Mercado laboral basura

Desde hace muchos años se viene repitiendo que mejor un empleo malo que nada. Ya el felipismo lo coreaba con fruición, y el PP no precisa insistir demasiado en ello porque, de tanto repetirlo, se ha instalado como axioma en el acervo colectivo. Por eso los gobiernos se jactan de los empleos creados sin importarles mucho su calidad.

En esta aseveración, como en casi todas las del discurso neoliberal, se esconde una enorme falacia. Se confunde el plano individual con el colectivo. Es posible que un trabajador concreto, si no tiene otra alternativa, prefiera un puesto de trabajo por precario y mal pagado que sea a morirse de hambre; sobre todo si el poder político ha extinguido casi el seguro de desempleo, dejando sin protección a la mayoría de los parados. Pero a escala nacional, la alternativa a los empleos basura no tiene por qué ser el paro, sino empleos estables y bien retribuidos.

La cuestión radica en qué modelo de crecimiento escogemos y sobre qué parámetros lo fundamentamos. A la larga es difícil que subsistan compartimentos estancos en el mercado laboral. Los empleos basura, aceptados bajo el fatalismo de que más vale eso que nada, terminan contagiando a la totalidad del mercado y deprimiendo las condiciones laborales de todos los trabajadores. Poco a poco pero de manera inexorable, las empresas, incluso las más sólidas y rentables, van sustituyendo a los antiguos trabajadores por otros nuevos con condiciones infinitamente peores. Todos los meses, decenas de miles de personas entran en el mercado laboral, pero al mismo tiempo otras muchas –en número casi similar– salen, y las que entran lo hacen con peores condiciones que las que tenían las que salen.

Es frecuente ver en la prensa la noticia de regulaciones de empleo anunciadas por grandes empresas –las pequeñas y las medianas no aparecen en los medios de comunicación–, todas ellas con beneficios. Telefónica, Iberdola, Altadis, Siemens, Repsol, Planeta, etcétera, no están en la ruina precisamente; emplean este mecanismo para obtener mayores resultados o para trasladar el coste de errores en la gestión a los trabajadores o al Estado mediante el seguro de desempleo.

Las empresas citadas, como tantas otras y como antes los bancos, con distintos pretextos y aprovechando una legislación permisiva, lo que pretenden es librarse de unos costes laborales que consideran demasiado altos, aun cuando después tengan que sustituir a esos trabajadores. Pero, eso sí, las nuevas contrataciones se realizarán ya bajo condiciones y supuestos muy diferentes.

Las entidades financieras y grandes compañías han optado por la externalización de los servicios. En realidad se trata tan sólo de sustituir puestos de trabajo fijos y con condiciones adecuadas, por la contratación de Empresas de Trabajo Temporal y de otras empresas de servicios con empleos peor remunerados y mucho más precarios. Poco a poco el deterioro se extiende a todo el mercado laboral.

Por eso resultan tan relativos los análisis centrados exclusivamente en la evolución de las variables macroeconómicas sin considerar su composición, y por ello también resulta patético que algún ministro califique a España de locomotora de Europa. Nuestras tasas de crecimiento son superiores a las de Francia o Alemania pero inferiores a las de Grecia e Irlanda. En general, los países menos desarrollados de Europa crecen más que la media al tener también un mayor potencial de crecimiento.

Pero es que, además, nuestro modelo de crecimiento está basado en cimientos poco firmes. Nadie se refiere a la tasa de productividad, pero su reducido valor en los últimos años es señal inequívoca de que los empleos que se crean son de baja calidad, mal remunerados, sin aportación tecnológica y de capital. Nuestro modelo de crecimiento se fundamenta en el abaratamiento continuo de la mano de obra, lo que no es sólo negativo desde el punto de vista de los trabajadores –que al final somos la mayoría de la población–, sino también peligroso, especialmente ante la ampliación europea con la incorporación de países con los que será difícil competir si nos basamos exclusivamente en el reducido coste laboral.

Desde el Ministerio de Economía se pide que en los convenios colectivos los salarios no se liguen a la evolución del IPC sino a la productividad. En román paladino, se exige que continúen perdiendo poder adquisitivo. Seguimos apostando por lo mismo.