Después
del aniversario
A lo largo de estos días, los distintos
medios telecomunicación, de una o de otra manera, han venido recordando
pródigamente el vigésimo aniversario del golpe de estado. No han faltado voces,
sin embargo, que hayan criticado tan magno despliegue, con el argumento de que
el 23-F es ya agua pasada y que lo único relevante ahora es el problema del
terrorismo. En este país, de un tiempo a esta parte, parece que no existe más
problema que ETA y el nacionalismo vasco.
El argumento es similar al empleado semanas atrás, cuando en el Congreso de los Diputados se
planteó la condena explícita del golpe franquista del 36. Entonces las protestas sonaron con más fuerza, tanto más cuanto que el
partido del Gobierno se negó a aprobar la proposición ¿A qué remover la
historia?
Pienso lo contrario. Resulta muy
conveniente tener presente la historia; en primer lugar porque tal vez sea la única forma de no repetir los
errores pretéritos, pero en segundo lugar y sobre todo
porque, queramos o no, los acontecimientos pasados explican en gran medida los
presentes.
Se hace muy difícil entender la situación
actual de nuestro país, y de su tan proclamada
democracia sin retrotraernos a los cuarenta años de franquismo, y la amenaza
permanente de golpe de estado en que se acuñó nuestra transición democrática.
El mismo fenómeno etarra y la
virulencia actual del nacionalismo vasco hunden sus
raíces en la
represión de la dictadura.
Determinados acontecimientos
históricos no son meras anécdotas
a enterrar en el pasado.
Son causa y
génesis del presente. Con
toda seguridad la España de
hoy sería muy
diferente de la que conocemos
si el poder
económico, la derecha política, y unos
cuantos generales, no se hubiesen
levantado en armas en 1936 contra unos resultados electorales que no juzgaban propicios.
La guerra
civil y los
cuarenta años de dictadura determinaron nuestra economía. Hasta 1958 la renta
nacional de nuestro país no
retornó al nivel que alcanzaba
en 1936. Condicionaron la estructura y las clases
sociales, así
como la distribución
de la riqueza y la renta
futura; e imprimieron huellas difíciles de borrar en el
pensamiento político, en los hábitos sociales y en
las instituciones. En la conciencia
popular y en
la estructura de poder, el antiguo
régimen dejó las cosas bastante
más atadas de lo que
les gusta imaginar
a los apologistas de la transición.
Algo similar
cabe afirmar del 23-F. Estos días se ha
repetido hasta la saciedad que
el golpe de
estado fracasó. Y aparentemente
es verdad.
Pero ¿alguien
se atrevería a afirmar que,
incluso fracasando, no ha influido
en los acontecimientos
políticos posteriores? El golpe de
estado estuvo presente antes y después del
23-F.
La transición se hizo bajo el condicionante
de ruido de sables. Las cosas, qué
duda cabe,
hubiesen transcurrido de manera diferente
sin esta amenaza.
Pero es que,
además, tal como ha venido reconociéndose, la verdad, toda
la verdad, sobre el 23-F está aún
por descubrir, y se ignora
hasta dónde llegaban sus ramificaciones. Y, por tanto, qué puesto de
poder ocupan hoy los artífices
o cómplices en las sombras.
Entre los futuribles cabe interrogarse acerca de qué
hubiese sucedido si
Tejero, en el lugar de sentirse
traicionado por la propuesta de
gobierno realizada por Armada,
hubiese aceptado sus planteamientos. ¿Cómo hubiesen
reaccionado muchos de los que
pasan en la
actualidad por defensores de la normalidad democrática?