Simonía
política
Con enorme estupor,
el sábado pasado, leí en la prensa que el secretario de organización de ERC y
secretario general del primer consejero de la
Generalitat ha enviado cartas a cargos y a contratados de
diversos organismos públicos, urgiéndoles a ingresar en las arcas del partido
entre el 4 y el 24% de sus sueldos, y amenazándoles de lo contrario con el
despido. La extrañeza no surge tanto de la noticia en sí, como de que el
susodicho Vendrell con todo el descaro la confirmara a un diario, así como que
corroborara que afecta también a administrativos y telefonistas, escudándose
paradójicamente en que estaban a favor de una financiación transparente del
partido. La estupefacción se incrementa asimismo con el hecho de que la
Fiscalía no haya actuado de inmediato acusando de cohecho a
las consejerías implicadas, y de que el presidente de la
Generalitat no parece haber tomado hasta el momento ninguna
medida.
Ante tal noticia,
uno se acuerda de Simón el Mago, quien, según cuentan los Hechos de los
Apóstoles, intentó comprar poderes espirituales al apóstol Pedro. De él deviene
la palabra simonía, lacra que ha acechado a la
Iglesia a lo largo de toda su historia y a la que tuvieron que
referirse diversos Concilios (Calcedonia, Letrán y Trento). Durante la
Edad Media , se generalizó la venta
de todos los beneficios eclesiásticos, desde los puestos ocupados por el bajo
clero hasta el papado. La simonía, venta de las indulgencias, estuvo también en
buena medida en el origen de la
Reforma. Pues bien, parece ser que el señor Vendrell y su
partido han traído al siglo XXI un nuevo caso de simonía, sólo que en esta
ocasión aplicado al ámbito político y administrativo.
En tiempos ya
lejanos, el PSOE pretendió que sus altos cargos contribuyesen al partido con un
porcentaje de su sueldo, pero tal intento no debió de tener mucho éxito y,
desde luego, iba dirigido exclusivamente a sus militantes y siempre que éstos
ocupasen puestos políticos. Lo inédito en el caso de ERC y de la
Generalitat es que el requerimiento se dirige también a los no
militantes y a técnicos, administrativos y hasta telefonistas. Las
explicaciones dadas por Vendrell de que todos están en sus puestos por tener la
confianza del partido tan sólo contribuyen a agravar la situación, porque manifiestan
bien a las claras que el empleo público se ha concedido por fidelidades
políticas y no por mérito y capacidad, tal como debería ocurrir aun tratándose
de interinos o contratados.
La postura de ERC,
desde luego, es especialmente zafia y burda, pero el descaro con que se acomete
puede ser señal de que la simonía administrativa, venta de favores públicos, al
menos en la Generalitat,
está a la orden del día y que, con más o menos finura y discreción, todos los
partidos han caído en ella. No hace demasiado tiempo que Maragall, en el
Parlamento, lanzaba el acusador 3%, imputación que hubo de retirar en los días
siguientes ante la amenaza de que se abortase el Estatuto.
Un eminente
administrativista afirmó que la única institución democrática de la dictadura
fueron las oposiciones. Existe la sospecha de que el proceso autonómico ha
abierto fuertes fisuras en la función pública y que las administraciones
autonómicas han reclutado el personal atendiendo en buena medida a la fidelidad
política, violentando así la objetividad en el proceso de selección. La
Administración como botín del ganador; los empleos públicos,
una forma de pagar favores o lealtades.
Claro que lo de la
simonía política no parece ser privativo de las Comunidades Autónomas o de la
península ibérica. El ex canciller Schröeder ha
puesto el listón muy alto. Va a ser nombrado consejero de la
banca Rothschild con especial dedicación a los países del
Este, Oriente Próximo y China. No hay que ser muy perspicaz para intuir que
detrás se encuentra el tráfico de influencias. Pero no va ser éste su único
cargo en el sector privado. Ha sido nombrado consejero del grupo editorial
suizo Ringier, cuyo dueño no se recató de confesar
que contrataba al ex canciller para que “le abriese puertas”. Será también
presidente del Consejo de Vigilancia de la empresa constructora del gaseoducto
del Báltico, en la que participan los consorcios alemanes BASF y E.ON, y la
rusa Gazprom. Conviene recordar que
pocas semanas antes de dejar la cancillería había firmado el contrato para la
construcción del oleoducto. Como se puede apreciar, todo muy socialista y en
consonancia con la agenda 2010 que propiciaba cuando era canciller.