Las
cuentas del gran capitán
No hemos logrado
saber aún el coste de los fastos y romerías que han acompañado la boda de don
Felipe y doña Leticia, y mucho me temo que jamás lo conoceremos. Lo que sí
hemos averiguado es la cuenta de la aventura de Irak: 60.000 millones de
pesetas. Claro que, a decir verdad, nos hemos enterado porque ha cambiado el
Gobierno, de lo contrario se habría transformado en la cuenta del gran capitán.
Uno de los
principios básicos de toda democracia es la transparencia financiera, es decir,
la obligación que tiene todo gobernante de explicar a la sociedad cómo emplea
los recursos públicos. La liturgia presupuestaria obedece a esa finalidad, pero
el exceso de información -debidamente
condimentada, además- y los tecnicismos
ocultan bastante más que lo que clarifican. La disparidad de agentes y
organismos públicos coadyuvan por otra parte a la confusión. Por ello, nunca
sabremos el coste global de la boda, y no nos habríamos enterado del de la guerra
de Irak de no haber cambiado el Gobierno.
Me parece estar escuchando al pequeño Bush,
el del pucherazo, farfullando un pésimo castellano e intentando convencer a la
opinión pública española de los enormes beneficios, lluvia de bendiciones y
dones, que se seguirían de nuestra participación en la contienda. Ahora ya está
claro el resultado: la vergüenza de haber sido cómplices de todo tipo de
atrocidades, algunos muertos dentro y fuera, y el haber derrochado 60.000
millones de las antiguas pesetas. No es cuestión de empezar a enumerar todas
las cosas que se podrían haber hecho con esos fondos. Necesidades no faltan.
Pero lo que se demuestra una vez más es que, cuando un gobierno tiene interés
en hacer algo, saca el dinero de debajo de las piedras, y la apelación a la
falta de recursos es tan sólo un eufemismo para indicar que la medida no es
suficientemente prioritaria en su política.
Se ha dicho que la política es el arte de lo
posible, pero algunos estrechan conscientemente el margen de esa posibilidad de
acuerdo con sus intereses, y disfrazan de imposibilidad aquello que no les
conviene. El retorno de las tropas de Irak ha demostrado que el margen de
actuación de los gobiernos es mucho más amplio de que lo que a menudo se
afirma. Es de alabar la audacia del actual presidente de Gobierno dando la
orden antes de que se desataran todo tipo de presiones y los cuervos comenzasen
a graznar anunciando los desastres que se derivarían de tal medida. Es una pena
que el Ejecutivo de Rodríguez Zapatero no adopte la misma postura en materia
económica, y haga oídos sordos a los profetas de la necesidad y de la
conveniencia.
Si la aventura ha costado a un país como
España 60.000 millones de pesetas, podemos preguntarnos cuál habrá sido el
coste total de la guerra y de la posguerra. ¿Cuántos ceros se precisan añadir?
¿Qué cifras fabulosas habría que manejar? ¿Cómo es posible que después
afirmemos que el Estado del bienestar es insostenible? Insostenibles son las
guerras y se mantienen. Con todo, el mayor costo de las contiendas no se
encuentra en los enormes recursos que en términos materiales absorben, sino en
el dolor que producen. ¿Podemos acaso sospechar el sufrimiento que se ha
generado inútilmente?
EEUU,
con la vista puesta en Irak, acaba de conmemorar el Día de los caídos. En
nuestro país, en Almería, el domingo pasado, se celebró también el Día de las
Fuerzas Armadas dedicado a rendir homenaje a los españoles fallecidos en eso
que tortuosamente llaman misiones de paz.
La paz casa bastante mal con el ejército. ¿Cómo se pueden calificar de misiones de paz las actuaciones en
Afganistán y en Irak? Las sociedades americana y
española, inflamadas de patriotismo, conmemoran a sus muertos. Sólo que los
muertos los ponen siempre los mismos. Ejército profesional. Seguro que la opinión
pública sería menos propicia a las misiones
de paz si a ellas tuviesen que ir el hijo de algún ministro, de algún
insigne tertuliano o director de periódico, o de algún banquero, en lugar de
los chicanos, ecuatorianos o los que no tienen dónde caerse muertos. Sería
sumamente interesante hacer un análisis de cuál es la extracción social de los
soldados profesionales.