Irak y el dos de mayo

“Procure siempre acertarla el honrado y principal, pero si la acierta mal, sostenerla y no enmendarla”. El dicho de nuestro clásico se aplica perfectamente a la postura adoptada por los integrantes de la foto de las Azores. Parece increíble que, a estas alturas, se pueda seguir manteniendo la tesis de que ahora las cosas en Irak están mejor que antes de la guerra. Coincidiendo con el quinto aniversario, tanto Aznar como Bush se han reafirmado en sus antiguos tópicos y errores. Porque, ante todo, la invasión americana e inglesa fue una enorme equivocación.

Por supuesto que toda la operación se inscribe en las coordenadas más repudiables de la política internacional, pero posiblemente en eso no es muy distinta de otras muchas actuaciones. Lo que quizás la hace más singular es que resulta condenable aun desde las reglas más laxas de la realpolitik, y de los parámetros maquiavélicos. El gobernante más inmoral y cínico estaría obligado a reconocer que los resultados obtenidos son francamente catastróficos. El enorme sacrificio en vidas humanas, el dolor y sufrimiento generados y la ingente cantidad de dinero gastado no han servido para nada; todo lo contrario, desde todos los ángulos posibles se ha empeorado la situación. 

No solo es que no existiesen armas de destrucción masiva –lo que constituyó el pretexto para la invasión–, es que tampoco existía ninguna red de terroristas, y, sin embargo, ahora Irak se ha convertido en el refugio y campo de actuación de muchos de ellos. El terrorismo fundamentalista se ha incrementado y fortalecido, y extrae de la ocupación y de la del proceder de las tropas americanas y aliadas nuevos argumentos para sus actuaciones que tienen eco en todo el mundo islámico. La animadversión hacia EEUU ha aumentado en la mayoría de los países y el descrédito del Imperio va en aumento.

La situación en Irak con Sadam Hussein no era desde luego nada envidiable –ninguna dictadura lo es–, principalmente después de la Guerra del Golfo y del embargo decretado posteriormente por los países occidentales; pero es seguro que la mayoría de los iraquíes estarían muy dispuestos, si pudieran hacerlo, a borrar de la historia estos cinco años y retornar al momento anterior a la invasión. Sadam, es verdad, no respetaba los derechos humanos, aunque nada comparable con la violación de los mismos que están llevando a cabo durante este tiempo todos los bandos en liza. Con todo, lo peor es el futuro, ya que no se ve salida posible en el horizonte como no sea la guerra civil y un Estado fundamentalista.

Los enfrentamientos bélicos, porque de una auténtica guerra se trata, que estos días se están llevando a cabo en el sur del país entre la milicia chií y el ejercito iraquí, con la necesaria intervención de las tropas americanas, han dejado bien claro la debilidad del actual gobierno y la imposibilidad de mantenerse sin la ocupación extrajera. EEUU se encuentra acorralado en una verdadera trampa que Bush deja en herencia a su sucesor: Si invadir Irak resultó muy fácil, la salida va a ser tremendamente complicada. Es posible que el petróleo fuese la verdadera razón de la invasión, pero si fue así la equivocación ha sido formidable, porque lo único que se ha conseguido es crear total inseguridad acerca del suministro del crudo iraquí. 

La invasión de Irak puede ser el sumo analogado, el paradigma, de las equivocaciones y atrocidades cometidas por la política exterior de los países occidentales que están dispuestos a imponer la democracia a fuerza de misiles y cañonazos; pero, por lo mismo, hay otras intervenciones que, si no llegan al mismo nivel de barbarie, se le acercan. La situación en Afganistán y en los Balcanes se asemeja mucho a la de Irak. En ambos casos, la discrecionalidad y la arbitrariedad en las decisiones de las grandes potencias han sido patentes y con el pretexto de solucionar males se generaron males mayores. Ya no nos acordamos de los “daños colaterales”.

En Afganistán continúa imperando el caos, y el gobierno títere de EEUU controla tan solo una pequeña parte del país; las tropas internacionales se encuentran casi en estado de sitio y sometidas a combates continuos, y difícilmente se puede afirmar que están en misiones de paz y no como fuerza de ocupación. Y como fuerza de ocupación se está en Kosovo, imponiendo, contra toda legalidad y con la única razón de la fuerza, la división de un país. El papel de España no deja de ser paradójico: diplomáticamente no reconoce al nuevo Estado, pero sus soldados defienden su existencia con las armas.

El hecho de que el actual Gobierno haya traído de Irak a los soldados españoles, corrigiendo así los yerros del anterior, no le legitima para mantenerlos en Afganistán, Kosovo o el Líbano, ni parece lógico que, por ese mismo motivo, las voces que protestaron en su momento contra todas estas intervenciones callen ahora o incluso se deshagan en elogios ante los gobernantes actuales. Sacar las tropas de Irak no otorga patente de corso para otras actuaciones.

Nadie puede dudar de que si por algo se caracteriza el mundo en que vivimos es por no ser un oasis bucólico de felicidad y de paz. Hoy como ayer, las condiciones políticas en muchos países son execrables, los derechos humanos son pisoteados y la libertad es una utopía; pero ningún Estado, país o conjunto de ellos tienen las manos tan limpias como para arrogarse el derecho de constituirse en juez. Siempre quedará pendiente la pregunta de por qué se interviene en unos casos y no en otros.

Nos disponemos a celebrar con todo boato el doble centenario de los acontecimientos del dos de mayo, inicio de la llamada Guerra de la Independencia. Tal vez si reflexionásemos seríamos conscientes de que constituye un buen ejemplo de cómo la libertad y la Ilustración no se pueden imponer a base de bayonetas. En aquellos momentos, la sociedad española estaba anclada en la superstición, en la ignorancia, en la servidumbre y en el fundamentalismo; una sociedad que pocos años después gritaría llena de entusiasmo: “¡Vivan las caenas!”. El ejército de Napoleón era portador del desarrollo y el progreso, por eso la mayoría de nuestros intelectuales se afrancesaron. No parece que Pepe Botella, como le denominaron, hubiese sido peor rey que Fernando VII. Era francés, es verdad, pero ¿acaso no lo eran los Borbones?

“El corazón tiene razones que la razón ignora”, afirmó Pascal. Napoleón era quizás entonces el portador de la razón, pero los españoles tenían otras razones que surgían de la emotividad, del sentimiento y de la tradición. Una buena enseñanza histórica para los que quieren implantar la democracia a cañonazos.