La ruleta de las pensiones

El Grupo Popular en el Senado acaba de introducir una enmienda en la Ley que acompaña a los presupuestos, por la que se incrementan por encima del coste de la vida las prestaciones de algunos pensionistas.

Bienvenido sea cualquier aumento en los recursos que se canalizan hacia las pensiones. Dos son los colectivos que concentran, con carácter general, las bolsas de pobreza y, por tanto, necesitan la urgente actuación social del Estado: los parados y los pensionistas.

A pesar de la desmedida campaña creada en nuestro país para convencernos de la inviabilidad del sistema público de pensiones, lo cierto es que estamos a la cola de Europa en cuanto a la proporción del PIB que dedicamos al gasto público en pensiones (10,3%), tres puntos menos que la media europea. Sólo nos encontramos por encima de Irlanda, y al mismo nivel que Portugal.

Mucho es, por tanto, lo que queda por hacer en este capítulo de protección social y muchos los recursos que se necesitaría canalizar hacia esta partida para poder compararnos (como se suele decir) con los países de nuestro entorno, más de 3 billones de pesetas. Lo que ahora realiza el Gobierno, fruto del pacto con los sindicatos, aún cuando pretenda venderlo a bombo y platillo, es calderilla.

La única subida realmente significativa es la que afecta a los viudos menores de 60 años, con cargas familiares, y para los que esa pensión constituye su principal fuente de ingresos, en torno a 100.000 personas. En este caso, la base reguladora se incrementa del 45 al 70%. Así y todo, la medida se ha aplicado con ramplonería reduciendo excesivamente el colectivo que tiene derecho a la subida. Lo lógico hubiese sido que se extendiese a todos los perceptores de la pensión viudedad, siempre que ésta sea la única o principal fuente de renta. Tengan o no tengan cargas familiares y sea cual sea su edad.

Cosa muy distinta resulta cuando el preceptor tiene otros ingresos significativamente importantes, bien sea de su propio trabajo, o de rentas de la propiedad. No parece, entonces, que estos pensionistas sean económicamente los más necesitados, incluso en bastantes casos puede tratarse de familias con niveles elevados de renta. Pero he aquí la paradoja, es precisamente sobre este colectivo sobre el que va a recaer gran parte de los beneficios que se deducen de la enmienda, bien es verdad que en cuantía bastante exigua, pero más exigua es aun la subida de aquellos a los que sólo se les va a aplicar el incremento del coste de la vida.

Por otro lado, es difícil plantearse el tema de las pensiones sin tener en cuenta la prestación por seguro de desempleo. Pueden originarse situaciones bastante incongruentes, como que el fallecimiento del parado pueda convertirse en el suceso que palíe la miseria de su familia, al comenzar ésta a percibir prestaciones por viudedad u orfandad, prestaciones que no cobraba con anterioridad, ya que la gran mayoría de los parados o bien no perciben subsidio, o bien su cuantía es insignificante.

Este país debería abordar seriamente el problema, en su conjunto, de la protección social, determinando qué prestaciones son prioritarias y cuáles son los colectivos más necesitados. Habría que planificar en una serie de años la convergencia con Europa en esta materia. Para ello el gasto público en protección social tendría que aumentar siete puntos del PIB, lo que representa nada más y nada menos que, aproximadamente, siete billones pesetas. Bien es verdad que este incremento, aunque se realice en varios años, sólo se puede conseguir aumentando al mismo ritmo la presión fiscal, magnitud que se encuentra también lejos de la media europea, seis puntos.

No parece, desde luego, que sea ésta la intención del Gobierno, más bien al contrario; medida a medida, va debilitando la capacidad recaudatoria del sistema tributario, dañando seriamente los impuestos directos. Eso sí, de vez en cuando se siente generoso y sube un punto por encima del incremento del coste de la vida, las pensiones mínimas.