Mucho PSOE por
deshacer
Los
éxitos electorales en los partidos políticos comportan acumulación de poder y
ello genera unanimidad y acalla malas conciencias. El líder aparece entonces
como indiscutido e indiscutible. Por el contrario, los reveses en las urnas pueden
dejar a las formaciones políticas en la mayor de las indigencias, desatándose
entonces todos los demonios familiares y los reproches más severos.
Autocríticas que, por otra parte, suelen carecer de credibilidad porque
obedecen exclusivamente al resentimiento por el desenlace electoral pero que
cesarían tan pronto como el resultado fuese más propicio.
El
PSOE ha sufrido en las últimas elecciones (autonómicas, municipales y
generales) los mayores varapalos de su existencia, perdiendo elevadas cotas de
poder. Entra por tanto dentro de lo compresible que se levanten todo tipo de
tormentas internas. Quizás lo único novedoso se encuentra en la vaguedad y
confusión en los planteamientos, y en la falta de valentía en las posiciones.
Se dice, pero no se quiere decir; todos están de acuerdo con todos y afirman
poder suscribir el documento contrario, al tiempo que se tiran a la yugular de
los que lo han promovido. No obstante, quizás todo eso también sea compresible.
Primero, porque por mucho que se escuden en la batalla de ideas, lo que se está
dilucidando es una lucha por el poder interno. Segundo, porque unos y otros, de
alguna manera, han estado implicados en los errores que dicen querer corregir.
Y, tercero y principal, porque el único motivo de la autocrítica es el fracaso
electoral y no el convencimiento profundo de que el PSOE hace mucho tiempo que
dejó de ser un partido socialdemócrata.
La
crisis del PSOE es bastante más profunda de lo que ellos mismos piensan y están
dispuestos a admitir y, desde luego, se remonta más allá de
El
partido socialista años atrás había ido asumiendo, con la excusa de que era la
única política económica posible, los postulados del neoliberalismo económico
y, a nivel personal, sus dirigentes se habían dejado atraer por los encantos de
la clase económicamente satisfecha. Ante el paro, se aceptó que la solución
radicaba en desregular el mercado laboral; bajo el eslogan de que más vale un
empleo precario que un parado, se generalizó la contratación temporal y se
abarató el despido. Se suscribió la tesis de que lo privado era más eficaz que
lo público y se puso en marcha todo un proceso de privatizaciones. Se dio por
bueno el argumento de que para garantizar el Estado del bienestar era preciso
reformarlo, lo que en la práctica equivalía a reducirlo. Se defendió el axioma
de que solo se podía tener el sistema de protección social que pudiéramos
permitirnos, olvidando que no era un problema de margen ni de disponibilidad
financiera, sino de decisión política; todo dependía de la presión fiscal que
se quisiera mantener. Se optó --por lo menos desde principios de los años
noventa-- por reformas fiscales que no solo limitaban la suficiencia del
sistema sino que redujeron fuertemente
Esta
transformación del partido socialista, que implicaba cambios profundos en el
discurso y en el ideario, no se realizó ciertamente sin que surgieran
resistencias y sin que muchos de sus dirigentes no tuvieran que acallar su mala
conciencia al renegar de las que habían sido hasta entonces sus creencias; pero
las satisfacciones del poder y la promiscuidad con las fuerzas económicas
despejaron todo tipo de dudas. Las nuevas generaciones –los integrantes del zapaterismo– no han tenido, por el contrario, que realizar
ninguna reconversión; crecieron y se criaron en un PSOE ya deformado, y la
concepción de socialismo que mamaron se limita a una capa fina de progresismo
formada por mitos y tópicos sin apenas contenido. Es por ello por lo que el zapaterismo se ha caracterizado por la frivolidad, la
ligereza y la inconsistencia, dando bandazos de uno a otro lado para, según
soplase el viento, ofrecer un cúmulo de ocurrencias sin fundamento y sin
principios.
En
honor de la verdad, hay que afirmar que la transformación sufrida por el PSOE
no ha sido exclusiva de esta formación política, sino que ha afectado a casi
todos los partidos socialdemócratas europeos. Valga de ejemplo el SPD de Schröder o la tercera vía de Blair. La mayoría de la
socialdemocracia europea ha perdido el rumbo. Admitieron las reglas de juego de
sus enemigos y ahora se encuentran en una jaula, aunque esta para un gran número
de sus dirigentes sea de oro.
No
queda mucho PSOE por hacer. Lo que queda es mucho PSOE por deshacer. Lo que se
precisa es una refundación, destruir para volver a construir; desandar el
camino andado, retornar al origen; un renacimiento. No parece, sin embargo, que
nada de eso vaya a proponerse en el próximo congreso, ni que esta sea la
intención de ninguna de las facciones que lucharán por el poder. Como mucho, lo
que se planteará será la forma de recuperar los votos perdidos para conseguir
cuanto antes regresar al gobierno. Por otra parte, este último objetivo no es
demasiado difícil, dado el bipartidismo imperante y que antes o después el
Partido Popular cometerá graves errores; pero estaremos tan solo en una
alternancia ramplona de dos fuerzas políticas mas o menos conservadores, mas o
menos liberales pero muy lejos desde luego de poder hablar de socialdemocracia.