Los
salarios y las pensiones
Pongamos
un ejemplo y hagamos unos pequeños cálculos -sin duda más simples que la
fórmula polinómica con la que nos han obsequiado los
expertos gubernamentales. Supongamos un país -no precisamente el de las
maravillas- cuya renta anual se reparte entre 80 asalariados (2 euros de
promedio) 5 empresarios (5 euros) y 15 pensionistas (1 euro). En total, 200
euros.
Los
sabios del lugar, muy alarmados, estiman que dentro de h años, debido al
incremento de la esperanza de vida y al cambio en la tasa de natalidad, se va a
producir un envejecimiento de la población, de manera que los asalariados serán
tan solo 60, mientras los pensionistas pasarán a ser 35. Para no complicar las
cosas, supondremos que el número de empresarios no va a cambiar y la población
total tampoco. Los doctos expertos, tras sesudas proyecciones, ecuaciones y
alguna que otra integral, llegan a la conclusión de que el hecho de que haya
menos de dos activos por pasivo, convierte en insostenible el sistema de
pensiones, tal como está configurado en la actualidad, y que hay que
modificarlo (léase bajar las prestaciones) para hacerlo viable. Desde luego,
afirman, las pensiones no podrán actualizarse de acuerdo con la subida de los
precios.
Algunos
de los que no son sabios, pero saben sumar y multiplicar, no se quedan
convencidos y comienzan a hacer sus propios cálculos. Saben que las previsiones
más conservadoras aseguran que en ese periodo el Producto Interior Bruto (PIB)
y por lo tanto la renta per cápita, ambos a precios constantes, se van a
incrementar en un 20% y los precios en un 30%. Teniendo en cuenta ambos
porcentajes, el PIB y la renta per cápita, en euros corrientes aumentarán un
56% (1,2x1,3=1,56).
Encuentran lógico, por tanto, que los beneficios de los empresarios se
incrementen en ese porcentaje. Es decir, que los 5 euros se conviertan en 7,8;
y lo mismo respecto a los salarios, que de 2 euros se transformen por término
medio en 3,12 euros.
Los no
sabios continúan echando cuentas (casi las de la vieja): el PIB en el año n+h será 312 euros
(200x1,56); el coste de los salarios 187,2 euros
(60x3,12) y el excedente empresarial 39 euros (5x7,8).
Descontando
del PIB el coste de los salarios y el excedente empresarial se mantiene un
remanente de 85,8 euros. Los no doctos no entienden que -tal como afirman los
sabios- no se puedan actualizar las pensiones al menos en una cantidad igual al
incremento del coste de la vida.
Asumiendo
el supuesto más extremo, el de que los nuevos jubilados hubiesen entrado en el
sistema con una pensión equivalente al salario que en ese momento tenían, el
coste de actualizar las pensiones por el índice de precios alcanzaría: 15x1x1,30+20x2x1,30 =71,5 euros, cantidad inferior al excedente de
85,8.
Pero aún
hay más. Los no expertos se preguntan por qué se va a impedir a los
pensionistas participar en el crecimiento económico en la misma medida que lo
hacen los asalariados y los empresarios. Al fin y al cabo, si la renta se ha
incrementado ha sido por los asalariados y por los empresarios sin duda, pero
también por los hoy jubilados que en su día pagaron impuestos con los que
financiaron los gastos en educación, en infraestructuras, en sanidad, en justicia y en tantas y tantas cosas que
han colaborado a que la productividad haya crecido año tras año.
Así que
continuaron haciendo cálculos (solo sumando y multiplicando) e intentaron ver
qué ocurriría si las pensiones se actualizasen al igual que los salarios y los
beneficios empresariales por el incremento de la renta per cápita: 15x1x1,56+20x2x1,56=85,8 euros. ¡Oh, casualidad! La cifra es
exactamente igual a la del remanente.
Resulta que también es posible.
Y aunque
no son sabios ni expertos, se dan cuenta de que las conclusiones de este
sencillo ejemplo son perfectamente extrapolables a cualquier otro modelo más
complejo y que la posibilidad se mantiene incluso cuando se hace una suposición
tan irreal como la hecha en estos cálculos de que la primera pensión es
equivalente al último salario. Solo se precisa que se cumplan dos condiciones:
que la renta per cápita se incremente y que se mantenga constante la
distribución del PIB, es decir, que ningún colectivo intente engordar su parte
de pastel a costa de los demás.
Entonces,
¿por qué los expertos gubernamentales se empeñan en afirmar que es
insostenible? ¿Qué es lo que pretenden? Las declaraciones a la prensa de uno de
ellos nos pueden facilitar alguna pista. Ha afirmado que resulta evidente que
las pensiones no deben crecer por encima de los salarios. Y tan evidente, pero
nadie pide tal cosa, a no ser que se esté pensando, y ahí está el quid de la
cuestión, en que los salarios deben
renunciar al incremento de productividad e incluso a mantener su poder
adquisitivo.
Porque
lo que está detrás de todas esas presuntas insostenibilidades es la pretensión
de modificar año a año la distribución de la renta en contra de los salarios,
de las pensiones y a favor del excedente empresarial (capital y empresas). Ahí
confluyen todos los consejos (diríamos imperativos) de Berlín, Bruselas y
Frankfurt, allanado el camino por la Unión Monetaria. Y ese es el objetivo
también de esos otros sabios del FMI, que no suelen acertar jamás en sus
previsiones, que hundieron durante una década América Latina y que se limitan a
agitar como un catecismo el consenso de Washington.