el partido
quedaban apresados en la tela de araña de los poderes fácticos y escuchaban el
canto de sirena de las fuerzas económicas.
El discurso
se fue transmutando e incorporando casi todos los axiomas y principios del
neoliberalismo económico, y la política, en especial la política económica que
se iba realizando, no se separaba un ápice de la que hubiera podido
instrumentar un partido de derechas. De hecho era habitual en los últimos
tiempos de mandato socialista reprochar al PP que no tenían programa, y era
verdad, su programa lo estaba aplicando el PSOE. Y si en los primeros años del
gobierno del PP éste apenas tuvo que implementar medidas antipopulares y pudo
vivir un idilio con los sindicatos fue porque se sentía muy cómodo en el traje
que había heredado del PSOE. Nicolás Redondo, que no ha asistido a la
celebración de Vista Alegre, sí ha escrito un extenso artículo en el diario El
Mundo que no tiene desperdicio. Resulta como mínimo chusco escuchar a Felipe
González recriminarle al PP su fundamentalismo de mercado, porque si éste llegó
a España fue de su mano.
Los
artífices del Pacto de La Moncloa afirman que la España de 1982 era mejor que
la de 1977, y los que el domingo vitoreaban en Vista Alegre piensan que nuestro
país avanzó mucho desde 1982 a 1996, y seguro que los muchachos del PP están
orgullosos de los avances producidos desde 1996 hasta nuestros días. Puede ser
que todos tengan razón, pero puestas así las cosas también los franquistas
podían ufanarse de lo que España había avanzado en las dos últimas décadas. Las
tasas más elevadas de crecimiento económico tuvieron lugar en los años sesenta.
El tema no es ese. Hay algo que se llama desarrollo, ciencia técnica. Todos los
países, al menos los desarrollados, han evolucionado, avanzado y modernizado en
los cincuenta últimos años. Sólo faltaba que a estas alturas nuestra economía
estuviese anclada en 1931.
El problema
es otro. Lo que hay que cuestionar es el modelo de crecimiento y desarrollo.
¿Quién ha soportado el coste y quién se ha beneficiado de ese crecimiento?
¿Cómo ha evolucionado la distribución de la renta? ¿Qué mercado laboral hemos
configurado? ¿Qué sector público tenemos, o más bien no tenemos? ¿Por qué
dedicamos a gastos sociales seis puntos menos del PIB que la media de los
países europeos?
Desde la izquierda no podemos
estar demasiado orgullosos, y lo que es peor hemos perdido toda esperanza de
que las cosas puedan ser de otra manera. No dudo que el PSOE de Zapatero si
alguna vez llega al poder, tenga especial cuidado con los casos de corrupción,
convencidos como están de que fue ésta la que les hizo salir del gobierno, pero
lo que ya no me creo es que vayan a cambiar de política económica. Todo apunta
en dirección contraria. El 28 de octubre del 82 pudo ser y no fue. Me temo que
por lo menos en mucho tiempo tampoco será.