La
extraordinaria salud de nuestro sistema financiero
Este
Gobierno tiene la mala costumbre de no reconocer la realidad, y de creer que
basta con negar los hechos desagradables para que éstos no existan; pero la
realidad se acaba imponiendo. Mientras que los demás países se dedicaban a
sanear sus entidades financieras, en España el Gobierno y el Banco de España
(BE) se felicitaban por la estupenda salud de nuestro sistema financiero. No nos
afectaba supuestamente la crisis de los bancos. Sólo existía un problema de
liquidez. Por eso, el gobernador del BE podía dedicarse a cometidos distintos
de sus funciones, por ejemplo, a recomendar la reforma laboral o la reforma de
las pensiones.
Resulta
difícil creer que la burbuja inmobiliaria y el fuerte endeudamiento en el
exterior, principalmente privado, es decir de las entidades financieras, no
hubiese tenido ningún impacto sobre ellas. Por otra parte, que el crédito no
llegase a las empresas ni a los particulares algo tenía que significar, algo
sin duda les debía de estar ocurriendo a las entidades financieras que
explicara tal hecho.
La
señal inicial de alarma apareció en el primer trimestre de 2009 con la Caja de
Castilla-La Mancha (CCM). El Gobierno no tuvo más remedio que reconocer la
situación crítica en la que se encontraba esta caja y autorizar su intervención
por el BE. Este hecho unido a la información con la que debía contar el BE
forzó a que tres meses más tarde, en junio de 2009, el Ejecutivo, mediante
decreto-ley crease el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB). El
lenguaje nunca es inocente. Se habla de reestructuración ordenada cuando había
que hablar de rescate, salvamento o intervención bancaria.
El
FROB nace con una dotación inicial de 9.000 millones de euros, financiados en
un 75 por ciento con cargo a los presupuestos del Estado y en un 25 por ciento
las aportaciones de los fondos de garantía de depósitos, aunque se le permite
que contraiga deuda con aval del Estado hasta un límite 10 veces el importe de
su dotación inicial. Estamos hablando, pues, de un posible agujero de 99.000
millones de euros (más de 13 millones de pesetas, aproximadamente el 10 por
ciento del PIB).
El
hecho de que el FROB pudiese habilitar fondos por una cantidad tan importante
hacía temer que el daño de nuestro sistema financiero fuese mayor que el que
oficialmente se manifestaba. No obstante, el Gobierno se negó entonces a
modificar la ley de cajas de ahorros. Es de suponer que no se atrevió ante la
presión de las Comunidades Autónomas. Una vez más, se abordaron los problemas a
medias, porque un año más tarde, en julio de 2010, fue necesario modificar la
susodicha ley. Y ahora, seis meses después, se plantea una nueva modificación y
una operación de rescate con cifras considerablemente más elevadas, aunque
bastante más creíbles.
Se
han perdido dos años y medio y el saneamiento ahora se hace mucho más difícil
que entonces, cuando todos los países estaban acometiendo una tarea parecida.
Sin embargo, no cabe achacar toda la responsabilidad al Gobierno o al Banco de
España; es muy posible que gran parte de la culpa haya que atribuirla a los
políticos regionales de las distintas Comunidades Autónomas, que no quieren
perder ese ámbito del poder y a un modelo que, contra toda lógica, ha puesto
las cajas en manos de las Autonomías. Hemos contemplado cómo uno de los
problemas que se ha manifestado en la actual crisis es la desproporción entre
la magnitud del mercado y de las entidades financieras respecto a los Estados
de los que dependen. En España vamos más allá, y queremos que sean las
Comunidades las que tengan la tutela de las cajas. Eso sí, pretendemos también
que más tarde sea el Estado el que asuma las pérdidas y el coste de sanearlas.
El esquema no cuadra. No tiene sentido que los gobiernos autonómicos exijan
competencias sobre entidades que actúan más allá de sus límites geográficos y
que prestan servicios en todo el territorio nacional, y tiene mucho menos
sentido que al mismo tiempo aspiren a que sea el Estado el que las rescate
cuando se encuentran contra las cuerdas.
La
pregunta que surge es si las decisiones que ahora se adoptan van a servir para
sanear el sistema financiero o si más bien están pensadas para convertir las
cajas en bancos. Una vez más, se adopta el criterio de café para todos, es
decir, forzar a que todas las entidades financieras incrementen el capital.
Pero el problema no radica tanto en la capitalización como en los activos
perjudicados que posean, y en la exposición al ladrillo. Para las entidades
sanas y sin problemas de solvencia la obligación de incrementar su capital
puede ser una prescripción inútil y onerosa; por el contrario, para otras
entidades que acumulan activos inmobiliarios sobrevalorados el incremento de capitalización
no soluciona el problema. Da la impresión de que no se quiere afrontar el fondo
de la cuestión: separar las entidades solventes de las insolventes e intervenir
estas últimas si es necesario.