Europa y Escarlata O'hara

Seguro que todo el mundo recuerda aquel pasaje de “Lo que el viento se llevó” en el que la protagonista, Escarlata O’Hara, en plena cascada de calamidades, se evade exclamando: “¡Mañana será otro día!”. Una postura parecida, actitud del avestruz, suelen adoptar con respecto a Europa los mandatarios internacionales. Practican la huida hacia adelante. Salvemos lo de hoy como podamos y mañana será mañana. Han prescindido de las sociedades a las que representan y han querido llevar adelante, contra viento y marea, su programa, cerrando los ojos a las contradicciones y distorsionando la realidad. Pero tal actitud a lo único que puede conducir es a la acumulación de los problemas y a hacer más difícil la solución.

En los momentos actuales, las señales de los muchos despropósitos que lastran el proyecto y del rechazo que produce en los ciudadanos son cada vez más claras. Se afirma que la Unión Europea atraviesa una profunda crisis y quizás es verdad. No obstante, los mandatarios perseveran en la postura de siempre. Hagamos como si nada hubiese ocurrido, dejemos pasar el tiempo, mañana será otro día. Nada tan esclarecedor como la afirmación del presidente del BCE: la crisis de la Unión Política no cuestiona la Unión Monetaria. Es evidente que monsieur Trichet no ha entendido nada. El rechazo de los ciudadanos se dirige precisamente a la existencia de una unión monetaria, financiera, mercantil, sin que se de la unión social y política. Las sociedades van tomando conciencia de que el esquema trazado pretende cambiarles los Estados nacionales (anclaje de la economía del bienestar) no por un nuevo Estado, sino por un mercado y una moneda común, retornar en suma a la época del laissez faire, laissez passer.

El fracaso de la cumbre que acaba de celebrarse en Luxemburgo es síntoma, por una parte, de que los líderes europeos no saben cómo continuar con el plan, dadas las muchas contradicciones acumuladas; pero, por otra, no están dispuestos a replanteárselo y corregir todo lo necesario. La discusión presupuestaria es un buen ejemplo de la falta de consistencia en los planteamientos. Mientras que se amplía el mercado de quince a veinticinco países, con pretensiones de llegar a treinta, se reducen los recursos financieros de la Unión que debían de servir para reequilibrar las desigualdades, mucho más acusadas con la incorporación de los nuevos socios. Ningún Estado, por liberal que sea, mantiene un presupuesto del 1,27% del PIB. Bueno, pues hasta esa cantidad parece excesiva y se rebaja al 1,20%.

Pero no sólo es un tema de cantidad sino también de calidad. El presupuesto comunitario carece de toda lógica y se asienta en cimientos muy endebles. Comienza por no ser un verdadero presupuesto formado por impuestos propios pagados directamente por los ciudadanos y gastos y prestaciones asignadas también a ellos, sean del país que sean. Todo se hace y se discute en función de los saldos netos entre países, en razón de lo que cada uno aporta y recibe. Ello nos conduce a absurdos como los del cheque británico o que casi el 50% del presupuesto vaya a subvencionar a la agricultura.

Creo que los políticos han minusvalorado a las sociedades europeas. Resulta difícil creer que los ciudadanos vayan a renunciar a los derechos laborales y sociales conseguidos tras tantos años de lucha y sufrimiento. Si hasta ahora la protesta no se ha hecho más amplia y profunda es porque aún no se ha tomado plena conciencia de hacia dónde nos conduce el proyecto. Tengamos cuidado de que, al haberse identificado con él la casi totalidad de las formaciones políticas, el rechazo no se extienda al propio sistema democrático.