Los modernos del PSOE

Uno no sabe qué admirar más, si la ingenuidad de estos muchachos del PSOE o el cinismo de los ultraliberales que les están jaleando en esa disparatada idea de dotar de un tipo único al IRPF. Unos y otros convergen en los mismos sofismas. Todo se les va en decir y reconocer lo mal que está el impuesto y las muchas injusticias que comporta su configuración actual. Como si la mayoría de ellas no se hubiesen introducido con su aplauso y aquiescencia. Pero las dosis más altas de desfachatez se alcanzan cuando las injusticias actuales se utilizan como pretexto para proponer reformas que implican injusticias aún mayores.

Nadie me tiene que convencer de los múltiples vicios que aquejan hoy al IRPF. Desde hace muchos años vengo denunciando en la prensa las diferentes reformas emprendidas, todas ellas encaminadas a reducir progresividad y a disminuir la carga fiscal al capital y a los empresarios. Los males vienen de muy lejos, y no se circunscriben exclusivamente a la última reforma realizada por el PP, tal como nos pretende hacer creer Jorge Sevilla. Ésta es tan sólo un eslabón de una larga cadena que comienza con las reformas del 88 y 91 realizadas por el ahora entusiasta del tipo único Carlos Solchaga. Pero tales deficiencias no se van a corregir si continuamos introduciendo modificaciones en la misma dirección; y la propuesta que ahora nos hace el PSOE es más de lo mismo, sólo que a lo bestia.

Se dice, y con razón, que el IRPF ha quedado reducido a un impuesto sobre las nóminas. Algunos han tenido sumo interés en que sea así. No existe ninguna imposibilidad metafísica, ni siquiera de técnica tributaria para que las rentas de capital no tributen de forma similar a como ahora lo hacen las rentas de trabajo. Lo que ha existido es una clara voluntad tanto de los gobiernos del PSOE como los del PP para la discriminación. Propongamos, pues, medidas para corregirlo: eliminemos el trato de favor de que gozan las plusvalías en los momentos actuales, hagamos efectivo el régimen de transparencia fiscal de aquellas sociedades creadas con la única finalidad de eludir el IRPF, reformemos el impuesto de sociedades, dotemos de consistencia al impuesto sobre el patrimonio. Pero nada se corrige, sino que por el contrario se agrava, cuando lo que intentamos es que todas las rentas, sea cual sea su cuantía, tributen al mismo tipo.

No todas las nóminas son iguales. ¿Acaso los miembros de los Consejos de Administración, y los altos ejecutivos no cobran también sus emolumentos como rentas de trabajo personal? Si se publicasen las retribuciones de ciertos ejecutivos y profesionales nos quedaríamos bastante sorprendidos de las enormes desigualdades que hoy se dan incluso dentro de las rentas de trabajo. Pretender que quien cobra 200 ó 500 millones al año, tribute al mismo tipo que el que gana 3 millones, disfrácese como se disfrace, constituye un enorme agravio.

Es cierto que la pluralidad de tipos no garantiza sin más la progresividad del impuesto, pero no es menos cierto que un único tipo convierte al gravamen en proporcional, y que por grande que sea el límite exento tan sólo paliará levemente esta proporcionalidad, y jamás podrá sustituir a una tarifa progresiva.

En el artículo que publicaba el lunes pasado en El País el responsable de economía del PSOE, se entendía mal que señalase como una grave deficiencia del actual impuesto, el mínimo vital que la última reforma del PP había introducido como deducción en la base, para más tarde pretender justificar toda su fantasmagórica reforma en un límite exento, que no es más que lo mismo, sólo que con otro nombre.

Menos se entiende aún su tajante afirmación de que no es posible volver atrás. Desde luego, resulta imposible si se quiere mantener la complacencia del poder económico. Para ello nada mejor que seguir en la misma línea, eso sí, hablando de modernidad e innovación. Nada de pensamiento antiguo. Un nuevo modelo, tan moderno, tan moderno que retornamos al del franquismo, que por cierto también tenía límite exento.