Mediocracia, primarias y Partido Popular

Los periodistas y los distintos medios de comunicación son propensos a referirse a la partitocracia, denuncian frecuentemente la dictadura de los partidos políticos y la ausencia de democracia interna que padecen, dominados despóticamente por los aparatos. No les falta razón, pero me temo que a la hora de dar soluciones equivocan la receta, de manera que de seguir sus consejos la situación sería infinitamente peor.

Bastante más peligrosa que la dictadura de los partidos es la de la prensa. Si la democracia está ausente de las formaciones políticas, mucho más, de los medios de comunicación social. No parece que los directores de los periódicos o de los programas radiofónicos o televisivos se elijan por votación de los trabajadores, y mucho menos de los lectores u oyentes. Desde la prensa se argüirá que ellos se someten a diario a un proceso electoral, el del mercado, el de los consumidores que pueden o no comprar el diario o cambiar de dial. Pero el argumento es falaz, porque con la misma razón los partidos políticos podrían afirmar que ellos también se someten periódicamente al veredicto de las urnas, también a ellos pueden y no pueden votarles. En uno y otro caso la libertad del ciudadano queda restringida a escoger entre productos iguales, a elegir entre la coca-cola y la pepsi-cola.

La libertad de prensa y de información se ha convertido en un espejismo que tan solo sirve de coartada a unos cuantos privilegiados que, sin ningún título, pretenden imponer sus tesis a la sociedad. A la mayoría de los periodistas les resulta bastante difícil, por no decir imposible, mantener posiciones contrarias a la dirección del periódico y a los poderes económicos que se encuentran detrás; si quieren vivir y prosperar, no tienen más remedio que abdicar de sus propias ideas y personalidad para asumir dogmáticamente la ortodoxia del medio y defenderla militantemente.

La postura despótica de los medios no queda restringida a su vida interna sino que se proyecta hacia el exterior. Aspira a condicionar las estructuras sociales, entre otras formas a través del control de los partidos afines, marcando sus comportamientos y actividades. Es más, cuando alguien desde la dirección de esa formación política intenta mantener una cierta independencia le hacen la guerra hasta que logran desbancarle. Si no lo consiguen, usan sus cañones propagandísticos para pregonar que en ese partido no existe democracia interna, denuncia que, por supuesto, no lanzaban cuando les hacían caso.

Al menos durante estos últimos cuatro años una serie de medios que están en la mente de todos han condicionado de forma llamativa las actuaciones del Partido Popular, y no resulta descabellado afirmar que han sido causantes en buena medida de que perdiese las últimas elecciones. Pero, curiosamente, tras los comicios se han lavado las manos, sin asumir responsabilidad alguna. Por el contrario, se han erigido en jueces y la han exigido a los demás, dispuestos a aupar como líderes alternativos a sus candidatos para, de esta forma, seguir mandando y pontificando dentro de esa formación política. La campaña contra los que se oponen a sus dictados es feroz y cuando se han sentido impotentes para cambiar según sus conveniencias la dirección, han comenzado a gritar reiteradamente que no existe democracia interna.

El último truco que están empleando es el de propugnar primarias de cara a las próximas elecciones. La celebración de primarias ha tenido siempre buena prensa. Se ha tomado como signo de participación popular y de mayor democracia. No participo de tales ideas. Cuando hace ocho años la practicó el PSOE, ya planteé que todos estos argumentos escondían una falacia y que, lejos de incrementar la democracia, propiciaban el caudillismo.

Ese discurso mendaz que pretende poner como ejemplo a EEUU y que declara contemplar con envidia su proceso electoral parte de un error de fondo. Al margen de que no parece haber muchos motivos para envidiar la democracia norteamericana, resulta incoherente hablar de primarias cuando no existen las secundarias. A diferencia de EEUU, nuestro sistema electoral no es presidencialista ni mayoritario, sino parlamentario y proporcional, aun cuando la proporcionalidad acabe adulterada por la Ley D’Hont y, sobre todo, por la circunscripción provincial. En nuestro país las elecciones en sentido estricto no son para elegir al presidente del Gobierno, sino para escoger diputados que a su vez designarán a aquel.

Es verdad que en la práctica se juega con un equívoco, ya que todos los partidos designan a su candidato a presidente del Gobierno, aun aquellos que por ser minoritarios no tienen ninguna probabilidad de gobernar. Un equívoco y una corruptela que vienen muy bien a los partidos mayoritarios porque de esta manera se lanza a la opinión pública el falso mensaje de que la contienda se reduce únicamente a dos opciones, aquellas que tienen posibilidad de formar gobierno.

Las primarias además acentúan uno de los principales defectos de nuestro sistema electoral, el caudillismo, diluyendo todo poder colegiado y concentrándolo en una sola persona. Una constante de los autócratas es su pretensión de entenderse directamente con las masas, prescindiendo de instituciones y autoridades intermedias. Ellos y el pueblo. Son partidarios de las consultas populares, de referéndum. Se produce la paradoja de que lo que a primera vista puede parecer signo de democracia y de participación popular se convierta en un instrumento de absolutismo.

Dentro de una formación política, ¿quién osaría poner límites y equilibrar la autoridad de quien fuese elegido por todos los afiliados? Tal vez el poder del aparato habría desaparecido, pero para ser sustituido por el de una única persona. Por el contrario, antiguamente, en sus orígenes, y en aquellos partidos que aspiraban a un juego más democrático, la dirección era fundamentalmente colegiada. No había ni presidente ni secretario general, sino simplemente “primer secretario”, elegido por el resto de la dirección y como un primus inter pares.

Lo que sin duda se incrementaría de manera notable con la introducción de elecciones primarias en las formaciones políticas, al igual que con las listas abiertas, sería el poder de la prensa y de los medios de comunicación que podrían favorecer de forma decisiva a unos candidatos frente a otros. No sé si desaparecería la partitocracia, pero de lo que estoy seguro es que se instalaría la mediocracia en mayor medida de lo que lo ya está.