La
crisis como coartada
En el artículo de la semana pasada señalaba cómo el
Banco de España pretendía utilizar la crisis económica para imponer
determinadas reformas de corte neoliberal, pero parece que el banco emisor no
es el único que intenta arrimar el ascua a su sardina. La presidenta de la
Comunidad de Madrid se ha puesto también a la faena.
Después del fracaso como francotiradora dentro de su
partido y una vez perdida la batalla en el congreso, ha decidido vengarse y
depurar a dos consejeros que consideraba traidores. Hasta aquí no diré que todo
bien, pero al menos que es congruente con los comportamientos a los que nos
tienen acostumbrados los políticos: la utilización de las instituciones y de la
Administración para sus fines personales. Pero lo que se sale de lo normal y
entra en el campo de la tomadura de pelo es que pretenda justificar la medida
revistiéndola de austeridad, como si la solución de la crisis económica
dependiese del sueldo de tres consejeros; porque de eso se trata únicamente, ya
que como es lógico el resto de los cargos y funcionarios permanecen idénticos,
si bien integrados en otras consejerías. Incluso es posible que ni siquiera se
ahorren tales sueldos, porque con seguridad se crearán figuras de viceconsejeros para responsabilizarse de los servicios de
las consejerías teóricamente desaparecidas.
Somos austeros en el chocolate del loro, pero al
mismo tiempo propugnamos una estación del AVE en Guadalajara carente de toda
utilidad, dado el servicio existente de cercanías, como no sea la de hacer
ricos a los dueños de los terrenos y urbanizaciones colindantes. En todo caso,
el reajuste de gobierno efectuado por la presidenta de la Comunidad de Madrid
parte de la idea, un tanto errónea, de que la crisis se soluciona restringiendo
el gasto público. La reducción, en la mayoría de los casos, no arregla nada y
en algunos incluso resulta contraproducente.
Por eso resultan tan injustificables las medidas
propuestas por el Gobierno central. La reducción de la oferta pública de empleo
lo único que va a conseguir es empobrecer aún más al sector público e
incrementar su ineficacia. Paradójicamente, dado el reclutamiento mediante
oposiciones, la incorporación del personal de la oferta pública ahora anunciada
se dilatará en el tiempo, y el efecto sobre el gasto público, si lo tuviese,
también. Aparecerá en el momento en que la situación económica será seguramente
muy distinta. Digo si la tuviese, porque la falta de funcionarios se compensará
en la mayoría de los casos, y eso es lo que está ocurriendo en la actualidad, con
la contratación de asistencias técnicas, es decir, con la externalización de
los servicios. El gasto público, lejos de reducirse, puede incluso
incrementarse y la objetividad y el control que deben presidir la función
pública se debilitará al estar en manos de empresas privadas. Por otra parte,
lo que menos se necesita en esta crisis, que en gran medida está caracterizada
por una contracción de la demanda, es que el sector público se convierta
también en un factor restrictivo.
Más sorprendente aún es la medida de privatizar,
aunque sea parcialmente, AENA. Se anuncia como una apertura de los aeropuertos
a la inversión privada, dando a entender que tal medida servirá para reducir el
déficit público o mantener el superávit. Una vez más, se utiliza un discurso
mendaz. Ni siquiera contablemente las privatizaciones afectan al déficit
público, ya que se trata de una venta de activos. Los recursos privados que se
canalicen a los aeropuertos no se dirigirán a otras inversiones por lo que,
desde el punto de vista macroeconómico, en principio no hay por qué suponer que
vaya a tener efecto alguno sobre la crisis económica.
Lo que sí se va a producir es otro tipo de efectos.
Un servicio público estratégico y de gran importancia para la sociedad se
desliza a manos privadas, con lo que ello conlleva de riesgo. Además, es de
suponer que el capital privado pretenda obtener los mayores beneficios
posibles. En un sector que funciona como monopolio y en el que no es posible la
competencia, no se ve la ventaja de que participen las empresas privadas. Solo
servirá o bien para que se deterioren las prestaciones o bien para que aumenten
los precios que se cobran a las compañías aéreas, que han puesto ya el grito en
el cielo. Se temen que los cánones que pagan a los aeropuertos aumenten; pero
la verdad es que al final los terminaremos pagando los consumidores vía precio
de los billetes.
El Gobierno también utiliza la crisis para sus
objetivos. Al lado de la entrada de capital privado en AENA, y como el que no
quiere la cosa, se propone la incorporación de las Comunidades Autónomas. Es un
paso más en el desmantelamiento del Estado. Se dificulta la lógica compensación
entre aeropuertos rentables y no rentables. Por mucho que se diga que este
último aspecto quedará a salvo, será imposible mantenerlo en cuanto los
gobiernos autonómicos entren en la gestión de sus respectivos aeropuertos. Son
los compromisos que Zapatero adquirió con algunas Comunidades Autónomas y que
ahora no sabe cómo resolver. Aprovechemos la crisis y pongámosla de coartada.
Pero en eso de aprovechar la crisis nadie gana al
Partido Popular. Para ellos la solución pasa por reducir el gasto público y
bajar los impuestos. Resulta imposible descubrir qué efecto va tener sobre la
actividad económica, ya que en principio ambas medidas se neutralizan. Es más,
muchas bajadas de impuestos a menudo se concretan en gastos fiscales, que en el
fondo son gastos públicos que se disfrazan de minoración tributaria. Hay, sí,
una diferencia sustancial, la de los colectivos afectados. La disminución del
gasto público afecta principalmente y en mayor medida a las clases bajas y
medias, mientras que de la bajada de impuestos se benefician casi siempre, de
manera más notable, los ciudadanos de mayor renta y las empresas.
No parece que nadie vaya a aportar soluciones
viables a la crisis económica. Bajo los presupuestos del neoliberalismo que
rige la economía actual, la solución de la crisis está fuera del control de los
gobiernos o de los políticos. Pero todos pretenden utilizarla para llevar el
agua a su molino.