El
congreso del PP
Lo cortés no quita lo valiente, y la
discrepancia ideológica con casi todo lo que se ha dicho y aprobado estos días
en el congreso del PP, no es óbice para reconocer la calidad del gesto que ha
tenido el actual presidente del Gobierno. El gesto es tanto más de admirar,
cuanto que es gratuito. Hay quien modifica estatutos para permanecer, y hay
quien se va sin que le obliguen los estatutos.
Le obligaba su palabra, se me dirá, pero la
sociedad está tan acostumbrada a que los políticos digan "digo" donde
dijeron "diego", que Aznar muy bien hubiera podido volverse atrás y
justificar la rectificación en el bien de España y en el de su formación
política. Se podría haber sacrificado, presentándose a unas nuevas
elecciones, invocando - o que otros invocasen- lo necesaria que es su persona
para el país y para el PP.
Pero es que, además, la promesa se reducía
exclusivamente a no presentarse a una tercera elección como presidente de
Gobierno. La tentación surge de manera inmediata: la renuncia a ser candidato
no implica abandonar también la presidencia de su partido. Esta opción sería,
desde luego, desastrosa para el PP, tanto más si como es de prever gana las
elecciones generales. Estando en el poder, la bicefalia sólo ha funcionado en
el PNV y no totalmente, ahí está la escisión de Eusko
Alkartasuna.
Hay que reconocer que, al menos en esta
ocasión, Aznar ha sido clarividente y al mismo tiempo generoso. Su gesto, de
una gran honestidad, será, sin duda, bueno para la vida política española, lo
que no estoy tan seguro es que también lo sea para su partido. Todo depende de
cómo se realice la sucesión. No hay correspondencia entre la honestidad y la
rentabilidad política. Hace tiempo que lo descubrió Maquiavelo. La política no
pertenece al mundo del nóumeno sino del fenómeno, no de la cosa en sí, sino de
la cosa tal como se presenta. No en la realidad sino en la apariencia. Todo el
mundo admite que la buena salud de la democracia exigiría que el comportamiento
interno de los partidos fuese también democrático, pero al mismo tiempo se
premia la unidad y se castiga electoralmente, de forma muy severa, cualquier
atisbo de división o polémica interna.
Lo importante son las formas, las
apariencias, y si no ¿cómo explicar que la mayoría de los ciudadanos vote a
partidos cuyo programa y manifestaciones van en contra de sus intereses? Somos
el partido, se ha oído en el Congreso del PP, que baja los impuestos. Lo
dramático es que todos los partidos pelean por aparecer como el partido que
reduce la tributación, en el convencimiento de que esta postura aporta
rentabilidad electoral. La reducción impositiva, como casi todo en economía,
nunca es gratuita. Los ochocientos mil millones de pesetas anuales empleados,
según las propias estimaciones del Gobierno, en la última reforma del IRPF, no
se han podido destinar a otras finalidades, tales como pensiones, seguro de
desempleo, sanidad, educación, justicia, etcétera, o han tenido que obtenerse
elevando otros impuestos: casi siempre los indirectos.
Como es sabido, pero también casi siempre
olvidado, la diferencia entre impuestos directos e indirectos radica en que los
últimos abstraen de la capacidad económica del contribuyente, todos pagamos lo
mismo; mientras que en los directos, concretamente en el impuesto sobre la
renta, el criterio es progresivo, el porcentaje que se detrae de los ingresos
está en relación con la cuantía de estos.
Resulta bastante evidente, por la mera
estructura del impuesto, que el beneficio en toda rebaja del IRPF es tanto
mayor cuanto mayor es la renta del contribuyente. A título de ejemplo, podemos
afirmar que como resultado de la última reforma se destinaron 115.000 millones
de pesetas a repartir entre el 1% de los contribuyentes, aquellos cuyos
ingresos anuales superaban los 15 millones, unos 135.000; es decir que la
rebaja media de este colectivo fue casi de un millón de pesetas. En el otro
extremo, esta misma cantidad, 115.000 millones, se distribuyó entre el 52% de
los contribuyentes, unos siete millones, cuyos ingresos no superaban los 2,2
millones de pesetas. El beneficio promedio, unas 16.000 pesetas.
Los miembros del primer colectivo tienen
motivos para estar satisfechos. Por mucho que suban los impuestos indirectos
nunca llegarán al millón de pesetas. Una situación diferente es la de los
componentes del segundo grupo. Caro les va salir esas 16.000 pesetas. A poco
que se aumenten los impuestos indirecto, o algunas
autopistas se financien mediante peaje o se reduzcan las prestaciones
sanitarias, - por poner algunos ejemplos- para compensar el coste de la
reforma, es claro que saldrán gravemente perjudicados.
Si esta es la realidad ¿cómo es que la gran
mayoría de los ciudadanos saludan alborozadamente la promesa electoral de los
partidos para reducir el IRPF? Sencillo. Otras son las apariencias. Y son éstas
las que mandan. Todos los cañones informativos se aprestan espontanea y
prontamente a convencernos de la bondad de la medida. Y es que casi todos los
creadores de opinión están en ese colectivo, cuya renta es superior a los 15
millones de pesetas.