El
impuesto de sucesión
Todos los partidos
han iniciado ya la carrera electoral de cara a las autonómicas y a las
municipales. No es de extrañar, por tanto, que comience también la competición
por ver quién anuncia más rebajas impositivas. El equipo de gobierno de Madrid
ha recordado el plan que lleva varios años ejecutando de progresiva reducción
del Impuesto de sucesiones y donaciones, y que culminará con la casi
eliminación de este tributo en el
No entraré en la controversia jurídica
acerca de si es o no constitucional la eliminación por parte de una Comunidad
Autónoma de un impuesto estatal cedido. Lo cierto es que, dada la fuerza
centrífuga que en estos tiempos incide sobre el Estado, no cabe la menor duda
de que cualquier Comunidad que se lo proponga va a dejar, al menos en la
práctica, sin efectividad este tributo. Es más, obligará al resto de
Comunidades a imitarla.
El equipo de gobierno de
Al mismo ritmo que se ha ido afianzado el
neoliberalismo económico, se ha generalizado una ofensiva en contra del
impuesto de sucesiones, lo cual no es de extrañar ya que esta figura tributaria
posee la mayor potencialidad redistributiva. La herencia constituye la mayor
fuente de desigualdad, una desigualdad radicalmente injusta porque no parece
equitativo que sea el nacimiento el que otorgue a algunos todas las
oportunidades y que a otros les cierre todas las puertas. Alguien tan poco
sospechoso como Alexis de Tocqueville señalaba la importancia que las leyes
sobre la herencia tienen a la hora de hacer una sociedad más igualitaria y más
justa.
El impuesto de sucesiones constituye uno de
los principales instrumentos en la tarea de paliar esta injusticia radical, al
tiempo que impide la acumulación progresiva de las riquezas en unas pocas
manos. Si no se cumplieron las previsiones de Marx acerca de la acumulación
capitalista fue porque el capitalismo supo reaccionar a tiempo e introducir en
su sistema correcciones importantes como la de una imposición progresiva. No es
de extrañar, por consiguiente, que hace aproximadamente cinco años ciento
veinte multimillonarios, a cuya cabeza figuraban Soros, Warren Buffet y William
Gates, el padre del creador de Microsoft, firmaran una carta pidiendo que no se
eliminase el impuesto de sucesiones tal como Bush había prometido.
Todos los hacendistas, hasta los más
liberales, han creído en la equidad de este impuesto. Es más, autores como Hayek o Mises
tendrían que aceptar que su prédica, acerca de que la economía de
mercado es el sistema más justo porque concede a todos igualdad de
oportunidades, hace agua ante la profunda desigualdad en el nacimiento, si no
hay instrumentos que la corrijan aunque sea mínimamente.
Los detractores del impuesto acuden a su
argumento preferido cuando se trata de atacar cualquier tributo progresivo.
Según ellos, sólo recaen sobre las clases medias, porque los muy ricos los
eluden con distintas artimañas; pero lo que no dicen es que han sido ellos
mismos los que han propuesto y permitido los agujeros legales que propician tal
elusión.