Chávez
con cuernos y rabo
Resulta sospechosa la animadversión y
hostilidad con que determinadas voces (casi todas las que tienen suficiente
poder y dinero para ser escuchadas) se manifiestan en contra de algunos de los nuevos
mandatarios de América Latina, aquellos que, luchando contra corriente en
sistemas políticos trucados, han alcanzado el poder a pesar de los muchos
obstáculos colocados por los intereses económicos y sus adláteres. Casi todos
ellos, con sus lacras y sus virtudes, son el resultado del despertar de los
respectivos pueblos y su reacción ante las condiciones de miseria y abandono a
los que les venían sometiendo los gobiernos anteriores, eso sí, llamados
democráticos por el establishment
de los países ricos, pero en el fondo marionetas de los dictámenes del
Fondo Monetario Internacional.
Los nuevos mandatarios reciben desde Europa
y el Imperio toda clase de descalificaciones. Es posible que su perfil y manera
de comportarse no encaje con nuestro arquetipo de político y choque con nuestra
idiosincrasia. También es posible que, en ocasiones, sus acciones se alejen de
los cánones democráticos que rigen en los países desarrollados. Pero nada de
eso es nuevo en América Latina, y los mismos defectos o aun mayores podían
predicarse perfectamente de los mandatarios anteriores o incluso de bastantes
de los actuales que gozan del máximo beneplácito y aquiescencia de los poderes
occidentales. Es más, muchos han sido y todavía son los regímenes claramente
autárquicos y dictatoriales que han contado o cuentan con la amistad e incluso
complicidad de los países desarrollados. Hay que concluir que no son los
defectos señalados los que generan la crítica y el enojo de
los bien pensantes sino el hecho de que estos nuevos gobiernos hayan
puesto en cuestión los principios en que se basan los intereses económicos
internacionales.
A la cabeza de los
anatematizados se encuentra el presidente de Venezuela. Con motivo de
Las críticas vertidas desde España no dejan
de tener su guasa, habida cuenta de que en nuestro país la jefatura del Estado
no solo tiene carácter vitalicio sino que no está vinculada a las urnas y se
encuentra atribuida en exclusiva a una familia. “Derecho de bragueta”, que
afirmó en el pasado un diputado y que tan mal sentó. Pero es que el mismo
puesto de presidente del Gobierno carece de toda limitación en la reelección pudiéndose perpetuar en el poder si lo eligen
los ciudadanos. Y qué decir de los presidentes de las Comunidades Autónomas,
cuando la mayoría de ellos termina dejando el cargo por vejez o por
aburrimiento.
Es verdad que Aznar se impuso la restricción
de no superar los dos mandatos, pero tal decisión fue totalmente voluntaria y
sin que hubiese ninguna prescripción legal que le obligase a ello. Y si en
principio pudiese calificarse tal postura como loable –yo mismo la ponderé en
un artículo–, vistos los resultados no sé si fue totalmente positiva. Todo tiene
sus pros y sus contras. Sin duda puede considerarse como una buena práctica de
higiene democrática, pero no es menos cierto que el comportamiento de quien
sabe que ya no tiene que pasar por las urnas puede derivar hacia posturas
autistas y autocráticas. De optar a un tercer mandato, ¿hubiese desoído Aznar
las voces de su partido que le advertían del carácter radicalmente impopular
que tenía su apuesta en lo referente a la ocupación de Irak? ¿La actitud y las
acciones de Bush serían actualmente las mismas si se tuviese que presentar a
las próximas elecciones?
Otro de los elementos polémicos de
Se censura a Chávez y a su Constitución el
que, junto a la propiedad privada, se configure y admita la propiedad pública,
social o como se le quiera llamar; pero precisamente tal presunción era hasta
ahora el abc de la socialdemocracia, incluso de todos
aquellos partidos democráticos que defendían el Estado social, y como
consecuencia figuraba y figura en la mayoría de las constituciones
occidentales, no en balde se definen, o al menos se definían, como sistemas de
economía mixta. Ha sido el triunfo ideológico del neoliberalismo económico el
que ha dejado en letra muerta todas esas prescripciones traicionando el
ordenamiento constitucional y generando enormes déficits democráticos.
Nuestra propia Constitución es clarísima al
respecto. El art.128 establece la intervención directa del Estado en la
economía e incluso la reserva de sectores o recursos cuando así lo exija el
interés general. La propiedad privada y la libertad de empresa tienen su
contrapartida y su limitación en la utilidad pública y en el interés social. De
estos preceptos se deriva la capacidad de expropiación forzosa, cuya ley prevé
la inmediata ocupación en caso de urgencia. Curiosamente, se reprocha ahora a
Chávez tratar de imponer en su Constitución una figura parecida.
Aunque sin decirlo son sin duda las reformas
económicas las que más conjuran los odios de las voces críticas. Se le censura
que pretenda eliminar la autonomía del banco central; pero desde la óptica
democrática tal medida debería recibir tan solo parabienes. Lo que resulta
profundamente antidemocrático es aislar un área tan importante como la política
monetaria, arrebatársela a los poderes políticos elegidos democráticamente y
entregársela a un organismo teóricamente independiente que no representa a
nadie y que a nadie debe rendir cuentas, solo ante Dios y ante
Al presidente de Venezuela se le acusa de
imponer el control de cambios, controlando y limitando las divisas que pueden
salir del país. Se olvidan de que EEUU no adoptó la libre circulación de
capitales hasta el año 1971, y que la mayoría de los países europeos,
incluyendo España, no la asumieron hasta el año 1989, obligados por el Acta
Única. Su establecimiento no puede considerarse precisamente una medida
demasiado democrática. La libre circulación de capitales ha representado en la
práctica la dictadura de lo que llaman mercados que, en definitiva, no es otra
cosa que la de los poderes económicos y el despojamiento a los poderes
políticos democráticos de capacidad para influir en la economía.
Por otra parte, la aceptación de la libre
circulación de capitales ha sido nefasta para los países subdesarrollados, que
han visto como las divisas que conseguían con sus exportaciones se esfumaban
vía evasión de capitales ya que sus elites preferían remansar sus ahorros en
los países desarrollados. ¿Puede extrañarnos que un gobierno de América Latina
intente implantar mecanismos de control de cambio? Otra cosa será como los
aplica, gradúa y limita en función de sus objetivos a efectos de no
obstaculizar la entrada de la inversión extranjera. Pero esa ha sido la
historia de casi todas las economías. ¿Podría haberse desarrollado nuestro país
si en los años 60, 70 e incluso los ochenta nos hubiésemos movido en un régimen
absoluto de libre circulación de capitales?
Tampoco parece que se pueda achacar de
medida antidemocrática el que el presidente de Venezuela pretenda reducir la
jornada laboral o extender la cobertura de la seguridad social.
Escuché hace unos días a uno de esos
charlatanes que amenizan las mañanas de la radio opinando de todas las
materias, menospreciar el apoyo popular que posee Chávez, tachando a su régimen
de subsidiado. Comentaba con tono doctoral que el drama de estos países
consistía en ser ricos en materias primas (en el caso de Venezuela, el
petróleo) ya que terminaban derrochando (para él, el derroche consistía en los
subsidios) los ingresos provenientes de
No pretendo hacer un alegato en favor de
presidente de Venezuela, ni de su régimen, ni de su Constitución. A muchos
kilómetros de distancia sería una osadía hacerlo, ni para bien ni para mal.
Estoy convencido de que existirán aspectos muy criticables. Pero me repugnan
las posturas sectarias y apriorísticas, a las que se les ve el plumero. Ciertos
odios y inquinas a Chávez y a su gobierno tiene tan
solo su origen en lo que este pueda tener de social y contrario a los intereses
del capital internacional.
¿Estamos acaso nosotros capacitados para dar
lecciones de democracia cuando nuestros sistemas democráticos hacen agua por
todas partes? La abstención se ha generalizado; los políticos constituyen una
casta cerrada; las posibilidades de triunfo de los distintos partidos dependen
en gran medida del favor de la prensa y del dinero con que cuenten; en último
extremo, por tanto, de la aceptación y apoyo de los “poderes fácticos”, como se
decía hace unos años; la política monetaria se ha entregado a instituciones que
nada tienen de democráticas; los poderes democráticos, si existen, están
coartados y limitados a la hora de aplicar la política fiscal, social o
laboral, por lo que llaman mercados y que, en el fondo, no son más que las
fuerzas económicas. Dejemos la mota del prójimo y concentrémonos en la viga de
nuestro ojo.