Air
Comet
Las Navidades han
venido acompañadas por la espantada de Air Comet. Se
repite el fiasco de Air Madrid de hace unos años. La historia es bastante
conocida. Suele manifestarse allí donde el pensamiento imperante logra nuevas
liberalizaciones. Los beneficios son para los empresarios privados, y el sector
público, los trabajadores y los consumidores tienen que asumir los costes.
Existen sectores económicos esenciales para la sociedad en los que resulta
utópico hablar de liberalización. La protección y el respaldo del Estado
resultan imprescindibles.
Quizás uno de los
problemas que arrastra la economía española es la de una clase empresarial
incapaz de la innovación y de correr riesgos adentrándose en sectores realmente
abiertos. Por eso nuestra balanza de pagos ha supuesto siempre un
estrangulamiento para el crecimiento económico. La mayoría de los empresarios
han preferido situarse en las aguas tranquilas de los mercados cautivos,
apropiándose de suministros y servicios en los que el respaldo del sector
público tuviese que estar presente. De ahí el éxito de las privatizaciones. Es
en esa simbiosis público-privado donde algunos ganan siempre, sobre todo si
mantienen buenas conexiones con el mundo político.
El señor Díaz Ferrán
ha sido –al menos en los últimos años– un buen exponente de este colectivo. En
los gobiernos de Aznar consiguió hacerse con su compañía aérea y que la SEPI le
adjudicase Aerolíneas Argentinas, propiedad de Iberia, recibiendo 955 millones
de euros que, según el Tribunal de Cuentas, no destinó a su finalidad: compra
de aviones, amortización de deuda, ampliación de capital. En su contencioso con
el gobierno argentino reclamó la ayuda de papá Estado, y desde 1996 el sector
público le financia, mediante la deuda que mantiene con la Seguridad Social,
por un importe de 16 millones de euros. Su compañía de autobuses también ha
precisado del apoyo del gobierno regional, bien es verdad que él ha sabido
corresponder con sustanciosas aportaciones a las fundaciones del Partido
Popular.
Ahora la aventura ha
terminado. Los trabajadores se quedan en el paro y ni siquiera saben si van a
poder cobrar lo que se les adeuda. Caja Madrid, de quien Díaz Ferrán era
consejero, ¡oh, paradoja!, se verá en dificultades para poder recobrar su
crédito y siete mil viajeros, la mayoría emigrantes, pierden sus billetes y ven
trastocados todos sus planes en unas fechas especiales. Una vez más, el sector
público, es decir, todos los contribuyentes, ha tenido que aportar recursos
para paliar las situaciones más duras.
El ministro de
Fomento ha hecho declaraciones defendiendo la actuación del Gobierno, pero sus
propias palabras indican lo contrario, que no se tomaron a tiempo las medidas
adecuadas y que se permitió a Díaz Ferrán, quizás por su condición de
presidente de la patronal, ir demasiado lejos. Según el ministro, el 6 de
noviembre se planteó revocar la licencia a la compañía pero se acordó “no
hacerlo público para no perjudicar a nadie”. Se ha perjudicado a los
consumidores que, de haberlo sabido, no hubieran adquirido los billetes y,
colateralmente, a los contribuyentes.