Anotaciones
presupuestarias
Una vez más, se han aprobado los
presupuestos con el apoyo de los nacionalistas, en esta ocasión, de los vascos
y gallegos, y una vez más el dinero del conjunto del país, sin razón aparente,
ha ido a parar a dos Comunidades. Que esto sea habitual siempre que el Gobierno
central no tiene mayoría absoluta no implica que renunciemos a gritar que esta
situación injusta, generada por nuestra ley electoral, debe terminar.
Es posible que penalmente no se le pueda
aplicar la calificación de cohecho, pero conceptualmente lo es. Se utiliza el
dinero de toda la nación en beneficio de un conjunto reducido de ciudadanos con
el único motivo de comprar votos. Los cantos de sirena de las minorías
nacionalistas vascas y gallegas sobre la responsabilidad en la gobernación del
país y sus declaraciones acerca de que los presupuestos del Partido Popular
serían peores, carecen de toda credibilidad desde el mismo momento en el que
ponen la mano.
Feuerbach afirmaba que “el hombre se
empobrece para tener un Dios rico”. El Estado español se debilita para engordar
a las Autonomías. Estas sangran a la Administración Central, pero después
despilfarran en competencias que no les pertenecen y se da la paradoja de que
retribuyen a sus funcionarios muy por encima de las remuneraciones de los
empleados públicos del Estado. No deja de ser contradictorio que mientras el
Gobierno compromete dinero para la ertzaintza, la
policía nacional y la guardia civil tengan que manifestarse porque sus
emolumentos son muy inferiores a los de las policías autonómicas. Tienen sin
duda toda la razón, lo que ocurre es que no son una excepción. Casi todos los
colectivos de funcionarios estatales han terminado por tener unas retribuciones
muy inferiores a los de las Comunidades Autónomas y a los de los Ayuntamientos,
cuando sus responsabilidades, preparación y méritos son bastante superiores.
Para constatar que el Estado se empobrece
solo hay que fijarse en la justicia. Por eso está bastante justificada la
protesta de la semana pasada de jueces y secretarios judiciales. Al margen de
lo que pueda haber de corporativismo y de la responsabilidad en que algunos
funcionarios concretos puedan haber incurrido en el caso Mari Luz, no se puede
por menos que contemplar con repugnancia el oportunismo político y mediático
con el que se jalea hasta el linchamiento aquellos casos que por escandalosos
van a tener un fácil eco en la opinión pública. Por encima de cualquier otra
responsabilidad sobresale la de todos los gobiernos de la democracia que no han
hecho absolutamente nada para modernizar la justicia, razón por la cual cuesta
ver a políticos de todos los partidos rasgándose las vestiduras ante los fallos
de la justicia y actuando de inquisidores para concitar el aplauso popular.
El
PP ha criticado con razón la compra de votos del PNV y del Bloque. Habría
estado mejor que hubiese puesto los medios para evitarlo, prestando algunos
votos al Gobierno para que los presupuestos saliesen adelante sin chantajes
nacionalistas, lo que no tendría por qué haber supuesto ningún impedimento
para criticar al mismo tiempo al
Gobierno. Crítica que en buena medida es un flatus vocis porque, diga lo que diga, no tiene ninguna
alternativa a los presentados por Solbes. Es por ello por lo que todos sus
discursos en esta materia carecen de concreción o implican propuestas
contradictorias.
Por una parte, defienden que estos
presupuestos no son suficientemente austeros y, por otra, propugnan bajar los
impuestos. Resulta difícil reducir los impuestos y no incrementar al mismo
tiempo el déficit público, a no ser que se pretendan reducir drásticamente las
pensiones y el seguro de desempleo. Pero entonces habrán de explicar cómo van a
inyectar recursos a las familias, salvo que para ellos las familias sean tan
solo el 10 por ciento de las de mayor renta.
Lo que llamamos pomposamente presupuestos es
hoy ya algo residual porque la mayoría de las competencias están transferidas a
las Comunidades Autónomas. El presidente del Gobierno suele decir que el Estado
mantiene el 50 por ciento del gasto público, silenciando que la porción más
importante de este son las pensiones y el seguro de desempleo y que,
prescindiendo de estas dos partidas, queda muy poco que rascar.
Ha habido bastante unanimidad en calificar
estos presupuestos de irreales porque parten de previsiones de crecimiento
quiméricas y desfasadas por los acontecimientos. Yo, más que irreales, los
llamaría tramposos. Los presupuestos son reales, incluso -como dice Solbes-, con
pequeñas variaciones, los únicos posibles, pero la falsedad en las previsiones
va a conducir a un mayor déficit público que el anunciado. El Gobierno lo sabe.
De ahí lo de tramposos. En las circunstancias actuales no es ninguna tragedia
el incremento del déficit público, es más, puede ser beneficioso. En Europa ya
se ha planteado dejar sin efecto el Pacto de Estabilidad. En tal caso, ¿por qué
no reconocerlo y defenderlo abiertamente?.