Financiación autonómica

Fue el propio Presidente del Gobierno, quien con satisfacción anunció la existencia de fumata blanca respecto al nuevo acuerdo de financiación autonómica: "Todos ganan". Soy bastante remiso a visiones tan optimistas. En materia de dinero casi siempre nos encontramos con sistemas de suma cero. Si unos ganan es porque otros pierden. No dudo que todas las Comunidades Autónomas hayan resultado agraciadas; de ahí la complacencia mostrada por cada una de ellas, aunque, eso , han regateado hasta el último momento. Tal vez sea precisamente ese el peligro, porque si todas han ganado, es que con toda seguridad el Estado ha perdido. "El hombre se empobrece para tener un dios rico" afirmaba Feuerbach. En nuestro sistema político, el Estado se va empobreciendo día a día para que las Comunidades Autónomas sean cada vez más opulentas.

Reconozco que, hoy por hoy, no es políticamente correcto dudar de la bondad del estado de las autonomías. Estoy seguro, sin embargo, que antes o después comenzaremos a interrogarnos si en ese intento de resolver dos problemas, no hemos creado otros quince, sin que por supuesto hayamos solucionado los anteriores

En cualquier caso y de lo que no cabe ninguna duda, es de que el estado de las autonomías es caro, y ha colaborado fuertemente a la expansión del gasto público, restando recursos a la política social. La aparición en cada autonomía de una clase política propia que tiene como primera finalidad justificarse y afianzarse, ha generado necesidades ficticias y un exceso de burocracia; burocracia seleccionada, las más de las veces, de manera que poco tiene que ver con los criterios objetivos de la función pública, y mucho con las lealtades políticas y personales y, con la concesión de prebendas a los afines.

Desde el inicio, el esquema de reparto atribuía al Estado la asunción del déficit histórico y del stock de deuda pública, y a las comunidades se les transfería financiación por el coste íntegro de los servicios. Ello no fue óbice para que las autonomías comenzasen muy pronto a incurrir en déficit y a endeudarse, a la vez que reclamaban del Estado mayor financiación.

Se crean así situaciones paradójicas, al mismo tiempo que hirientes. En la mayoría de los casos, los empleados públicos del Estado han visto cómo sus homólogos de las Comunidades Autónomas conseguían retribuciones más elevadas. Caso típico es el de la sanidad; por no hacer referencia a los puestos de trabajo ofrecidos hace escasos días por la Cámara de Cuentas de Madrid con sueldos que doblaban a los de la Administración Central. Ni que decir tiene que la mayoría de los funcionarios de la Intervención General de la Administración del Estado se presentaron al concurso. Mientras que el gobierno central racanea con las pensiones o con el seguro de desempleo, la Comunidad de Madrid anuncia que subvencionará la estancia en hoteles a los familiares de los vecinos de la Villa.

Donde había un ministro, han surgido diecisiete, porque cada consejero autonómico se cree tan importante como el ministro de turno, y con derecho al mismo sueldo y a las mismas prendas, sino mayores. Y lo mismo cabe afirmar de los directores generales.

La presión autonómica acerca de una mayor financiación surge con más fuerza cuando el gobierno central se encuentra en minoría y necesita los votos de un partido nacionalista. Pero no desaparece del todo, como vemos con el acuerdo firmado, ni cuando estamos en presencia de esa situación nada deseable de la mayoría absoluta. También los partidos estatales se ven constreñidos por los barones autonómicos y por las necesidades electorales en las respectivas Comunidades Autónomas. El consenso sólo se logra poniendo dinero encima de la mesa; recursos que se detraerán de las arcas del Estado, y casi siempre de la política social, que es de las pocas competencias que aun mantiene la Administración Central.