Blair, el moderno

Una vez más, Blair pretende engañarnos, tal como hizo con la guerra de Irak. En Bruselas, ante el Parlamento Europeo, con el propósito de eliminar la mala impresión que produjo en el último Consejo, para borrar su imagen de boicoteador de cualquier acuerdo, apuesta por la unión política: “Creo en Europa como proyecto político. Nunca aceptaría una Europa que fuera únicamente mercado”. Miente. Basta seguir escuchando su discurso para darse cuenta de que su concepción de la Unión Europea nada tiene que ver con la construcción de un verdadero Estado, sino que  se trata más bien de una sarta de frases huecas, llenas de moralina pero sin contenido, todo muy acorde con ese flatus vocis que constituye la tercera vía. “Es ésta una unión de valores de solidaridad entre naciones y pueblos, no sólo un mercado social en el que comerciamos, sino un espacio político común de ciudadanos”.

Blair se ha convertido en el mejor portavoz del neoliberalismo económico y del reaganismo que encarna su amigo Bush; y emplea las mismas falacias que casi todos los conservadores: reformar la política social, que en realidad significa irla cercenando poco a poco; una política social moderna, que él mismo define como “no tanta regulación y protección al empleo”, es decir, ir deteriorando progresivamente las conquistas sociales y laborales adquiridas durante más de un siglo por los trabajadores europeos. Su política social consiste en proteger a los empresarios: políticas activas de empleo, eufemismo con el que se pretende encubrir subvenciones, desgravaciones y ayudas a las empresas.

Blair se sirve de las lacras por las que está pasando Europa –entre ellas, el paro y el bajo crecimiento– y pretende, como todos los conservadores, hacer responsable de ellas al modelo social europeo. Pero durante muchos años ese modelo ha proporcionado a Europa bienestar y prosperidad, y si ahora tiene dificultades, se deben precisamente al hecho de que sus políticos, incluso los socialdemócratas o laboristas, hayan ido asumiendo los axiomas del neoliberalismo económico y hayan pretendido modificar las estructuras de acuerdo con estos parámetros. Algo sí puede ser cierto, que las coordenadas económicas creadas por la nueva doctrina son incompatibles con el Estado social, pero en tal caso lo que debe cambiarse son dichas coordenadas.

Blair, como buen conservador, echa mano del argumento de que es imprescindible adaptarse a las nuevas circunstancias, excusa recurrente en los neoliberales. Intentan hacernos creer que el nuevo contexto ha caído del cielo y es inamovible. Nada de eso es cierto.  En las condiciones actuales influyen, qué duda cabe, los adelantos científicos y tecnológicos, pero lo determinante son las opciones políticas y económicas adoptadas por las grandes potencias. El modelo económico hoy en vigor, de libertad absoluta para el capital y las empresas, en absoluto es el único posible; de hecho, ya fracasó en el pasado. Carece de sentido afirmar que los grandes países desarrollados que conforman Europa no pueden aplicar otro esquema económico distinto al neoliberal.

No hay nada de nuevo en el discurso de Blair. Su invocación a la ausencia de liderazgo es algo a lo que nos tienen acostumbrados últimamente los neoliberales. Les ha dado por decir que lo que falta en la Europa actual es un liderazgo firme y que los actuales mandatarios no están a la altura de las circunstancias. En el fondo, lo que insinúan es que en estos momentos no existen gobernantes que engañen tan bien a sus sociedades como los de antaño. No entienden que lo que ocurre es que los europeos se han cansado de conceder cheques en blanco. No es un problema de líderes, sino de que los ciudadanos ya no están dispuestos a que los continúen embaucando.

Blair se ha creído lo de la ausencia de líderes y se autopropone. Difícil va a ser que nos enrede, ya que no confunde ni a su propio pueblo. Si continúa ganando elecciones, es porque la alternativa es aún peor. A lo que las sociedades europeas están comenzando a decir no es precisamente a lo que Blair representa. Él fue quien dio el golpe de gracia a la Constitución Europea , forzando que los temas fiscales, laborales y sociales hayan de adoptarse en el futuro por unanimidad, lo que en una Europa constituida por veinticinco países tan diferentes implica obstaculizar cualquier avance comunitario en la armonización de esas materias y, mediante el dumping empresarial, obligar al desarme de la economía del bienestar en los países en los que existe e impedir su desarrollo en los que aún apenas se ha iniciado. A esto es a lo que los ciudadanos dicen no. Dicen no a la modernidad de Blair, tan moderno, tan moderno, que pretende retrotraernos al sigo XIX.