¿Y si nos saliésemos
del euro? III
Apareció
hace días en
El
tabú comienza a romperse y se impone la racionalidad de considerar que quizá
sea inevitable la vuelta atrás, por muy duro que este camino parezca. La
prudencia exige diseñar escenarios alternativos. No todos son igual de
traumáticos. Desde luego, es distinto el abandono en solitario de un solo país
que la ruptura del euro con el retorno de todos los Estados a sus antiguas
monedas. La primera opción sería la más dura para el país en cuestión, mientras
que la última podría ser la menos penosa. Entre ambos extremos se pueden
intercalar diferentes posibilidades, desde la salida ordenada y de forma
conjunta de todas las naciones que en estos momentos tienen dificultades hasta
la opción contraria, la de que sean Alemania y aquellos países como Holanda,
Austria y Finlandia, tradicionalmente pertenecientes al área del marco, los que
dejen la Eurozona.
El
aspecto más problemático y que puede acarrear mayores costes en este nuevo
escenario de abandono o ruptura de
La
salida por parte de un solo país, que iría acompañada de la devaluación de su
moneda, pondría en graves aprietos a aquellas entidades, comenzando por el propio
Estado, que tuviesen deudas nominadas en euros, hasta el extremo de que sería
muy posible que no pudieran pagar la totalidad de ella y tuvieran que aplicar
una quita, o declararse en suspensión de pagos. Sin duda, una situación muy
grave. Pero ¿acaso resulta distinta para Grecia la situación actual, cuando se
está previendo una quita del 50%? ¿Es que tal vez la depreciación de su moneda
alcanzaría este nivel? Llegado a este límite de insolvencia ¿no sería mejor
para este país abandonar la UM? Grecia no es un caso aislado y mucho menos
constituye el origen de todos los males. Se trata más bien de un dique y no
demasiado fuerte. Si los mercados se han cebado contra el país helénico es por
ser el eslabón más débil; pero de no estar en el euro sería otro el que le
sustituyese, y así un país tras otro hasta llegar muy posiblemente a Francia.
El
panorama es bastante diferente si lo que consideramos es la fractura de la
Eurozona, puesto que forzosamente al desaparecer esta divisa los créditos
denominados en ella tendrían que convertirse a moneda nacional, y lo más lógico
es que se utilizasen los tipos de cambio empleados para hacer la conversión en
el momento en que se creó
Esta
evolución en los tipos de cambio acarrearía modificaciones en el valor de los
activos y pasivos que hasta la desaparición de la UM habían estado nominados en
euros. Modificaciones cuyo signo e importancia dependerían de las monedas
propias de los prestatarios y prestamistas. Tal vez un ejemplo ayude a entender
este escenario. Supongamos que un banco español posee en su activo deuda
española, francesa y portuguesa. De cara a la entidad, la deuda española
mantendría estable su valor mientras que se apreciaría el de la deuda francesa
y se depreciaría el de la portuguesa.
Es
difícil saber cuál sería el resultado de esta reestructuración de activos y
pasivos, ya que las consecuencias serán distintas según sean los agentes. Es
evidente que los activos de aquellas entidades con monedas fuertes, por ejemplo
las alemanas, perderían valor ya que la devaluación de las otras divisas
implicaría una quita silenciosa y gradual de los distintos títulos, quita de
cuantía diferente según fuese diferente también la depreciación de las otras
monedas. Pero en realidad este proceso de pérdida de valor de la deuda (quita)
no sería muy distinto del que ya han llevado a cabo EE UU, Japón o Inglaterra
por haberse devaluado su divisa con respecto al euro. Es decir, en la
actualidad los bancos alemanes (pero también los de todos los otros países de
la Eurozona, incluidos los españoles) han soportado quitas muy cuantiosas -que
han pasado desapercibidas por ser graduales y unidas a la depreciación del tipo
de cambio-, en los activos que poseían, nominados en dólares, en yenes o en
libras. Curiosamente, a nadie se le ocurre afirmar que estos países han
suspendido pagos. Todo lo contrario. Obtienen sin ningún problema los recursos
que necesitan de los mercados y a un tipo de interés parecido al que paga
Alemania.
La
razón principal del trato que reciben estos Estados se halla en que cada uno de
ellos cuenta con un banco central, dispuesto a respaldar totalmente su deuda,
lo que no ocurre en la Eurozona, pero que sí le sucedería a cada uno de sus
miembros una vez que hubiesen abandonado
La
quita que representa la conversión de las deudas en euros a moneda nacional y
posterior devaluación de esta no tendrían por qué ser más nocivas para los
acreedores que las que se van a producir si se mantiene
Un
requisito imprescindible para el abandono o ruptura de la UM es que se haga con
nocturnidad y alevosía, es decir, de improviso. Lo que realmente tendría
consecuencias dramáticas es que constituyese una muerte anunciada, que la
decisión se adoptase cuando todo el mundo estuviese convencido de que se
produciría y los recursos hubieran emigrado ya a las naciones más favorecidas.
El sigilo y la sorpresa constituyen condiciones necesarias, como necesario
sería que los países implicados introdujeran, aunque fuese provisionalmente,
mecanismos de control de cambios. Pero la celeridad con que ha de
instrumentarse la decisión no tendría por qué suponer demasiada dificultad dado
el desarrollo actual de la tecnología.
Sin
duda son muchas las incógnitas que subsisten acerca de cómo evolucionarían
determinados parámetros tras la ruptura de la UM, pero no más que las que
existen en el supuesto de que la eurozona continúe, ni de las que había cuando
se acordó sustituir por el euro todas las monedas. Jamás se había hecho un
experimento igual.
Aquellos
que de forma catastrofista pintan la ruptura de la UM como el Apocalipsis,
amenazando con no se sabe qué carreras de devaluaciones competitivas e incluso
con la guerra, habrá que recordarles que una cosa son las devaluaciones
competitivas, aquellas que se realizan con la finalidad de robar de forma
espuria un trozo de pastel al vecino, y otra las devaluaciones necesarias que
pretende tan solo retornar a la competitividad perdida, equilibrando la
evolución de los precios exteriores a la de los interiores. Las primeras pueden
ser malas pero peor es no acometer las segundas. Por otra parte las
devaluaciones, competitivas o no, ya se están practicando por parte de todos
los países, comenzando por China, terminando por EEUU, y pasando por Japón,
Gran Bretaña y otros muchos países más. Los únicos que no las hemos practicado
somos los que permanecemos esclavos de la política paranoica de Alemania. Y en cuanto a la guerra por motivos
económicos… de haber alguna posibilidad en los momentos actuales, que no parece
haberla, no habría que mirar a Europa (unida o separada) sino a China y a EEUU
y a sus simétricos desequilibrios en la balanza de pagos.