La
economía de la victoria
Recuerdo
que en los años finales de la dictadura, en mis tiempos de profesor no
numerario de Introducción a la Economía en la facultad de Ciencias de la
Información, el catedrático de la asignatura, a punto de jubilarse, se
preguntaba qué clase de economía había sido la del franquismo. No era, por
supuesto, socialista, tampoco se podía calificar en sentido estricto de
capitalista. Era, concluía el viejo profesor, una economía recomendada. Quizá
sea esta la mejor denominación que cabe dar al sistema económico implantado
desde el primer momento por Franco. Una economía de vencedores, basada en las
recomendaciones, el tráfico de influencias, las licencias, la corrupción y la utarquía.
En
1939, tras la Guerra Civil, el panorama era desolador. La renta nacional a
precios constantes había retrocedido a los niveles de 1914, pero como el número
de habitantes era mayor hay que remontarse hasta el siglo XIX para buscar el
equivalente en la renta per cápita. La renta nacional del año 1935 no se
alcanzó hasta el año 1951, y la renta per cápita hasta 1954. Las
infraestructuras, tanto las ferroviarias como las de carreteras, habían quedado
muy dañadas. Se había perdido el 40% del parque de locomotoras y de vagones. Se
habían destruido 250.000 viviendas y otras tantas habían sufrido graves daños.
El deterioro, sin embargo, en los países europeos tras la Segunda Guerra
Mundial fue aún mayor, por lo que el retraso de nuestro país hay que buscarlo
más en el tipo de política económica que se aplica nada más acabar la
contienda.
El
modelo económico que comienza a desarrollarse en 1939, la autarquía, está sin duda en consonancia con los intereses
económicos de las oligarquías nacionales que pretenden protegerse de la competencia
exterior, pero obedece a algo más, a una filosofía política copiada del nazismo
y principalmente del fascismo italiano, que fundamentaba el poder de la nación
en la autosuficiencia económica. El comercio exterior quedó reducido al mínimo
indispensable. Las exportaciones se basaban principalmente en los productos
agrarios, con la excepción del wolframio
y, en menor medida, del tungsteno. Las importaciones se limitaban a aquellos
artículos necesarios de imposible producción en
España; y todas ellas estaban sometidas a un régimen de contingentes y
de licencias que otorgaba discrecionalmente el Instituto Español de Moneda
Extranjera y que posibilitó el enriquecimiento de los que tenían bastantes
influencias para conseguirlas.
Este
sistema se tradujo en un fuerte intervencionismo en la industria. Así, en
septiembre de 1939 se promueve un decreto que establece la necesidad de
autorización gubernamental para crear toda nueva industria o para modificar la
existente. En cuanto a la inversión extranjera, la ley del 24 de noviembre de
1939, de defensa de la industria nacional, limitaba al 25% la participación en
el capital social de las empresas. La política agrícola estuvo marcada por el
objetivo de deshacer las reformas agrarias efectuadas por la II República. El 1
de abril se crea el Servicio Nacional de Reforma Social de la Tierra, organismo
encargado de devolver las tierras a los grandes terratenientes. A pesar de que
la población activa en este sector había aumentado, la producción se redujo
sustancialmente con respecto a la de 1935. Varios factores contribuyeron a
ello: la mala distribución de la propiedad, la escasez de abonos y la
disminución experimentada por el stock de ganado de labor; a los que
vino a sumarse en 1940 la pertinaz sequía.
Las
dificultades económicas no se distribuyeron desde luego de igual manera. En primer lugar, entre vencedores y vencidos.
Estos últimos se encontraron con graves dificultades para mantenerse en el
mercado laboral y en muchos casos se vieron privados de sus bienes. Recuérdese
que todo el dinero emitido por la República fue declarado ilegal. En segundo
lugar, entre capital y trabajo. Los salarios pierden poder adquisitivo, lo que
contrasta con los grandes beneficios de bancos y empresas y con los enormes
negocios que algunos consiguen al pairo de esa economía recomendada a la que se
aludía al principio.