Un
nuevo partido
Coincidiendo con la
campaña electoral, ha aparecido el anuncio de un nuevo partido político. No es
la primera vez. La historia se repite, y también se repite en las tertulias y
en los medios de comunicación la consabida pregunta: ¿Hay espacio político para
ello? Siempre he contestado lo mismo. Lo que sobra es espacio político; la
sociedad española es sin duda mucho más variada y heterogénea que el estrecho
margen definido por los dos partidos nacionales. Son muchos ciudadanos, supongo
que cada vez más, los que no se identifican ni con el PP ni con el PSOE.
Resulta absurdo
pretender encerrar todo el espectro ideológico liberal y conservador en una
única formación política. Seguro que una gran parte de los votantes del PP se
ven reflejados poco o nada en la ultraderecha o en posturas confesionales y del
catolicismo ultramontano que un importante sector de este partido reclama. Y a
la inversa, es seguro (solo hay que escuchar
Y qué decir del
partido socialista. Las diversas piruetas de esta formación política han ido
dejando descolocados y sin referencia electoral a amplios colectivos. En un
principio, fue la mutación ideológica en materia económica y social, con el
correspondiente giro al centro, que conllevó el enfrentamiento con su propio
sindicato y el abandono en tierra de nadie de un inmenso espacio político.
Hubo, cómo no, distintos intentos de ocuparlo, sin que hasta el momento hayan
tenido éxito. Incluso IU parece haber fracasado en el objetivo, debatiéndose en
los momentos actuales entre desaparecer, convertirse en un apéndice del PSOE o
en un racimo de partidos nacionalistas.
Zapatero ha impuesto
la segunda conversión del PSOE. Si la primera, la instaurada por González, se
produjo en el ámbito económico-social, la segunda se desarrolla en la política
territorial. Se violenta una vez más la línea tradicional del partido. No es
chocante, por tanto, que hoy, lo mismo que ayer, se escuchen voces discrepantes
en esta formación política y se extienda en su interior el desasosiego y cierto
nerviosismo. Hoy igual que ayer, sin embargo, la gran mayoría se adaptará a la
nueva situación, y como nadie puede vivir en estado de mala conciencia
permanente, terminarán defendiendo, como si siempre hubiesen sido las propias,
las nuevas posiciones. Pero también hoy igual que ayer habrá quien no se
resigne e intente buscar otro espacio político.
Después de la
cabriola de Zapatero, es lógico que haya quien se sienta incapaz de dar su
apoyo al PSOE, lo que significaría hacerse cómplice de la segmentación del
Estado, pero se encuentre al mismo tiempo muy alejado del Partido Popular en
otros muchos aspectos distintos a la política territorial.
Espacio político, haberlo, haylo,
y no solo para un partido político, sino para varios. Pero entonces surge la
pregunta: ¿por qué han fracaso todos los ensayos realizados hasta la fecha de
crear otras formaciones políticas?, ¿por qué no se ha consolidado ninguna de
ellas excepto las nacionalistas?, ¿por qué miramos con desconfianza y
escepticismo la creación de este nuevo partido político? La razón hay que
buscarla no en la ausencia de espacio político, sino en la falta de espacio
electoral. Las reglas de juego, tanto jurídicas como económicas, priman de tal
forma a los dos grandes partidos mayoritarios que imposibilitan el
afianzamiento de cualquier otra formación política con vocación de extenderse a
todo el Estado. Solo los partidos nacionalistas circunscritos a sus respectivas
regiones gozan de los mismos privilegios. El tinglado está lo suficientemente
bien montado para que a nadie -de los que realmente
cuentan en el mundo político o económico- le interese el
cambio.
Bienvenida sea esta
nueva formación política. Saludémosla con simpatía, aunque la solidaridad
difícilmente puede privarnos de la clarividencia que por encima de todo
voluntarismo nos impele a considerarla como una misión casi imposible. Ojalá
nos equivoquemos y tenga éxito.