Desgravación
fiscal a la vivienda
Hace algunos días el
asesor económico del presidente del Gobierno sostuvo que el mayor error de la
política económica del Gobierno del PP fue el de no eliminar la desgravación
fiscal a la vivienda. Uno no puede por menos que mostrar su extrañeza. Cuesta
creer que desde las filas socialistas el principal reproche que se le pueda hacer a los gobiernos de Aznar en política
económica sea precisamente éste. Yo que Rajoy saldría con timbales y zambombas
a celebrarlo.
Resulta también
difícil de asimilar que desde el PSOE, a la hora de corregir la burbuja
inmobiliaria, se proponga como solución la represión de la demanda, y
concretamente de la demanda de la primera residencia, que es la que se desgrava
en el Impuesto sobre la Renta. Yo creía que de lo que se trataba era de
facilitar a todos los ciudadanos el acceso a una vivienda digna, tal como
señala la Constitución, y no dificultar su adquisición. En un
bien de primera necesidad como éste las actuaciones a la hora de reducir
precios deben realizarse por el lado de la oferta, especialmente evitando la
especulación del suelo, exigencia que también aparece explícitamente
encomendada a los poderes públicos en la Constitución.
Además, creo que el señor Sebastián yerra el
tiro cuando sitúa el origen del incremento de la demanda en la desgravación
fiscal, aunque sólo sea porque ésta subsiste desde la creación del IRPF y el
único cambio producido ha sido para reducirla, al aplicarla íntegramente en la
cuota en lugar de deducir los intereses en la base. Más acertado ha estado el
ministro de Economía al ampliar las causas a una serie de variables. Sin duda,
entre todas ellas destaca la de las modificaciones acaecidas en la
financiación. No es tanto que las cargas financieras sean ahora menores que
hace años, sino que parecen menores. Es posible que en los tipos reales no haya
demasiada diferencia, pero sí en los nominales y en la tasa de inflación. Con
tasas de inflación y tipos nominales altos, al principio las anualidades son
muy elevadas, pero se reducen rápidamente en términos reales. Ahora, por el
contrario, las anualidades en un primer momento pueden ser mucho más bajas,
pero en términos reales tampoco se deprecian, casi se mantienen en los
siguientes años. Todo ello unido a que las entidades financieras han alargado
la vida de los créditos, se crea el espejismo de que las cargas financieras son
menores.
En lo que el Miguel Sebastián puede tener
razón es en la conveniencia de eliminar la desgravación, pero en ningún caso
para dedicar menos recursos a esta finalidad social y por consiguiente para
debilitar la demanda, sino para canalizar las ayudas públicas de una forma más
objetiva y directa. Casi todos los que hemos tenido responsabilidades en
materia fiscal hemos considerado que la manera en que se venía instrumentando
la protección a la vivienda no era la adecuada. Si se hubiese dedicado la
cantidad de dinero que absorbía la deducción tributaria a políticas directas,
el resultado habría sido mucho más eficaz.
Dos graves inconvenientes posee
este gasto fiscal. El primero, su carácter regresivo. Se aplica a cualquier
contribuyente sea cual sea su renta; es más, aquellos con ingresos más elevados
son también los que pueden desgravarse en mayor cuantía. En segundo lugar, la
enorme propensión al fraude. La Administración tributaria es incapaz de
comprobar su veracidad, lo más que puede controlar es la existencia del crédito
hipotecario.
Sin embargo, ningún
gobierno ha sido capaz de cambiar el sistema. ¿Lo será el del señor Rodríguez
Zapatero? Si lo hace, que no sea para reducir la demanda, sino para todo lo
contrario, para conseguir que los fondos públicos dedicados a esta finalidad
sean más eficaces y, por tanto, sean muchos más los ciudadanos que puedan
acceder a una vivienda digna.