¿Qué
hacer con el dinero público?
Algún artículo se ha publicado en prensa
preguntándose acerca de si no hubiese sido mejor reducir las cotizaciones
sociales que el IRPF. Uno piensa que puestos a buscar opciones sobre qué hacer
con cierta cantidad de recursos públicos hay otras mejores que rebajar el IRPF
o las cotizaciones, por ejemplo, incrementar las prestaciones sociales.
Los
defensores de la disminución de las cotizaciones sociales -creo que hasta el PSOE propone la reducción de un
punto- argumentan que necesitamos ser más competitivos.
Con buen criterio señalan que parte de la bonanza de los últimos años se debe a
las tres devaluaciones que nos vimos obligados a realizar en 1993; pero que
tras la entrada en el euro nos está vedada cualquier nueva devaluación, por lo
que toda diferencia en los precios nos hará perder competitividad. Nada que
objetar, todo lo contrario; si algunos nos mostrábamos tan reticentes en contra
de la Unión monetaria, se debía entre otras razones, a lo peligroso que podía
resultar para un país como España, habitualmente con mayores tasas de inflación
que los países competidores, no poder compensar éstas por la vía del tipo de
cambio.
Lo que ya
no parece tan seguro es que la reducción de las cotizaciones sociales o de los
salarios vaya a traducirse en una rebaja en los precios. Si fuese por costes
laborales y sociales nuestro país debería ser el más competitivo de Europa. En
los últimos años los convenios están arrojando incrementos saláriales moderados
lo que no es óbice para que se dispare la inflación. Lo único que se está
consiguiendo es que los trabajadores pierdan poder adquisitivo y engorde el
excedente empresarial.
Por otra
parte, fundamentar la capacidad de competencia en la disponibilidad de mano de
obra barata es un modelo muy arriesgado a medio plazo. Siempre habrá países con
costes laborales más reducidos, tanto más cuanto que con la ampliación van a
incorporarse a la Unión múltiples estados de la Europa del Este. Llevado al extremo,
conduciría a todos los países a una situación diabólica, a una carrera por ver
quien paga salarios más bajos y quien desmantela más rápidamente la seguridad
social, eliminando así los costes sociales. Si este va a ser el resultado de la
Unión Europea y monetaria ¿cómo extrañarse de que algunos la contemplemos con
reticencias?
El que en
los momentos actuales la seguridad social presente un excedente, tampoco
constituye un argumento válido para abogar por las rebajas de las cotizaciones.
La separación de fuentes y de contabilidad es una mera convención a efectos
prácticos. La seguridad social se identifica con el Estado. No es, ni debe ser,
una entidad financiera independiente. Lo contrario sería sumamente peligroso,
significaría que en los momentos de déficit, que los habrá, el Estado no
respondería. Y además, puestos a emplear el excedente no se ve porqué no
incrementar las prestaciones sociales.
Las
opciones fiscales y presupuestarias nunca son neutrales, siempre benefician o
perjudican a alguien. La reducción del IRPF, al ser un impuesto progresivo, ha
beneficiado principalmente a las rentas altas y en tanta mayor medida cuanto más altas sean. Las rebajas de las cotizaciones
sociales priman claramente a los beneficios empresariales, ya que no hay ninguna
certeza de que dada la actual falta de competencia en la mayoría de los
mercados, se traduzcan en una rebaja de los precios. El incremento de las
prestaciones sociales influiría positivamente en los extractos más necesitados,
parados, pensionistas, etcétera. El fondo del problema radica en saber a qué
grupo social queremos beneficiar, después podemos revestir la opción de los
argumentos económicos que nos convenga.
Nuestro país presenta unos costes laborales
de los más reducidos de Europa, una presión fiscal seis puntos por debajo de la
media europea, y un gasto en protección social siete puntos del PIB inferior al
promedio de Europa. Ustedes juzgarán qué deberíamos hacer para llamarnos
europeos.