Economistas
de cámara
Difícil tarea la de los economistas de
cámara. Tienen que explicar lo inexplicable y, antes o después, se quedan con
las vergüenzas al aire. La Unión Monetaria era, decían, una necesidad
ineludible para que Europa contara con una moneda fuerte capaz de competir con
el yen y especialmente con el dólar. En poco más de dos años el euro se ha
depreciado frente a estas monedas en más de un 20% y de un 30%, respectivamente.
Estupefactos tan finos estrategas, pero no
por ello amilanados, pronto se pusieron a forjar razones con las que justificar
por qué lo que no podía ser había sido. La faena, desde luego, no resultaba
sencilla, tanto más cuanto que el sector exterior norteamericano mantiene un
déficit crónico en contraposición al superávit de balanza de pagos que presenta
Europa. Lo lógico es que hubiese sido el dólar el que se depreciara.
Echaron mano del crecimiento económico. Si
la moneda americana se apreciaba era porque la economía de este país crecía más
que la europea. Eso sí, tuvieron buen cuidado de obviar cualquier referencia al
yen que hubiera desbaratado su tesis, ya que Japón bordeaba la recesión. Pero
la ingrata realidad está empecinada en dejarles en ridículo. La economía
americana cae en picado y el euro, lejos de recuperarse, continúa su senda
decreciente.
Tampoco les ha sido posible apelar al
argumento de los tipos de interés. La Reserva Federal reacciona con celeridad
reduciendo el precio del dinero, mientras el BCE se resiste a hacerlo. Es más,
como si un duendecillo juguetón pretendiese burlarse de cualquier explicación
lógica, cuando el otro día el BCE mantuvo en contra de lo que se esperaba el
tipo de interés, la cotización del euro de nuevo descendió. Su último recurso,
invocar las expectativas, siempre aleatorias. Todo menos aceptar la anarquía de
los mercados y reconocer el disparate de la Unión Monetaria, una moneda
virtual, sin Estado que la respalde.
La historia inacabada del euro se titula el
sólido libro que acaba de publicar Pedro Montes. Del euro aún no se ha dicho la
última palabra. Una diferencia de inflación de dos puntos apenas se nota al
principio; pero al cabo de 10 años, cuando no se puede modificar el tipo de
cambio, se traduce en una pérdida de competitividad del 22%. Algo que dificilmente una economía va a poder soportar.