Revisión
de las previsiones macroeconómicas
Al leer la tragedia de Esquilo "Los
siete contra Tebas", siempre asocio las lamentaciones que el rey Eteocles, defensor de la ciudad, lanza al inicio de la
obra, con el discurso de los gobiernos en relación con la coyuntura económica.
Si logramos el éxito, afirma Eteocles, la gente dirá
que la causa de ello es un dios, pero si al contrario ocurre
un fracaso las críticas y reproches serán para los gobernantes. Los gobiernos
actuales razonan a la inversa, cuando la coyuntura va bien se debe a su pericia
y buen hacer, pero si llegan las vacas flacas, siempre existe un agente externo
al que echar las culpas.
Hace unos días el Gobierno del PP, tras resistirse
largo tiempo, no ha tenido más remedio que revisar a la baja su cuadro
macroeconómico. Eso sí, se ha apresurado a advertir de que la causa estaba en
el contagio de la desaceleración de la economía americana. Lejos quedan las
épocas de gloria en las que se ufanaba de haber terminado con los ciclos y de
haber inventado, cual piedra filosofal, el círculo virtuoso. Entonces sí, todos
los méritos eran suyos y sólo suyos.
En realidad, nada tiene de inusual este
comportamiento. Debe de ser una constante de todos los gobiernos. Por
desgracia, existe un sobrentendido en el lenguaje político. La verdad o la
mentira tienen poca relevancia; lo realmente importante es el objetivo: por
parte del gobierno, convencer a la sociedad de lo bien que lo está haciendo y ocultar
cualquier tipo de error; por parte de la oposición, todo lo contrario. Y en
esos dimes y diretes todo se permite, la ocultación, los trucos, las fullerías,
las falsificaciones, la exageración.
No es extraño por tanto, que el Gobierno en
materia económica intente engañarnos. Resulta alarmante, sin embargo, que se
crea sus propias mentiras, y termine por no distinguir lo real de lo
imaginario. Se pasa entonces del oportunismo al fundamentalismo, y éste siempre
es mucho más peligroso, porque peligroso es perder el contacto con la realidad.
Tanto han repetido los aciertos de su política económica que han llegado a
creerse que habían solucionado, y para siempre, los problemas económicos de
nuestro país. Por eso se negaban contra la evidencia y las previsiones de todos
los organismos a revisar sus cifras macroeconómicas, y cuando no han tenido más
remedio, lo han hecho con parquedad.
Más significativa aún es su negativa a
revisar el objetivo de déficit público. Para los responsables económicos no
parecen existir los estabilizadores automáticos, rebajan el crecimiento
previsto y, sin embargo, mantienen las previsiones de recaudación. Cuadrar el
círculo. Y es que, de verdad, piensan que han desterrado los desequilibrios
presupuestarios. Lo malo de los maquillajes y de las trampas es que, una vez
realizados, nos desentendemos de ellos y consideramos que podemos mantenerlos
indefinidamente.
El Gobierno se ha olvidado de los ingresos
por privatizaciones y de cómo se han aplicado a sufragar los resultados
negativos de las empresas públicas en pérdidas. Éstas subsistirán, mientras
aquellos se van extinguiendo. Se olvida también de que gran parte del gasto
público se ha transferido a sociedades instrumentales, eliminándolo así del
déficit. No tiene en cuenta las deudas embalsadas en empresas o entes públicos,
que antes o después deberán imputarse a presupuestos. No considera, por último,
que en épocas de boyante crecimiento y bajos tipos de interés resulta
relativamente fácil contener el déficit público, pero que la situación cambia
tan pronto como se modifica una u otra de estas variables.
El peligro de que el Gobierno se crea que ha
acabado con el déficit público radica en la alegría con la que está utilizando
las rebajas fiscales -poniendo en peligro la suficiencia del sistema-, cuyos
resultados negativos aparecerán tan pronto como el ciclo económico inflexione o se haga imposible mantener el maquillaje
actual.
El Gobierno juzga mérito suyo la contención
de la inflación, sin percatarse de que el incremento de los precios se ha
situado en toda Europa a niveles muy reducidos, como consecuencia de haberse
agotado el impacto de la unificación alemana y de la reducción de los tipos de
interés. Mira para otro lado, sin embargo, cuando se plantea el auténtico
problema de nuestra economía, la diferencia en las tasas de inflación con
respecto a las economías europeas, originado por nuestra deficiencia en
estructuras productivas, situación que adquiere mucha más gravedad al movernos
en una zona, como la del euro, de tipos fijos de cambio.
El Gobierno soluciona todo con la afirmación
de que crecemos más que la media europea, pasando por alto que igual
comportamiento adoptan los otros países pobres de la Comunidad y que ésa ha
sido siempre la tendencia en los momentos altos del ciclo, para presentar
peores tasas en las épocas de recesión.
En una postura ingenua el Gobierno entiende
que la sobrevaloración de las empresas en los mercados financieros va a
alargarse de modo indefinido, y que se van a poder mantener siempre las
excepcionalmente bajas tasas de ahorro de las familias.
El ciclo económico internacional pasa por
una situación delicada. No es fácil poder afirmar si nos encontramos en la
antesala de una recesión o simplemente en una etapa de bajo crecimiento, pero
lo que sí resulta evidente es que la economía mundial se asienta sobre bases
muy inestables y que, más pronto o más tarde, la burbuja especulativa se
pinchará. Mala será la posición española si confundimos la coyuntura con la
estructura, y en un cándido triunfalismo creemos que gracias a nuestra pericia
se han solucionado ya todos los problemas económicos.