Publicidad
y propaganda
La semana pasada la Junta Electoral Central
suspendió la campaña publicitaria del Ministerio de Trabajo sobre lo bien que
les va a los pensionistas. Era una campaña empalagosa, llena de incienso y
mentiras, una verbena de autosatisfacción y complacencia. La proximidad de los
comicios ha hecho actuar a la Junta.
Pero el problema va mucho más allá, es más general,
trasciende el momento en que se emita y al propio Ministerio de Trabajo, aunque
hay que reconocer que en este caso se han pasado tres pueblos. La cuestión se
centra en la separación que debe existir entre el Estado y el gobierno, y entre
éste y el partido en el poder. Más concretamente, en diferenciar claramente
entre erario público y finanzas de una formación política.
Los
recursos públicos son eso, públicos, y están destinados exclusivamente al bien
común. ¿Qué ocurriría si un responsable público desviase mil, dos mil, tres mil
millones de pesetas del presupuesto del Estado a la caja de un partido político?
Que inmediatamente se le acusaría de corrupción y terminaría en los tribunales.
Y sin embargo, contemplamos con cierta pasividad campañas publicitarias como la
de las pensiones, orientadas únicamente a la propaganda de la formación
política de turno en el gobierno.
Los
presupuestos públicos pueden y deben financiar ciertas campañas publicitarias,
aquellas que o bien van dirigidas a informar a los ciudadanos, por ejemplo
recordar el momento en el que deben cumplir con sus obligaciones tributarias, o
bien a promover determinadas conductas útiles y necesarias para la sociedad,
como las de tráfico o las de prevención de incendios. Pero cuando la publicidad
va orientada a cantar las excelencias del Gobierno, ésta se transforma en
propaganda, propaganda del partido en el poder, normalmente llena de mentiras y
falacias.
La campaña
que la Junta Electoral acaba de suspender no ha sido la única en violar las
reglas, aunque es verdad que el Ministerio de Trabajo tiene ya una larga
historia en esta materia. Recientemente, el Ministerio de Hacienda lanzó una
similar sobre la bajada de impuestos, y si nos remontamos en el tiempo no ha
habido gobierno -sea central, autonómico y pertenezca al partido que
pertenezca- que no haya sucumbido a la tentación de emplear los
recursos públicos para enaltecerse y elogiar su gestión.
La gravedad de tal conducta tiene
un doble origen. En primer lugar, porque se trata de una desviación de fondos
públicos, con el consiguiente perjuicio a la hacienda pública, y en segundo
lugar y tanto más importante, porque toda financiación irregular de una
formación política, y estas campañas lo son, rompe la neutralidad del juego
político y la igualdad de oportunidades. Claro que sobre este último asunto
habría que considerar otras muchas materias, amén de las campañas
publicitarias. Pero por algo conviene empezar.