Europa
pretende cuadrar el círculo
El
pasado viernes 22 de junio, en Roma, los líderes de los cuatro mayores países
de la Unión Monetaria posaron juntos para la prensa. No hicieron mucho más. La
cumbre quedó reducida a una simple comida, ya que la
canciller del IV Reich no podía faltar al encuentro de fútbol en el que se iba
a mostrar la supremacía de la raza teutona sobre los pueblos inferiores del
sur.
Hubo
fotos y declaraciones para la prensa, pero si algo sobra en la Eurozona son
palabras y expresiones grandilocuentes. Rajoy repitió una de sus actuales
cantinelas favoritas: “Ha habido una apuesta indiscutible por la
irreversibilidad del euro”. Pero esto, más que un pronóstico seguro, parece un
simple deseo, temeroso además de que tal aseveración no se cumpla.
Monti,
a su vez, asumiendo el papel de componedor de posturas antitéticas pretendió
resumir la reunión. “Esto significa dar un paso adelante, esto significa
reconocer que el crecimiento no puede tener una base sólida sin disciplina
presupuestaria y que esta no es sostenible a largo plazo si no hay condiciones
satisfactorias de crecimiento y empleo”. Como declaración suena bien, pero lo
cierto es que no se puede implementar una política expansiva manteniendo al
mismo tiempo una política contractiva. Esta es la enorme contradicción en la
que se debate la Unión Monetaria y este es el enorme fracaso de Hollande que empieza a plegarse ya frente a Merkel, porque es difícil hablar de crecimiento mientras se
mantiene contra viento y marea el pacto fiscal y se somete a países como
Grecia, Irlanda, Portugal, España e Italia a duros recortes y a ajustes
extremos. Ello solo puede intensificar la recesión y conducir, paradójicamente,
a incumplir los propios objetivos de estabilidad presupuestaria.
El
único resultado relativamente tangible de la reunión de los cuatro tenores es
el anuncio de un programa de estímulo económico de 130.000 millones que algún
medio de comunicación se ha apresurado a denominar, de manera simplista, “Plan
Marshall europeo”. Pero ni una palabra de cuál va a ser su aplicación y, lo que
es más importante, de dónde va a salir el dinero. Mucho me temo que cuando se
concrete comenzarán a surgir los agujeros y las trampas. Europa es experta en
juegos malabares con las cifras. Los euros se cambian de destino pero no
aumentan, o bien se pretende partir de una cantidad reducida para multiplicarla
por una supuesta financiación privada que nunca llega o que en cualquier caso
sería a costa de abandonar otras inversiones.
Lo
único cierto es que Merkel continua en sus trece,
cual abadesa espartana sin ceder un ápice en su exigencia de austeridad, y con
esa política eutanásica resulta imposible cualquier plan de crecimiento. La canciller se niega a admitir que el préstamo de la Unión
Monetaria se oriente directamente a los bancos españoles, y eso incluso después
de que desde ángulos diversos y desde instituciones tan poco sospechosas como
el FMI le hayan pedido lo contrario alegando la conveniencia de que los
problemas de la banca no se contagien a la deuda soberana. Bien es verdad que a
lo mejor la finalidad de Merkel es precisamente ese
contagio, garantizando así que el Estado español avale los activos
problemáticos que los bancos alemanes poseen frente a las instituciones
financieras españolas de dudosa solvencia. Lo que parece olvidar todo el mundo
es que si la banca española es culpable por conceder créditos imprudentemente,
igual de culpable es la alemana por haber prestado a la española con la
garantía de esos activos tóxicos. Del mismo modo que en el affaire de las
hipotecas subprime tan responsables fueron los que
emitieron los títulos como quienes los compraron.
“Estamos
haciendo todo lo posible para salvar al euro, del que todos nos beneficiamos”,
afirmó la canciller de hierro. Es el colmo de la
desfachatez, porque hasta ahora el único país que se ha beneficiado de la Unión
Monetaria ha sido Alemania, mientras que el resto de países se están
perjudicando, algunos hasta un extremo que era difícil de imaginar. Por ello
resulta tan pánfilo e hipócrita el artículo que D. Diego López Garrido publicó
en el periódico El País el sábado 23 de junio, titulado “Europa al rescate”.
El
artículo viene a defender la tesis de que Europa, según él tan vilipendiada,
nos viene a salvar cual caballero Lanzarote de los errores de Aznar, de Rato y
del Gobierno actual. Sin duda que estos últimos son responsables de la
hecatombe en que nos encontramos, pero lo que no dice don Diego es que al
Gobierno de Zapatero -en el que él participó tan activamente primero como
portavoz parlamentario y más tarde como secretario de Estado de la Unión
Europea- le corresponde al menos la misma culpabilidad; y de idéntica
responsabilidad participa también en la pérdida de eficacia y de progresividad
causada en el sistema tributario español y a la que López Garrido hace
referencia al final del artículo. No se puede defender una cosa en el gobierno
y otra en la oposición.
Pero
quizá lo más chistoso, si no tuviese para muchas personas un tinte trágico, es
esa imagen de Merkel como caballero andante acudiendo
al rescate del pobre pueblo español. Primero, está por ver que se trate de un
rescate, o si no será más bien un intento de estrangulamiento; pero en todo
caso el rescate no sería necesario si no estuviéramos integrados en la Eurozona
y contásemos con un banco central propio o al menos si se hubiese establecido
un Banco Central Europeo que actuase como cualquier otra institución de su
misma naturaleza. Don Diego debería recordar ese epigrama de Juan de Iriarte:
El
señor don Juan de Robres,
con caridad sin igual,
hizo este santo hospital...
pero antes hizo los pobres.
No
sabemos si la Unión Monetaria construirá el hospital pero de lo que sí estamos
seguros es de que está creando los pobres. Los gobiernos de Aznar y Zapatero
son culpables, ciertamente, de la burbuja inmobiliaria, pero esta nunca hubiese
existido, o al menos no hubiera adquirido tales dimensiones, de no ser por
nuestra condición de miembro de la Unión Monetaria. El grado de endeudamiento
exterior alcanzado y el desmesurado nivel del déficit en nuestra balanza por
cuenta corriente no hubieran sido posibles si nuestra moneda hubiese sido la
peseta. Los ajustes en el tipo de cambio habrían evitado los desequilibrios, el
endeudamiento y la pérdida de competitividad que en estos momentos ahogan
nuestra economía.
A
esta altura de la función, la tesis defendida por López Garrido solo puede
tener una razón, el intento de justificar los muchos errores y falacias
defendidas por él durante los años anteriores. Bien es verdad que sin esos
errores quizás nunca hubiese llegado a portavoz parlamentario del PSOE ni a
Secretario de Estado de la Unión Europea.