¿Aportación
voluntaria?: mentira
En casi todos los temas políticos y en los económicos -que normalmente son también políticos-, el discurso suele estar trufado, lleno de sofismas
y añagazas. La previsión, desde luego, se cumple al cien por cien en materia de
financiación pública de la
Iglesia Católica. El Gobierno acaba de llegar
a un acuerdo con los obispos para reformar el sistema, y todos los medios se
apresuran a dar la noticia y a comentarla, pero la gran mayoría, por no decir
todos, -desde los más cercanos al nacional-catolicismo hasta los que se las dan
de más modernos, liberales y laicos- incurren en un montón de inexactitudes, presentando
la realidad de manera distorsionada.
La primera
falsedad comienza cuando se quiere justificar la aportación fiscal a la
Iglesia por las obras sociales que realiza, por la labor de
guardián del patrimonio artístico que asume en muchas ocasiones, o por su
contribución a la enseñanza religiosa. Ninguna de estas tareas se financia
mediante lo que en otro tiempo se llamó aportación al culto y clero, y hoy se
conoce como contribución a la
Iglesia Católica en el IRPF (incluyendo hasta ahora la
asignación complementaria en los presupuestos generales del Estado). Estas
cantidades, que en el año 2005 ascendieron a 141,5 millones de euros, se
dedican únicamente al sostenimiento directo del clero y de los actos religiosos.
Los otros
conceptos citados anteriormente se financian aparte y de acuerdo con los
criterios generales. La Iglesia , por ejemplo, recibe subvenciones
especiales del Estado, Comunidades y Ayuntamientos, al igual que otras
organizaciones, para el sostenimiento del patrimonio artístico, y lo mismo
ocurre con sus obras sociales. Cáritas es, junto con la
Cruz Roja , una de las principales
receptoras de los recursos destinados a las ONG. Y, por último, pero no lo
menos importante, los colegios religiosos, de forma idéntica a los otros
concertados, reciben financiación directa para el sostenimiento de sus
respectivos presupuestos. Es más, las Administraciones Públicas se encargan de
pagar a los profesores de religión de todos los centros docentes. Pero nada de
esto tiene que ver con la financiación pública de la
Iglesia vía IRPF.
La segunda
falsificación es considerar que los recursos destinados a la
Iglesia Católica mediante el procedimiento de señalar con una
cruz la correspondiente casilla del IRPF constituyen una aportación voluntaria
de los contribuyentes. Aportación voluntaria sería si aquellos que no señalasen
la casilla abonaran un 0,7% menos que el resto. En las condiciones actuales,
todos los contribuyentes, fieles o no, creyentes o no, señalen o no la casilla
respectiva, pagan lo mismo. Aquellos que colocan una cruz en la casilla no
están aportando nada a la
Iglesia Católica , están indicando tan sólo que de aquellos
recursos que aportan obligatoriamente como cualquier ciudadano a la
Hacienda Pública , y que por lo tanto son ya de todos los
españoles, se destine un porcentaje al sostenimiento del clero.
Los recursos que la
Iglesia percibe por este procedimiento continúan siendo una
subvención pública, y de igual naturaleza que si en el presupuesto apareciese
una asignación expresa. La única diferencia consiste en que su cuantía es
indeterminada, ya que depende de que haya más o menos contribuyentes que en su
declaración así lo indiquen, y también, por qué no decirlo, de la capacidad
económica de los que optan por ello. Bien entendido que tal prodigalidad es
gratuita para el que la
ejerce. La indeterminación, hasta ahora, era relativa porque
los presupuestos complementaban la asignación si ésta resultaba insuficiente.
El sistema es
nefasto porque enmascara la realidad y da una apariencia de autofinanciación
que en absoluto responde a la
verdad. Autofinanciación a la que la
Iglesia en el último Concordato se comprometió a tender
progresivamente y de la que cada día está más lejos. El procedimiento permite
que los voceros mediáticos de la
Iglesia se jacten de que no es el Estado el que la sostiene,
sino los fieles, deformando así la realidad.
La perversidad del
método no está tanto en la cuantía -es un hecho que la mayoría del clero, salvo
excepciones, no vive en la opulencia- como en mantener una farsa, la de que España
continúa siendo católica por el simple hecho de que muchos españoles apegados a
las tradiciones conservan determinadas celebraciones: bodas, bautizos,
comuniones, fiestas patronales, etcétera. No se quiere aceptar que en la
mayoría de los casos estos acontecimientos tienen muy poco que ver con la
religión, se trata de meros actos sociales. En la última declaración del IRPF,
el número de contribuyentes que señalaron la casilla de la
Iglesia ascendió al 33%. Además, ese porcentaje, a todas luces
bajo, resulta aun más sorprendente si se tiene en cuenta que tal decisión
no cuesta nada al contribuyente. ¿Qué ocurriría si el colocar la cruz
significase pagar un 0,7% más?
No es tanto una
cuestión de dinero como de poder. La jerarquía eclesiástica pretende como sea
mantener ese censo teórico de creyentes, y la ficción de que la gran mayoría de
los españoles continúan siendo católicos. Es esa apariencia la que fundamenta
su capacidad de influencia y sus pretensiones de poder e injerencia social. El
acuerdo de financiación logrado incrementa las posibilidades de continuidad de la
farsa. El Gobierno sabrá lo que hace.