La Tani

 La Tani pasa las Navidades con su familia. Le han concedido la libertad provisional, y mi amigo Agapito Carrasco me comenta que se alegra como también se alegra de su indulto. No desea que nadie esté en la cárcel y, si por él fuera, abriría las puertas de las prisiones a todo el mundo, o por lo menos a todos aquellos cuya libertad no constituye un peligro para la sociedad. Si, según nuestra Constitución, las penas privativas de libertad tienen como primera finalidad la reinserción, hay que reconocer que hoy por hoy nuestros presidios cumplen más bien la función contraria.

Con lo que mi amigo no está ya tan de acuerdo es con que la hayan convertido en una heroína nacional, la nueva Agustina de Aragón de las feministas. Teme que se haya abierto la veda de los maridos –licencia para matar- y que, a partir de ahora, toda mujer esté legitimada para asestar dos tiros a su consorte. Porque –como es bien sabido– cualquier varón, por el hecho de serlo, resulta sospechoso de infligir malos tratos y de torturar al género opuesto, si no física ya será al menos psicológicamente.

Agapito no ignora que la violencia doméstica es un problema grave; pero piensa que las causas deben buscarse en primer lugar en ese universo hostil y agresivo que hemos creado. Le viene a la memoria la aseveración de Sartre de que "el infierno son los otros", y ese "otros" siempre se concreta en los más próximos. Tal vez no estaba tan equivocado Iván Karamázov cuando confesaba que nunca había comprendido cómo se podía amar al prójimo: "Es precisamente al prójimo al que es imposible amar... Es necesario que un hombre se esconda para que podamos amarle, pero no bien nos muestra su faz, se acabó el amor". Mi amigo intuye que detrás de cada suceso, en bastantes ocasiones, lo que hay son muchos años de verse mutuamente la faz. Dramas, tragedias personales, que terminan incluso en el suicidio del agresor. Ninguno quizá más elocuente en sus aspectos tragicómicos que el de ese pobre fraile de setenta y tantos años que hace escasos días apuñaló a un colega de la misma edad por un quítame un televisor, matándose él mismo pocas horas después. También éste es un caso de violencia doméstica. Si hubiese acontecido en Castilla-La Mancha, Bono tendría que plantearse si incluirlo en su lista de proscritos.

Lo que repudia Carrasco es ese planteamiento simplista de buenos y malos, ese prejuicio sexista que agita a la opinión pública hacia el linchamiento, prejuzgando de antemano que en cualquier conflicto doméstico el hombre siempre es el culpable y la mujer, la víctima. En realidad, lo que le preocupa a mi amigo es que, como su esposa se lo proponga y dos vecinas estén dispuestas a ayudarla, puede dar con sus huesos en la cárcel, sólo tienen que acusarle de amenazas.