Repetición
igual a demostración
Afirma Ramonet que
en la sociedad actual repetición equivale a demostración. Las afirmaciones
reiteradas, por el hecho de serlo, son tenidas por buenas, aceptadas
socialmente y terminan creando doctrina, de modo que parecen incuestionables.
Una de las frases más repetidas en los
últimos tiempos es la que proclama que España va bien porque nuestro
crecimiento es superior al de nuestros vecinos. En primer lugar, sería bueno
acudir al refrán popular: "Mal de muchos, consuelo de tontos", o a su
versión más racionalista: Mal de muchos, epidemia. Y una epidemia parece
haberse extendido por la economía internacional, la cual, a pesar de las
continuas voces de tranquilidad y confianza de los responsables políticos y económicos
de todos los países, está lejos de despegar.
Pero es que, además, hablar de países
vecinos o países de nuestro entorno es sin duda ambiguo. Es cierto que el
crecimiento de España ha sido superior a la media europea o al que han
experimentado economías como las de Alemania o Francia; pero también es cierto
que ha sido similar a los de Portugal y Grecia (la tasa media interanual de
incremento del PIB en el período 1996 - 2001 se ha situado en estos dos países,
al igual que en España, ligeramente por encima del 3%) y desde luego ha
resultado inferior al de Irlanda, cuya tasa media interanual para el mismo
periodo ha sido superior al 9%.
Son los países pobres de la Unión (Irlanda,
Grecia, España y Portugal) los que presentan un crecimiento mayor. Nada tiene
esto de extraño y mucho menos de meritorio. El potencial de crecimiento de los
países más atrasados es mayor, ya que mayor es la infrautilización de la
capacidad económica, en especial la mano de obra, con tasas de paro y de
población activa superiores e inferiores respectivamente a la media.
Por otra parte, aunque relacionado con lo
anterior, no conviene olvidar que el crecimiento económico se mide por los
incrementos del PIB, y que esta magnitud tiene mucho de convencional, hasta el
punto de ignorar toda producción y trabajo que no estén destinados al mercado.
La producción agraria, por ejemplo, dedicada al auto consumo no se incluye en
el PIB y, sin embargo, sí se refleja cuando el agricultor o el ganadero, en
lugar de consumir lo producido, lo venden en el mercado. Lo mismo cabe decir
del trabajo doméstico. El realizado por el ama de casa no se contabiliza, y
únicamente se recoge si esa misma tarea se lleva a cabo de forma asalariada.
Es normal, por tanto, que aquellos países
que parten de estructuras productivas más atrasadas y cuyos cambios están
siendo más intensos –por ejemplo, modernización del sector agrícola o
incorporación de la mujer al mundo laboral– presenten tasas de crecimiento
económico más altas que aquellos otros países que realizaron ya en el pasado
esas transformaciones. En cierta medida, tal diferencia en el crecimiento no es
real, sino fruto de las normas por las que se rige la contabilidad nacional.
Se aduce también reiteradamente que en
ninguno otro proceso de desaceleración económica nuestro país ha crecido a un
ritmo superior a la media europea, y se cita en concreto la crisis de los 90.
Las cifras parecen indicar lo contrario. La desaceleración económica se inició
en el año 1989 y el crecimiento en nuestro país ese año, el 90 y el 91 continuó
siendo superior al de Europa. Fue en el 92 y 93, en plena recesión, en la fase
más baja del ciclo, cuando la situación se invirtió; y en los momentos
actuales, por mucho que algunos se empeñen, no hay ninguna prueba de que
hayamos tocando fondo. Estamos aún en un proceso de desaceleración. Por otra
parte, no se ve la razón de que el comportamiento de la economía tenga que ser
distinto ahora de como lo fue entonces dada la similitud de las políticas
económicas.