De
medallas y otros menesteres
Hay que ver la afición que tienen nuestros políticos
por las medallas. Hay ministros que lo primero que hacen en cuanto los nombran
es condecorarse, y en lo que se refiere a los presidentes de Gobierno, el que
no persigue la de Carlomagno busca la del Congreso gringo. Las medallas suelen
ser caras, en especial las internacionales. Nadie da nada por nada. Pasar por
europeísta convencido suele comportar no crear demasiados problemas a los otros
países, principalmente a los que mandan, flexibilizar por tanto las posturas
nacionales, cediendo posibles ventajas. Mayor coste tiene la del Congreso.
Hasta ahora creíamos que el precio era moral, el de habernos convertido en
cómplices del terrorismo de Estado norteamericano. Pero no, en el imperio
cualquier cosa ha de tener además una traducción crematística.
No obstante, lo que me ha parecido peor es la
naturalidad con que, en general, se ha aceptado que las cosas en EEUU funcionan
así. Y una cosa es que funcionen así, que no lo dudo, y otra que lo asumamos y
continuemos hablando de América como de una democracia. Si una medalla del
Congreso vale dos millones de dólares ¿cuál es el precio para conseguir la
aprobación de una ley?¿Cuánto vale el cargo de
magistrado del Tribunal Supremo, y qué suma hay que desembolsar para ser
elegido presidente de EEUU? ¿Cuánto cuesta bloquear en el consejo de Seguridad
de la ONU una condena, como por ejemplo la de Israel, o qué cantidad hay que
invertir para desencadenar una guerra como la de Irak?
La
existencia de los lobbies es la prueba palpable de
que en la democracia americana todo está en venta. Empezando por los miembros
de los lobbies, antiguos congresistas o altos cargos
de una u otra Administración, dispuestos a utilizar sus influencias presentes y
pasadas para doblegar voluntades y forzar decisiones, y continuando por los
políticos en activo. Difícilmente existirían los lobbies
si aquellos no se dejasen comprar.
Nada más
contradictorio que los que recurren a la transparencia para justificar este
estado de cosas. Miren ustedes, eso es verdad, dicen, pero allí se hace todo a
las claras, con transparencia. Es la misma tesis empleada para excusar la
financiación irregular de los políticos y de los partidos. ¿Puede darse
argumento más pobre? Es como si los robos, los asesinatos, dejasen de serlo tan
pronto como el delincuente confesara o los cometiera en la plaza pública a
plena luz del día. La delincuencia siempre existirá, pero el auténtico problema
comienza cuando un determinado delito es asumido sin sanción por la sociedad.
Con esto de
la medalla, los que se afanan por disculpar a Aznar nos informan de que la
Administración española, como la del resto de los países, ha utilizado con
profusión los lobbies americanos. No sólo la central
sino también las autonómicas. Pujol y el lehendakari de turno parece que los
alquilaban en sus viajes. Y eso que la política exterior es competencia
exclusiva del gobierno central según la Constitución; pero el turismo es el
turismo, el autobombo el autobombo y los presupuestos públicos, muy sufridos,
aunque después no haya para atender la asistencia sanitaria. Todo sea por el
hecho diferencial.
Con la
globalización, los yanquis nos exportan sus productos, también los lobbies. Éstos crecen con más fuerza cuanto más débiles
sean las instituciones democráticas. La Unión Europea se está constituyendo
sobre un enorme déficit democrático, por eso Bruselas se está convirtiendo en
el reino de los lobbies. Las decisiones no se adoptan
en función de opciones ideológicas, sino por intereses económicos, a veces
nacionales pero que casi siempre traducen conveniencias sectoriales o de grupos concretos.
Los lobbies
y el tráfico de influencias también van cuajando en el ámbito nacional. Es
fácil constatar un tránsito de dos direcciones entre el sector público y el
privado. Son muchos los altos cargos que en cuanto terminan su mandato, y a
veces sin terminarlo, pasan a prestar sus servicios como altos ejecutivos en la
empresa privada. No es ningún secreto que su papel en las nuevas sociedades es
simplemente el de conseguidores. Y conseguidores son muchos de los despachos que, sea cual sea
su denominación, constituyen antiguos políticos o altos cargos. Incluso, hemos
vuelto a descubrir América. Allí, principalmente en la latina, han recalado los
lobbies españoles. Camino de ida y vuelta.