Pon
las tuyas a remojar
En
las elecciones andaluzas celebradas la pasada semana tanto el PP como el PSOE
se han sentido vencedores. Resulta un tanto paradójico, porque lo cierto es que
los dos han perdido. El PSOE, es verdad, podrá continuar gobernando -que parece
ser lo único que le importa-, pero cautivo en buena medida de IU. Y, sobre
todo, permanece en el foso electoral en que lo arrojó Rodríguez Zapatero. Ha
pasado de conseguir 2.178.296 votos en el 2008 a 1.567.207 votos en los
comicios del pasado domingo. Una pérdida de más de 600.000 votos.
El
PP, por su parte, ha sido por primera vez el partido más votado en Andalucía,
pero de poco le va a servir, ya que no podrá gobernar, y además se ha roto la
tendencia ascendente iniciada con las autonómicas y municipales de mayo del año
pasado. Ha obtenido unos resultados muy por debajo de sus expectativas, incluso
con menos apoyos que en los comicios del 2008 (ha perdido 160.000 votos).
Podrá
objetarse que el descenso en el número de votos obtenido por ambas formaciones
políticas obedece al incremento de la abstención, pero es que precisamente esto
es lo que debería asustarles. La escasa participación tanto en las elecciones
andaluzas como en Asturias indica bien a las claras el rechazo de los
ciudadanos a la política seguida por los dos partidos y a una ley electoral que
consideran tramposa. Es más, hay que preguntarse cuántos de los que han votado
a una o a otra formación política lo han hecho convencidos o si, por el
contrario, la única razón de su apoyo radica en evitar que el otro partido
gobierne. Es decir, que votan al que consideran mal menor.
Rajoy
niega que las medidas adoptadas hasta el momento le hayan pasado factura. Cada
uno es libre de engañarse como quiera, pero cometería un gran error si pensase
que él puede aplicar sin coste la misma política que ha conducido al PSOE al
desastre electoral. La equivocación sería aún más grave si llegase a creer que
sus victorias, tanto en las elecciones generales como en las autonómicas o en
las municipales, obedecen a sus méritos y no a los deméritos del partido
socialista.
A
menudo, el presidente del Gobierno ha intentado justificar sus reformas
regresivas -por ejemplo, la laboral- recurriendo al apoyo que le han otorgado
los ciudadanos. En política, como en economía, hacemos traslaciones
incorrectas. El señor Rajoy gobierna, y lo hace legítimamente, porque su
formación política es la que más apoyo ha conseguido de los ciudadanos; ahora
bien, eso no quiere decir que cuente con el respaldo de todos los votantes, ni
siquiera de la mayoría. Conviene recordar que el número de votos que obtuvo el
20-N fue de diez millones ochocientos mil, alrededor de medio millón más que en
las elecciones de 2008. En otras palabras, el 44,62% de los que votaron. Y,
dado que la participación fue tan solo del 71%, en realidad el apoyo efectivo
que consiguió no llegó a ser ni del 32% del cuerpo electoral. Malamente, por
tanto, se puede interpretar su victoria como un cheque en blanco para hacer
todo tipo de reformas, tanto más cuanto que muchos de sus votantes lo fueron
precisamente para castigar al PSOE, por haber llevado a cabo reformas
similares.
También
sería un error creer que el número de ciudadanos que está en contra de la
reforma laboral se circunscribe a los que han secundado la huelga general. Son,
sin duda, muchos más. Unos porque no trabajan (parados, pensionistas, etc.);
otros porque en las actuales circunstancias laborales tienen miedo a
represalias y han optado por trabajar. Tampoco hay que descartar los que,
estando en contra de la reforma laboral, desconfían de los sindicatos y no
respaldan la huelga, sobre todo cuando lleva aparejada un coste monetario
importante en las condiciones económicas presentes. Los empresarios han venido
recordando la pérdida económica que la huelga representa; lo que no dicen es
que son los trabajadores quienes la asumen.
Quiera
o no el presidente del Gobierno, los comicios de Andalucía y de Asturias
representan un sonoro aviso para el PP. Según vaya transcurriendo el tiempo es
posible que a los ciudadanos se les termine por olvidar lo del anterior
gobierno y comiencen a fijarse exclusivamente en las reformas y ajustes del
actual. Y aquellos a los que no se les olvide quizá acaben absteniéndose o
votando a algún partido minoritario. En fin, Rajoy debería tener presente lo que
le ocurrió a Zapatero y recordar el dicho de que “cuando las barbas de tu
vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar”.